Capítulo 11

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[Narra Marc]

Había mucho movimiento en el box de mi hermano. Debido a los nervios de la primera carrera cogí unos guantes que estaban tirados en una esquina y me puse a ayudar a los mecánicos, que no lo vieron con muy buenos ojos pero lo aceptaron; soy su hermano, ni que le fuese a sabotear. Álex llegó al cabo de 10 minutos con el traje ya puesto. Salía del baño; los nervios le hacen vomitar. Me acerqué a él mientras me sacaba los guantes y le abracé. 

- No he vomitado, Marc, pero gracias. - Sonreí. En este momento estaba orgulloso de mi hermano, aquel pequeñajo que me molestaba que me imitase a los cinco años y que ahora estoy orgulloso de que me cogiese las motos para que las probase. - Necesito algún consejo, si quieres, claro. 

- Venga, siéntate. Los sillones estos son maravillosos. En serio. Yo por mí paso de correr para echarme una siesta aquí. - Se rió. Es lo que necesita en estos momentos. LLegó al sillón y siguió mi consejo. Yo acerqué una silla de plástico con el logotipo de la principal marca que lo patrocinaba y me senté.

Entre consejo y consejo mío, Álex se movía de un lado para otro, ya que le llamaban los mecánicos para dejar todo a punto. Como se notaba que era su primera carrera en el mundial... Aún quedaba bastante para la carrera, pero había demasiado revuelto ahí dentro así que mi padre y yo decidimos irnos y volver luego para ver que tal le iba al enano. Caminamos un poco, hablando de trivialidades, por los boxes y llegamos al de Laura. En él no había tanta ''fiesta'', al contrario que en el de Ana, así que decidí entrar y desearle buena suerte. 

Subía aquellas infernales escaleras del demonio sólo para ver a la gallega. Resulta que no estaba en el box, que necesitaba pensar ella sola en la estrategia y luego la detallaría con su equipo; ellos no se lo tomaron a mal, su presión era el triple que la de cualquier otro piloto. Abrí la puerta que daba a la inmensa terraza en la última planta del edificio. La verdad es que era un sitio de lujo para pensar. Me quedé unos cuántos segundos con la vista clavada en el paisaje, recorriendo cada centímetro hasta que di con ella. 

Se veía hermosa con aquella coleta desaliñada a causa de la brisa que corría y el traje que hacía que aquella posición que había adaptado le fuese algo más incómoda. Me acerqué hasta ella, que estaba en el borde, con el cuerpo apoyado hacia delante en la barandilla y los pies colgando, me fijé que llevaba la bota del pie derecho medio desabrochada. Me miró y sólo sonrió, aunque no fue ni una sonrisa entera. Hice lo mismo mientras apoyaba mi mandibula en uno de los listones de aquella barandilla. El silencio nos invadía, pero no era un silencio incómdo, todo lo contrario. Era el tipo de silencio dónde todo lo que se debería decir queda dicho por el viento. 

- Gracias. - Me miró. ¿Por qué me daría las gracias? - Por estar aquí, en silencio, apoyándome. Sé que mi equipo no ve bien que me fuese, pero lo necesitaba. Necesitaba pensar que quería hacer en la carrera, con todo lo de después, y con los minutos previos. Y creo que ya tengo todo claro. Intentaré dar el 100%, adelantar y mantenerme en esa posición si lo consigo. Después me enfrentaré a todo con una sonrisa y ahora quiero seguir aquí... - Hizo una pausa y me miró, esta vez con una sonrisa más amplia. - Con la mejor compañía que pudiese tener. 

No me di cuenta, pero mi cuerpo se empezó a mover. Ambos nos giramos, aún con los pies colgados a varios metros de altura, y nos acercábamos al otro. Una sonrisa se asomó en el rostro de Laura, y nuestra mirada dejó de posarse en el paisaje para observar las fracciones del otro. Aquellos labios que Laura poseía se me hacían demasiado apetecibles, y la mirada de aquellos ojos marrones esta vez tenían un brillo especial. Una sonrisa se posó en mi cara cuando empecé a analizar el momento. En esta situación, donde se me hacía lento el paso del tiempo, llegamos a mezclar nuestros alientos mientras nuestras narices se rozaban y eran cómplices de la química que corría entre nosotros. Permanecimos así unas milésimas de segundo, que se me hicieron eternas, y eso que en mi trabajo unas milésimas pueden marcar la diferencia, y finalmente nuestros labios se juntaron.  

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