Siete minutos.Ni uno más ni uno menos. Ése fue el tiempo que tardó en ejecutarse con éxito la primera parte de la operación «Jaula de Acero». La minuciosa preparación que la secta había llevado a cabo desde el mismo día en que había aterrizado en la ciudad había dado sus frutos. La ejecución del secuestro podía ser calificada de actuación impecable.
Un Levi amordazado e inconsciente yacía en el interior de una furgoneta negra que presidía un convoy de tres vehículos blindados, los cuales escapaban a toda velocidad por las sinuosas carreteras que rodeaban el Hogar Fuller. Los motores rugían y las ruedas derrapaban por la gravilla a cada giro, igual que una estampida de búfalos mecánicos.
Era noche cerrada y ni un rayo de luna señalaba el camino, pero los potentes focos de los coches devoraban a dentelladas la oscuridad reinante. No era la única fuente lumínica que resquebrajaba el agujero negro que envolvía esa zona montañosa. Un resplandor anaranjado se dibujaba en los retrovisores y penachos de humo recortaban extrañas siluetas que se diluían en el cielo replegado en sombras.
El Hogar Fuller estaba siendo consumido por las llamas.
A modo de macabra despedida, el comando de la Koruki-ya había rociado con gasolina todo el perímetro de acceso al centro psiquiátrico. Antes de subirse a la furgoneta, un exultante Ojo de Tiburón había dejado caer una cerilla sobre el inicio de ese reguero letal.Al asomar las primeras cortinas de fuego, que inmediatamente se unieron a las que ya avanzaban desde el cuarto de Levi, podría haberse asegurado que su ojo muerto había vuelto por un instante a la vida gracias al regocijo que le provocaba el espectáculo.
El infame recuerdo de su amor de juventud, víctima de las llamas, ni siquiera lo perturbó: un mundo capaz de haberle generado tanto dolor se merecía que le fuera devuelto con creces un padecimiento todavía mayor.
Siete minutos antes, todo el personal y los internos del Hogar Fuller descansaban, con la excepción de tres individuos: uno era Levi, enfrascado en una tensa conversación con Hange a través de Skype; otro era Eudora Salter, la enfermera que estaba de guardia; y el tercero era Jim Lee, el vigilante encargado de realizar una ronda cada dos horas.
Al inaugurarse el centro no se había pensado en la necesidad de contratar seguridad privada, pero dos intentos de fuga y la desagradable aparición de un padre violento sobre el que pendía una orden de alejamiento de su hijo habían acabado por hacerla imprescindible. Otra cosa era que Jim fuera la persona idónea para el puesto, algo bastante dudable si a una ligera cojera y un evidente sobrepeso se le añadía una tendencia natural a que la somnolencia se apoderara de él, convirtiéndolo en un maestro de las siestas.
Por otra parte, a sus cincuenta y ocho años, Eudora Salter estaba más pendiente de que llegara el fin de semana para ver a los nietos que de atender a sus obligaciones profesionales. Esto la dejaba como el miembro más vulnerable de un hipotético segundo filtro que contuviera una intromisión de carácter hostil. Volcada en sus novelas románticas para matar las tediosas horas nocturnas, no era tampoco inmune a las visitas de Morfeo, a quien facilitaba el camino con una infusión relajante, una almohada y unos tapones para los oídos.
Todo esto lo sabía perfectamente la secta, que había controlado al milímetro los movimientos diurnos y nocturnos del Hogar Fuller, habiendo decidido que aquélla era la mejor noche para actuar. Por supuesto también eran conscientes de que tanto el vigilante como la enfermera disponían de un botón de alarma que conectaba con la comisaría de policía más próxima. En consecuencia, cualquier movimiento sospechoso o paso en falso podía resultar fatal. Y aquí era donde la nicotina venía a solucionarlo todo.
Eudora y Jim habían establecido la costumbre de salir a fumar un cigarrillo aprovechando la primera ronda exterior del vigilante. Ella tenía terminantemente prohibido abandonar la recepción, no fuera caso que se produjera un imprevisto con algún interno, pero el aburrimiento y la confianza en que nada grave podía ocurrir eran más poderosos que las normas. Además, ¿cómo iba a aguantar ocho horas sin fumar un cigarrillo?
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-Levihan- La mujer con el corazón lleno de tormentas
Random[TERMINADO] Continuación de: El chico que vivía encerrado en una habitación. Nuevo mensaje. Tienes notificaciones pendientes de Hange Zöe. Llevo dos semanas intentando contactar contigo, Levi, no lo consigo y no sé por qué. Te he enviado mensaje...