http://1_EL RETORNO DEL TIBURÓN

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WWW.PRIMERA PARTE


El capitán Arístides Markaris observaba el horizonte marino con sus binoculares de visión nocturna.

Acababa de entrar en la cabina de mandos y el segundo a bordo, un chico de veinticuatro años que se movía con el mismo sigilo que una barca deslizándose por el lecho de un río, se había colocado a su lado.

Ese subordinado siempre andaba cerca, como una segunda sombra que hubiera brotado de repente o como un perrito que sigue a su amo allá donde vaya. En alguna ocasión, el capitán se había llegado a pegar un susto al darse la vuelta y encontrarse al joven a sus espaldas, quieto y silencioso como una estatua, observándolo todo con ojos escrutadores, en actitud de alerta, ansioso por no perder detalle durante las maniobras que su superior dirigía.

El capitán recordaba perfectamente el día, cinco años atrás, en que el joven embarcó por primera vez en el transatlántico. Por aquel entonces, no era más que un jovencito sin barba alguna, asustadizo que se dejaba intimidar por el resto de los marineros.

No hablaba con nadie, agachaba la cabeza cuando se cruzaba con un veterano y jamás se unía a las fiestas que los compañeros organizaban en sus horas de descanso. En realidad, ese chico, cuyo nombre era Mark Huston pero a quien la tripulación llamaba con burla «el marinerito», se mataba a trabajar.

Cuando los demás disfrutaban de unas horas de asueto, organizando juegos en la sala de máquinas, echando partidos de fútbol en la proa del barco o fumándose un cigarro acodados en la borda, Mark acudía a la sala de mandos y pedía al capitán, siempre con la mirada clavada en la punta de sus zapatos, que le dejara permanecer a su lado, que le permitiera seguir aprendiendo, que le ayudara a convertirse en el mejor marinero que jamás conoció el mar.

Arístides Markaris nunca se había encontrado con nadie tan ilusionado con llegar a ser un gran capitán.

Al principio, a poco de que Mark Huston se enrolara en aquella compañía naviera, su superior le instaba a que sacara más provecho de su tiempo libre, a que no lo malgastara sentado en una esquina del puesto de control, a que liberara su mente echándose unas risas con los otros muchachos. Pero no había nada que hacer.

El joven se mostraba tan apesadumbrado cuando percibía que le estaban echando de la cabina que su superior acababa permitiéndole quedarse a su lado. Y así había sido cómo, en apenas un lustro, Mark Huston se había convertido en el segundo de a bordo. Sus compañeros continuaban siendo meros grumetes hastiados de sus trabajos repetitivos, pero aquel chico, ese que había aprovechado las horas muertas para seguir aprendiendo y que había puesto los cinco sentidos en mejorar como marinero, había conseguido ascender en la escala de mando y ahora, con veinticuatro años recién cumplidos, estaba preparado para asumir el control del barco.

Sin embargo, había algo que Mark Huston todavía no había hecho nunca, algo para lo que había que estar sumamente instruido y que su superior jamás le había permitido ejecutar: el atraque del transatlántico.

Se trataba de una de las operaciones más delicadas y complejas de la navegación. Los tres mil turistas que viajaban en el crucero dependían de la pericia del capitán y las normas de la compañía naviera dejaban muy claro que nadie podía hacer esa operación sin los galones pertinentes.

—¿Tiene usted las cartas de navegación, señor Huston? —preguntó Arístides Markaris.
—Sí, mi capitán. Las tengo.
—¿Ha comprobado que los datos de la computadora coincidan con las cartas de navegación, señor Huston?
—Sí, mi capitán. Lo he comprobado. Tanto las cartas analógicas como las digitales coinciden en que estamos a punto de divisar tierra.

El capitán Markaris sonrió al escuchar esas palabras. Lo de «divisar tierra» era una expresión antigua, propia de las novelas de Herman Melville, y no tenía cabida en la navegación contemporánea. Ya nadie «divisaba tierra», ya nadie gritaba «tierra a la vista» desde lo alto del mástil, ya nadie respiraba aliviado cuando una gaviota surcaba el cielo.

-Levihan- La mujer con el corazón lleno de tormentas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora