http://18_LA TÍA LIZ ENTRA EN ESCENA

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Un alarido retumbó por toda la casa. Todavía era de madrugada y la tía Liz, que dormía plácidamente, pegó un brinco al escuchar aquel berrido. De inmediato corrió hacia el cuarto de su sobrina. Se encontró a Hange sentada a los pies de su cama, con la cara oculta entre las manos y las piernas recogidas. El celular yacía tirado en el suelo y la computadora estaba encendida, aunque la pantalla parecía fundida a negro.

Una corriente de terror se propagó por el cuerpo de su tía, estremeciéndola de pies a cabeza.

Sabía que aquello ocurriría algún día. Había querido engañarse imaginando que todo estaba bajo control, que la pesadilla había quedado atrás, que la nueva vida sería un mar de calma; pero se habían producido señales evidentes de que la amenazaba continuaba viva y, tonta de ella, había preferido ignorarlas. Qué ingenua. Su forma de enfrentarse a los problemas había fracasado.

Su táctica había consistido en establecer un rígido perímetro de seguridad en torno a Hange, recluirla en casa lo máximo posible, alejarla de ese chico problemático, y cruzar los dedos para que el mal no se acercara.

No contaba con que toda adolescente dispone de sus propios métodos, en especial cuando se trata de una adolescente enamorada. Sólo le quedaban dos opciones: arrojar la toalla o hacer las cosas a la manera de su sobrina.

Quizás ella sólo era una carroza cargada de prejuicios y temores, una mujer superada por las responsabilidades. Quizás había llegado el momento de abrirse a nuevas posibilidades, de buscar alianzas en vez de imponer su visión.

Al notar la presencia de su tía, Hange se levantó de la cama y se arrojó a sus brazos. Permaneció agazapada en el cuerpo de su tutora durante un rato, hasta que se separó lentamente y, tras secarse las lágrimas, las palabras le salieron a borbotones, atropellándose unas a otras, zozobrando en una corriente de histeria:

—Había fuego..., el humo en la habitación..., un hombre encapuchado... con el ojo muerto... Hemos de ir allí..., hemos de ir deprisa... Los niños corren peligro... Al Hogar Fuller... Hemos de ir al Hogar Fuller... ¡Vamos, tía!... Levi está en peligro... y Sam también... Ellos han entrado allí... no sé cómo..., han prendido fuego al edificio..., tengo que ayudarlos... Lo siento, tía Liz... Yo no quería... pero ellos..., ellos han vuelto... y lo han secuestrado...

Ante el derrumbe de su sobrina, su tía volvió a abrazarla, le acarició el pelo y le susurró «Tranquila, mi niña, todo irá bien».

Hange se dejó hacer, respiró hondo y, retirándose unos pasos hacia atrás, intentó recuperar la compostura, agradeciendo en su fuero interno que su tía estuviera siendo tan comprensiva:
—Lo siento, tía. Sé que después de todo lo que te he hecho sufrir, no puedo pedirte nada. ¡Pero necesito que me ayudes! No te lo pediría si no fuera cuestión de vida o muerte. La secta ha entrado en el centro psiquiátrico y sospecho que le han prendido fuego. He visto por la cámara web cómo se llevaban a Levi a la fuerza. He llamado a un amigo que trabaja ahí, pero no me ha contestado el teléfono. Estoy muerta de preocupación. Por favor, llévame ahí. Por favor.

Liz estaba a punto de decirle que debían llamar a la policía, pero de repente sonó el timbre de la puerta. Ambas se quedaron heladas. ¿Quién podía ser a esas horas? Un martilleo de preguntas resonó en la cabeza de Hange: ¿podrían ser los mafiosos de la Koruki-ya? ¿Se habría atrevido Ojo de Tiburón a acudir a su casa? ¿Y si la segunda parte del plan consistía en secuestrarla?

Hange reaccionó al susto inicial aplicando el sentido común: ¿desde cuándo la secta anunciaba su presencia llamando al timbre? Si habían sido capaces de expugnar el Hogar Fuller, entrar en su casa les habría resultado tan sencillo como preparar un té con leche.

-Levihan- La mujer con el corazón lleno de tormentas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora