"Nos hizo repetir".

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Autora: Scarlet Raven

Parejas: Destiel, Sabriel.

Derechos: Los personajes no me pertenecen, naturalmente y para mi desgracia. Únicamente la historia es imaginación mía.

Disclaimer: Fanfic basado principalmente en la canción "La fuerza del destino", de Mecano. Con ligeras o enormes desviaciones hacia lo apocalíptico, sin sonrisas de por medio y disculpas de ante mano por la mala calidad. ¡Universo alterno!


[...]

Nueva Mínelis, Chicago; presente.

Su piel se eriza por completo. El placer recorriendo cada centímetro de su piel ante aquella cálida boca que le recorre con la lentitud que le gusta.
Una lengua empujada en la ranura de su miembro que causa en él un gemido gutal. Por instinto lleva la mano hacia ese cabello azabache, el cual toma con fuerza en un puño.

Ojos azul celeste le devuelven la mirada, una expresión ansiosa, complaciente y sumisa ante un Alfa. Un empuje más, y Dean Winchester embiste con fuerza, enterrándose tan profundo como le es posible, corriéndose dentro de aquella estrecha cavidad.

Su respiración está agitada, el olor a sexo y esencias mezclándose en la habitación de una chica beta cualquiera de su trabajo.
Saliendo con rapidez, Dean se aleja mientras ella le sonríe, esperando un beso que jamás llega.

—Debo volver al trabajo— es todo lo que Dean dice, comenzando a acomodar y abrochar su pantalón ante la mirada cargada de decepción de la chica.

—El laboratorio seguirá ahí aunque no estés, Dean.

A pesar de ello, Dean no la escucha. Termina de vestirse, colocándose sus jeans oscuros, botas con casquillo, camisa neutralizarte de aroma y se coloca su chaqueta.

Toma su libreta de anotes, que ha  servido de excusa perfecta para colarse entre las piernas de aquella chica tan suplicante, con voz chillona y una mirada cargada de un cariño que Dean jamás corresponderá.

Ella debe de saberlo, se dice. Todas deben de saberlo ya.

Dean Winchester jamas mantiene relaciones amorosas. Así que, ver que ella espera algo más de su parte, solo le hace bufar, tomar su mochila, colocarse su mascarilla antigás y salir por la puerta, estremeciéndose de inmediato cuando el viento helado golpea su rostro.

Camina por las calles de la ciudad, evadiendo a chicas y chicos que desean darle solicitudes. La ciudad apenas y tiene gente, lo que le facilita la huida al café más cercano, en el que se adentra.
Inhala hondo en cuanto se descubre el rostro, sonriendo ante la calidez y aire fresco del lugar.

El sitio está casi vacío, consecuencia del frío que parece querer congelar todo a su paso. Ahí, únicamente un trabajador está atendiendo el pedido que un chico ha hecho minutos antes.

—Winchester— anuncia en voz alta el joven, y Dean no duda en acercarse y tomar ambos cafés que su hermano ha pedido con anterioridad.

Agradece al chico, Jack, si lee bien en su gafete, y camina hacia la mesa donde Sam escribe apurado en una laptop.

—Por favor, dime que no te follaste a la directora.

Dean solo rueda los ojos, cierra la laptop de su hermano de golpe, jalándola hacia un lado a pesar de que el menor está lanzando injurias por tener tal atrevimiento.

Dean no las escucha. En su lugar, coloca uno de los cafés frente a su hermano.

—Jamás lo haría. Tiene como ochenta años, Sam.

—Estas exagerando.

Ignorando ese comentario, el mayor de los Winchester continúa.

—Pero su hija.

Un silbido se escucha por el lugar ante la insinuación de Dean.

—Eres asqueroso.

La carcajada de Dean se escucha por todo el lugar; su cabeza se mueve de un lado a otro mientras escucha las protestas de Sam y cuán terrible es que se meta con la hija de la directora del edificio en el que viven.

Desvía la mirada hacia la ventana. Afuera, nieve cubre los caminos por los que ya ninguna persona transita. Se acomoda la bufanda, pensado en la mirada de aquella chica, llena de esperanza.

Por supuesto, no le cuenta eso a Sam. Tampoco le dice que él solo la ha buscado por su cabello negro y ojos azules.

"No tan azules", piensa. Al menos, no como los que en ese momento le devuelven la mirada al otro lado del cristal.

Cualquier cosa que Sam este diciendo, queda al olvido cuando se levanta de golpe, caminando hacia la salida de la cafetería.

—¿Dean?

Sam va detrás de él, pero Dean lo ignora; abre la puerta, rodea el lugar hasta el ventanal por el que viera aquel rostro familiar.

—¡Dean! Demonios, ¿que sucede?

Su respiración es agitada. Sam va tras él, su propio rostro cubierto. Este le extiende a Dean la máscara que ha olvidado, mirándole con reproche hasta que se la pone.

—Yo vi... vi...

Entonces calla, baja la mirada y niega un par de veces. Una mala broma de su cerebro, se dice. Por supuesto que aquel chico no estaría ahí, donde Sam le lleva de vuelta a la cafetería.

—Cielos, Dean. ¿Que fue eso?

El sexo ocasional no ha servido de nada para olvidarle, como ya es costumbre.

—Probablemente tu feo rostro me hizo correr fuera del lugar.

Y, así de rápido, Sam vuelve a lanzarle un discurso de por qué un Alfa como él tendría que tener más modales en lugar de seguir cualquier impulso.

Dean no pone atención, sus pensamientos volviendo de pronto a una sonrisa cautivadora en aquel bar "Del Oro".

Recuerda haberlo visto tres o cuatro veces por la ciudad. Su aroma extraño de especias mezcladas con miel tan embriagantes.

Y entonces, recuerda aquella bomba. Su propia familia dándose caza, matándose. Y, con ello, el inevitable adiós.

La fuerza del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora