http://8_ME GUSTAN TUS UÑAS MORDIDAS

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Hange suponía que le iban a presentar a un adulto vestido con una bata blanca, de aspecto serio y respetable, quizá luciendo algunas canas y unas gafas tirando a anticuadas.

Por eso su sorpresa fue mayúscula cuando, tras aquella puerta, apareció un joven con jeans que bien podría haber dejado la patineta en la entrada. El chico lucía una sonrisa cautivadora, como si estuviera en medio de una fiesta y acabara de divisar a una chica atractiva, y Hange se sintió inmediatamente cohibida, pasándose de forma inconsciente las manos por la cara para borrar cualquier rastro de las lágrimas vertidas tras ver el lamentable estado de Levi.

—Pasa, Sam, pasa —le conminó el doctor Hoffmann con la mano.

El chico obedeció y, cuando se hubo acercado unos metros, Hange comprobó que era casi tan alto como su jefe.

De constitución delgada, no daba la impresión de ser especialmente fuerte, pero sí que transmitía una sensación de resistencia, como si completar triatlones no encerrara mayor secreto para él. Le gustó su pelo rubio, que estaba tan revuelto que parecía haber sido sometido a una secadora, y su camiseta lila, que llevaba estampado un canguro con el lema «Jump or die».

El aspecto físico de Sam recordaba antes al de un vendedor de una tienda de artículos de surf que al de un empleado de un centro psiquiátrico.

— Hange, te presento a Sam —dijo el doctor Hoffmann—. Tú, Sam, ya has oído hablar de Hange. Espero que la pongas al día respecto al estado de Levi.

Cuando fueron a saludarse, se produjo ese momento de descoordinación tan ridículo en el que uno extiende la mano y el otro pone la mejilla. La mano derecha de ella acabó impactando sobre la barriga de él y la cabeza ladeada de él quedó flotando en el aire en un ángulo de lo más forzado.

La cosa fue peor porque ambos reaccionaron de inmediato adoptando el gesto del otro y se invirtió el intercambio de fórmulas de cortesía.

Hange no pudo evitar sonrojarse un poco, pero a Sam le entró enseguida la risa. Dio un paso hacia atrás y, al modo de un aristócrata de la corte del rey Luis XIV que le solicitara un baile a una dama de alta alcurnia, le hizo una reverencia mientras decía:
—Compruebo con satisfacción que las fórmulas humorísticas del gran Charles Chaplin siguen vigentes en el siglo XXI —y enseguida añadió—: Encantado, señorita Zöe.

Ella consiguió relajarse y le devolvió la sonrisa, en parte por lo absurdo de la escenita, en parte por la mención a un cómico que adoraba y de quien había visto un montón de películas cuando era pequeña.

—¿Qué te parece si damos una vuelta? —le propuso Sam.
—De acuerdo —respondió ella, y tan pronto como pronunció esas palabras, una tímida rojez volvió a colorear sus mejillas, haciéndola sentir como una tonta.

Margaret hizo el gesto de ir a decir algo, pero el doctor Hoffmann pudo leerle el pensamiento y se le adelantó comentando:

—No tema, agente. Puede dejarlos solos. Aquí Hange está perfectamente segura. No hay un metro cuadrado que no esté sometido a la vigilancia de alguna cámara. Hay más probabilidades de que atraquen al presidente de los Estados Unidos en el Despacho Oval de que se cuele algún indeseable en nuestras instalaciones.

—De todos modos —replicó Margaret—, estaré pendiente de sus monitores. Hange es mi responsabilidad y me quedo más tranquila si la tengo controlada en todo momento.
—Por supuesto, agente. No hay ningún problema.

Margaret miró a Hange e inclinó la cabeza, invitándola a salir a pasear. Sam ya se encontraba en la puerta, sosteniéndola abierta de un modo caballeroso.

—Vamos, conozco el sitio perfecto para que charlemos con calma.
Pasearon en silencio por un camino ajardinado hasta desembocar en un patio.

El lugar estaba prácticamente vacío, los grupitos de niños que un rato antes jugaban alborozados habían desaparecido, probablemente porque había llegado la hora del tratamiento.

-Levihan- La mujer con el corazón lleno de tormentas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora