Me conozco muy bien, pero aunque así sea, no lo sé todo de mí. Yo no sé nunca cuanto peso, porque tampoco me preocupo de ello, sé que tengo una buena salud y cero complejos. Tampoco sé hasta qué punto puedo forzar mi garganta, y me mato a trabajo. Incluso desconozco si tengo una doble vida secreta que me sé ocultar a mi mismo de forma esquizoide. Ahora, si algo se me hace duro de verdad, es lo IMBÉCIL que me pongo cuando el corazón va a lo suyo. Y es que cada vez que me gusta alguien, me lo tienen que decir, porque me ven esa cara de imbécil que solo pongo yo. Y si le gusto a alguien, ya puede venir con un farol del tamaño de la manquita de Málaga, que yo siempre tendré dudas. Y dudo, y dudo, y dudo, y lo paso mal, porque pienso que siempre la cago. Cuando quien me gusta es una persona de la cual si que no sé nada sobre sus sentimientos, ahí si que estoy nervioso, ahí si que dejo de existir como personaje y aparece la persona. Porque cada palabra que suelto, la suelto con miedo, cada sensación la siento con miedo y, cada mirada, la miro con miedo. Pero... todavía hay una situación peor. Están esas situaciones en las que de verdad me gusta alguien. Esa ocasión en la que sé lo que tengo que saber, esa ocasión en la que la miro y veo lo que tengo que ver, esa ocasión en la que siento, y tengo claro lo que siento (aún con ayuda, cierto). Esa situación es más dura, y diréis que no, pero si. ¿Por qué es más dura? Porque cuando eso pasa, suele ser porque noto algo de reciprocidad, o más bien, porque me han hecho creer que la hay. Cuando el colega te dice de coña: "Ostía tío, líate ya con ella, que se ve que le molas" o una amiga común te dice "Hacéis buena pareja, se nota que un poco le gustas". Cuando me dicen esas cosas, se me hace muy duro, porque... me emociono, me animo, pienso que es real, pienso que puede ser real. Pienso que podré mirarla a los ojos, como hago con todos, pero que ella me abrirá una pequeña puerta en ellos y veré más allá. No me controlo cuando creo que existe esa posibilidad, y hay un miedo que solo he sentido... o siento ahora mismo, como lleguéis a pensar; que es uno de los más paralizadores: El miedo por el miedo. El miedo a tener miedo. El miedo a que en el momento en el que te diga algo, me entre el miedo. Un miedo doble, un miedo premium, como diría mi amigo el informático. ¿Sabes que cuando me pasa, temo a cada instante ser un pesado?¿Sabes que me da la sensación, de que por tenerlo todo tan cerca, más carrerilla cogeré y me pasaré?¿Sabes el miedo que se tiene, cuando algo maravilloso que puedes o no estar a punto de alcanzar puede romperse por la mínima brisa de aire? Pues esa brisa es mi temor, esa brisa es mi agobio, esa brisa es la razón por la que tengo miedo... al miedo. Esa brisa, querida, es lo que intento que, aunque conozcas, sea lo que nos una para siempre, la que, por muy imbécil que yo pueda ser... te anime a respirar mi miedo, y con una simple frase tuya, me haga no tener miedo... al nosotros.
Y rompo el clímax con esta letra en negrita para reposar después de esa última oración. ¿Por qué? Ya dije que era imbécil.
ESTÁS LEYENDO
Reflexiones de un imbécil
RandomReflexiones que salen del hígado de un imbécil servidor