He vuelto. Un cielo insondable, oscuro, lleno de diminutas manchas plateadas; se cierne sobre mi cabeza a la entrada del pueblo. No recordaba tantas estrellas juntas en un cielo tan despejado. Me concentro y cierro los ojos. Trato de acumular todas mis percepciones en el olfato. En el aire de todas las cosas, la leña ardiendo en cualquier punto cardinal de este pedacito de tierra caliente, que otrora me vio crecer, llena mi espíritu con su fuerte, pero delicada esencia. Me voy unos 10 o 15 años en el tiempo. Soy una niña menudita, que corre descalza bajo el sol de la mañana. Me reposo, saco agua de una tinaja. Refrescante, demasiado refrescante. Las diminutas piedras del camino no afectan mis pies. Sigo corriendo. Juego, soy feliz. Me llaman a comer. En el rancho grande de palma donde está un fogón de leña, veo cocinarse una olla grande con arroz de coco y lentejas con picadillo de papas. El negro hollín sobre las paredes de bahareque y la parte de adentro del techo, le dan a este espacio un inesperado toque acogedor. Es la casa, la casa de todos...
Recojo mis pensamientos en uno solo. Definitivamente este es el olor que más amo en el mundo.