Antes me preocupaba vivir rodeada de montañas.
Sin el cielo fundiéndose con el océano.
Sin los colores del sol al atardecer en la inmensidad del mar.
Mi espíritu rebelde se negaba a aceptar que ya no había olas ni eternidad.
Solo el verde de la montaña que no podía traspasar.
Verde y azul.
Verde y azul.
En una sinfonía de nunca acabar.
Aprendí a ensanchar mi alma para poder vivir lejos del mar.
Ahora camino sobre la montaña, y no puedo parar.
En los días grises, cuando la montaña no se ve y la angustia viene hacia mí;
me recuerdo a mí misma que no esta no desaparece, simplemente se quedó inmóvil ahí.
Firmemente establecida, verde, verde por doquier.
Verde y azul; y algunas veces gris;
Ahí está la montaña, inamovible, siempre así.
