Fantasía

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A las afueras de la ciudad, cuando la luna llena está en su punto más alto, Los Nocturnos aúllan, corren, se esconden; son presas del temor, queriendo protegerse de aquello que los persigue y que se acerca con velocidad a las ciudades que aún se mantienen en pie. Que rompe sus muros, quiebra sus cimientos, roba sus vidas y las deja en el olvido.

En Nueva Mínelis, al otro lado del muro de concreto y rejas que están siendo reparadas, recorriendo un camino cubierto de nieve, sin algún destino fijo, Crowley observa el sendero que tiene por delante y se despide en silencio de aquello que alguna vez fue su hogar. Desesperanzado, defraudado y temeroso, porque nadie le ha escuchado y ahora es demasiado tarde.

Durante semanas, le ha parecido que todos viven en una fantasía. O que, tal vez, todos están sumergidos en sucesos poco relevantes en vez de cuidar de la ciudad, como debería de ser.

Han tenido sucesos desastrosos desde la aparición de un Omega y un Beta, pero todos parecen sumergidos en la buena noticias de dos personas encontradas que apenas y han visto.

Es, probablemente, la primavera más fría que ha tenido lugar en la ciudad.  Los árboles que rodean Nueva Mínelis están secos. Las ventiscas no han cesado. Nieve aún cae en la ciudad, cubriendo los caminos, enfermando a los Omegas y a los huérfanos, haciendo más dificil la supervivencia y el cuidado con los miembros de su nuevo hogar.

Los exploradores salen de la ciudad, pero ninguno vuelve. Sin importar cuanto los busquen los demás Betas, a cuantas personas envíen, cuánto marquen su territorio Sam y Dean, por alguna razón que no comprende, nadie regresa del exterior.

La señal con las demás ciudades se ha perdido, a pesar de la tecnología que consiguieron en exploraciones pasadas y que las antenas son extraordinarias, del otro lado de la línea, nadie contesta.

Deja escapar un suspiro, que se mezcla con la fuerte corriente de aire que huele a humo. Regularmente, la comunicación no sería problema. Tampoco el hecho de que los exploradores tarden mucho tiempo en volver, puesto que las comunidades pequeñas que se han formado a kilómetros de Nueva Mínelis suelen acogerlos y regresarlos con bien.

Pero...

Siempre hay un pero. Y, para su desgracia, este es un pero que ha descubierto en el primer cadaver que fue encontrado cuando la valla fue rota.

Cuando todo comenzó, supone.

Intentó decírselos. Vez tras vez. A todos. Alertarlos de lo que vendría. De lo que se acercaba a la ciudad mientras ellos celebraban y decidían ignorar que sería un desastre mucho mayor del que tuvieron con anterioridad. El final de una era y el principio de una cadena alimenticia donde los deja a ellos, los sobrevivientes, como el ser más débil de esta.

Pero ninguno de ellos los escuchó.

Observa las rejas desgarradas, preguntándose si los nuevos integrantes no serán simplemente una pieza estratégica en el nuevo orden de aquel sistema que está por sufrir un colapso si ellos no se apresuran a poner un orden, a buscar una solución. A dejar de limitarse a creer que todo mejorará mágicamente porque ahora existe la probabilidad de una manada.

Engañándose así mismos, olvidando que no son el centro del mundo. Que más allá del muro, del cercado y del bosque, Los Nocturnos son el menor de sus problemas, porque una nueva especie ha surgido. Una, cuyos cachorros son del tamaño de un Nocturno, como aquel cachorro que encontraron el primer día que la reja fue rota. Lo que sea qué hay más allá, son criaturas que han mutado a un grado superior que los Nocturnos. Sabe por las pruebas que hizo con los cadaveres, que son capaces de mezclarse con la nieve y la noche. Que sus células van en cambio constante y podrían parecer humanos simples o lobos. O algo nuevo. Algo que no ha visto nunca.

Sabe también, que son capaces de rastrear las ciudades, de mezclar su aroma con los demás. Y que son tan peligrosos, que salir de Nueva Mínelis es urgente.

Crowley espera que si aún hay algún ser superior que pueda ayudarles, les permita ver a los que han decidido quedarse, que ahora todo está perdido para la humanidad.

—Vamos, Crowley. Deja de llorar y camina.

—Sabes que ellos morirán.

—Al menos... morirán felices.

Claro que lo harán.

Echándole un último vistazo a todo lo que dejan atrás, Claire y él se cuelgan las mochilas llenas de provisiones al hombro y emprenden su camino. Esperando que todas sus teorías sean falsas. Y que el sonido de alarma que suena dentro de la ciudad, no sea porque su más terrible presentimiento se ha convertido en una realidad.

La fuerza del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora