Capítulo 2 - Basura y sueños

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—Matt, es hora de levantarse —gritaba mi padre al otro lado de la puerta mientras la golpeaba suavemente con los nudillos.

—Lo sé papá, ya estoy despierto —contesté mientras terminaba de vestirme. Todavía quedaba una hora para ir a clase, pero ya estaba preparado.

La luz del sol entraba por la persiana rota de la ventana de mi habitación, por eso siempre era el primero en despertarme todos los días. Aprovechaba el silencio de la mañana para imaginar cómo sería todo si pudiésemos cruzar esas grandes paredes que nos separan del mundo exterior. Nadie sabía qué hay más allá de esos cuatro muros, aunque los libros contaban que habían sido levantados hace tantos años que nadie podría haber visto o sabido qué se alza tras ellos. Estaba terminantemente prohibido salir de Roneg, pero sabía que algún día lograría descubrir qué se encontraba más allá de la jaula.

Fui consciente de que el reloj ya marcaba las ocho cuando comencé a escuchar el bullicio en la calle. Salí de mi habitación y me dirigí a la cocina. Llené un vaso con agua del grifo y abrí uno de los armarios. Tan solo había una caja metálica con algunas galletas. La abrí, tomé una y lo dejé nuevamente en su sitio. Desde que los sueldos se habían visto reducidos lo único que se desayunaba en casa eran galletas. En ocasiones especiales mi padre compraba un pastel, el más barato que pudiese encontrar, y lo guardábamos durante la mayor cantidad de días posibles. Lizzy no había conocido la buena época, aquella en la que podíamos comer cosas diferentes más de una vez a la semana y la luz podía estar encendida después del anochecer.

El colegio al que iba mi hermana estaba justo en frente de nuestra casa. Aparentemente era de los mejores de la ciudad, pero yo había salido de allí sin apenas saber nada. Fue al aprender a leer cuando comencé a descubrir muchas cosas.

—Matt, tenemos que hablar —gritaba mi madre desde el salón.

Me apresuré a llegar al salón. Cuando mamá se enfadaba era mejor no hacerle esperar. Cuando crucé la puerta vi a mi madre con una carta en la mano.

—¿Cuántas veces te hemos dicho que dejes estas cosas? No son más que tonterías que te están quitando tiempo. Aceptamos que quisieses estudiar aunque nos haga falta el dinero, pero estás perdiendo el tiempo con estas cosas. ¿Unas clases de música? ¿Para qué? Sabes que tampoco podemos comprarte un instrumento —Su tono cada vez denotaba más enfado.

—No hace falta. Encontré uno tirado el otro día de camino a clase. Puedo arreglarlo. Sólo necesito —intenté seguir, pero vi cómo mi madre rompía la carta en pedazos. La imagen que tenía en mi cabeza arreglando

—Un no es un no. Y eso es lo que hemos dicho —la voz de mi padre por detrás de mí me sobresaltó. Había llegado también para ayudar a mi madre a arruinar mis sueños.

—Que vosotros no quisierais cumplir vuestros sueños no significa que sea imposible —grité mientras iba de vuelta a mi habitación.

Odiaba que todos creyesen que porque las cosas fuesen difíciles debíamos abandonarlas. Las calles eran un desastre, pero nadie hacía nada por cambiarlo. Y cuando alguien intentaba mejorar su futuro, llegaba alguien a pararle los pies, a decirle que los sueños solo impedían ver los problemas que de verdad tenían delante. Lo habían hecho cuando dije que quería estudiar, aunque acabasen aceptando, después lo hicieron cuando intenté construir el generador que nos ahorraría dinero y nos permitiría hacer ejercicio, y estaba decidido a que esta fuese la última vez que me intentasen detener.

Guardé los libros en la vieja mochila, la misma que llevaba usando los siete últimos años, y salí hacia el viejo jardín de la casa por la puerta trasera. Mi vieja bicicleta estaba allí. Los frenos chirriaban al usarlos y una de las ruedas estaba muy desgastada, pero seguía siendo útil para transportarme. El cesto era grande y me servía para llevar todo lo que encontraba de valor a casa.

Dimensión 0 || [En Curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora