Un montón de gente con rostros grises, sin expresión alguna de felicidad. Se vio reflejada por un momento en la ventana del tren antes de que ésta se empañara con el hálito creciente de una lluvia sin eco que caía fuera. Hacía frío. Su expresión se volvía cada vez más monótona, como los cientos de rostros desconocidos con los que tenía la desdicha de compartir su aburrida rutina. Se asustó; porque se dio cuenta que no estaba siendo ella misma, que se mezclaba con aquella gente, que era una más del montón. El incesante círculo de situaciones que le ocurrían a diario se repetían sin final en una secuencia que parecía condenarla por el resto de sus días. Un par de lágrimas se asomaron a sus ojos cansados y quiso doblar sus rodillas para reposar el peso de su alma por unos segundos, pero habían tantas personas en ese pedacito de universo en el cual consistía el tren, que no pudo siquiera acomodarse mejor. Suspiró. Fue un suspiro largo y cansado, tanto o más como su quebradiza alma. Dentro de sí no se resignaba a la idea de que este, y no otro fuese el sentido de la vida. Hacer lo mismo siempre, establecer estúpidas rutinas; sencillamente es algo sin sentido. Trató de escabullirse de sus pensamientos pesimistas rebuscando en sus recuerdos momentos más felices. Pero estos se escondían tras la pesada carga de sus días aburridos y sin final. La vida definitivamente debía tratarse de algo más; pero de momento, ella seguía sumergida en sus pensamientos negativos. Cerró los ojos, apretándolos lo que más pudo para evitar llorar y se recostó como pudo sobre una de las barandas del tren. Se quedó dormida, soñando fugazmente con el mar que hacía infinita a su alma. Pensó en lo bueno que sería estar sentada viendo el atardecer en el océano, en vez de ese pequeño rincón del mundo compartiendo lo más básico de su humanidad con un montón de desconocidos. Por más que quiso, no pudo evitar derramar un par de lágrimas aún con los ojos cerrados. La lluvia afuera parecía suspendida en los cristales del tren, y aunque abrió los ojos para intentar mirar hacia afuera, le resultó imposible. En esas agotadoras jornadas de regreso a casa, lo único que de algún modo la entretenía era mirar por la ventana y ver todo tipo de casas y negocios alzarse por fuera del tren. Era como otra dimensión en la que se permitía imaginarse el curso de la vida de los demás, sus amores y desdichas, sus alegrías y tristezas... Pero no esa noche. Esa noche no. Tendría que conformarse con solo mirar aparecer y desaparecer las gotas de fría lluvia al deslizarse sobre el cristal. Su alma dio un vuelco y se sintió increíblemente sola, demasiado diminuta en el vasto universo que no tiene inicio ni final. Pensó que sus problemas eran demasiado insignificantes y miserables, y empezó a estar triste. Su corazón se rompió momentáneamente, mientras una mueca que pretendía ser una sonrisa se grabó en su rostro mientras se convencía a sí misma que todo, todo en absoluto; era un sin sentido...