5.

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Cuando Laura apareció aquella noche en lo alto de las escaleras con la túnica de seda que él le había enviado poco antes a su habitación, Ross creyó que no tendría fuerzas para asistir a la gala.

No, lo que deseaba era agarrarla y arrastrarla directamente a su dormitorio para quitarle la túnica. Estaba hecha de seda verde esmeralda y parecía casi recatada por delante. Tenía el cuello alto y la delicada y brillante tela le acariciaba las curvas. Hacía ondas cuando bajaba las escaleras, flotando por su cuerpo como el agua.

Pero lo que estaba deseando ver Ross era la espalda. Había seleccionado el vestido por aquella razón. Fiel a su palabra, su intención era hacer destacar su perfil dentro de la empresa. Así la humillación de su familia sería más aparente. Si nadie sabía quién era la familia Marano, si solo estaban al tanto de sus empresas, su caída en desgracia no tendría el impacto que Ross buscaba.

Dentro de pocas semanas cortaría del todo los lazos. Dejaría que Laura se ahogara con su padre y con el resto de los Marano.

Era una crueldad. Pero lo que Damiano Marano le había hecho al padre de Ross, la manera en que había manipulado a su madre…

Forzó una sonrisa. Para practicar un poco el encanto. Después de todo, lo tenía, aunque no lo sacaba mucho a relucir cuando estaba con Laura. Podría tener cualquier mujer que quisiera, y lo había hecho antes incluso de convertirse en el hombre que era ahora.

Las chicas con las que salía en la época del instituto lo encontraban fascinante. Ninguna de ella había hecho el amago de llevarlo a su casa y presentárselo a sus padres. Pero muchas se lo habían llevado a cabañas en el jardín, asientos traseros del coche y habitaciones vacías.

Tal vez no fuera un hombre del que pudieran presumir, pero sin duda lo encontraban atractivo para ciertos usos. Laura había demostrado ya que no tenía ningún problema en utilizarlo para su satisfacción física aunque lo despreciara a nivel personal. Así que Ross supuso que no tenía ningún sentido intentar mostrarse encantador ahora.

Cualquier pensamiento de mostrarse encantador o cualquier otra cosa se le borró completamente de la mente cuando vio el lateral de la túnica una vez que Laura llegó al final de las escaleras. No podía pensar en otra cosa que no fuera arrancársela del cuerpo en aquel mismo instante.

–Date la vuelta –le pidió con voz firme.

–¿Por qué? –preguntó ella girándose para mirarlo.

–Date la vuelta –repitió Ross.

Un destello de color le surgió en el cuello y las mejillas. Estaba claro que, aunque se enfadara, disfrutaba un poco cuando le daba órdenes. Ella se giró despacio, seduciéndole al tomarse su tiempo. Y cuando reveló por completo la espada, a Ross se le formó un nudo en el estómago. La sangre se le subió a la entrepierna.
La espalda de la túnica era una letra uve profunda que terminaba justo sobre la curva de su trasero, dejando la espalda entera al descubierto.

Ross quería llevársela arriba, no solo para hacer lo que quería con ella, sino también para evitar que ningún otro hombre pusiera los ojos encima de lo que consideraba suyo.

–No importa cuántos hombres haya habido antes que yo –dijo sin darse cuenta de que estaba hablando en voz alta hasta que ya fue demasiado tarde–. Ahora eres mía. Siempre has sido mía, Laura –las palabras sonaron más crudas y más reales de lo que pretendía. Pero es que aquel sentimiento era más crudo y más real que todo lo que había sentido con anterioridad.

Ross sabía lo que eran las ataduras. Veía con claridad la facilidad con la que se podían manipular los sentimientos. Pero lo que sentía por Laura iba más allá de sí mismo. Nunca podría destilarlo en una única emoción limpia. Ni siquiera podía apenas definirlo. Necesitaba quemarlo. Para poder alejarse al final de la familia Marano sin mirar atrás.

Fantasía prohíbida [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora