Cuando el coche se detuvo en la puerta de casa de Ross más tarde aquella noche, estaba de un humor de perros.
Laura había hecho exactamente lo que le había pedido y había bailado con todos los hombres de negocios que pudo. Y los había encandilado a todos. Sin duda había conseguido lo mismo con la prensa.
Había hecho exactamente lo que le había dicho y estaba furioso. Pasar toda la noche sin tocarla había sido una tortura. Pero estaba preparado para seguir adelante con su acuerdo. Para recordarle por qué estaba allí y con quién. No habían hablado en el coche de regreso a la villa. Laura exudaba indignación a su lado, pero a él no le importó.
Cuando salieron del coche y entraron en la casa, se giró hacia ella.
–Quiero que vayas a tu habitación y abras el primer cajón de la cómoda. Encontrarás algo que ha dejado mi personal de servicio para ti. Prepárate para mí.
Ross entró entonces en su despacho, se sirvió un vaso de whisky y se lo bebió de un trago desesperado. Recorrió la estancia arriba y abajo y trató de entender qué había sucedido exactamente para que se sintiera tan agitado.
Celos.
No recordaba cuándo fue la última vez que sintió celos. Si es que los había sentido alguna vez. Cerró los ojos y permitió que un viejo recuerdo se apoderara de él. Diablos, el bikini. Sí, en aquel momento se sintió celoso de un modo extraño. Del hecho de que fuera joven y tuviera toda la vida por delante. Del hecho de que los hombres no la hubieran descubierto todavía, y de que él no pudiera formar parte de ese descubrimiento.
Habría dado cualquier cosa con tal de poder ser el primer hombre que la tocara. Por ser quien despertara su sensualidad. Sus suspiros, sus gemidos. Por ser quien le proporcionara su primer clímax.
Sí, habría dado cualquier cosa por ser aquel hombre. Y sintió celos. De un hombre que no existía. Pero en cierto modo, cada hombre que había bailado con ella esta noche se había convertido en uno de esos hombres sin rostro que habían llegado antes que él.Los odiaba a todos aunque no supiera quiénes eran.
Ross dejó la chaqueta del traje en el suelo y salió del despacho para subir las escaleras hacia el dormitorio. Más le valía que estuviera lista para él. Porque no iba a esperar ni un momento más.Abrió la puerta del dormitorio sin llamar y Laura se giró para mirarle.
Todavía llevaba puesto el vestido de la gala.
–Creí haberte dicho que te cambiaras –dijo.
Los ojos verdes de Laura brillaron con furia.–Sí, lo hiciste –dijo–. Pero no tengo ninguna intención de vestirme para interpretar una extraña fantasía que tú tengas.
–¿Te ofende la ropa interior cara?
–Lo que me ofende es la idea de no haberla escogido yo. La idea de ser intercambiable con cualquier otra mujer.
–¿Qué tienen que ver mis otras amantes con esto?
–Todo. Me estás tratando como si fuera una de ellas.
Ross apretó los puños. El corazón le latía con tanta fuerza que le quemaba.
–¿Y tú quieres ser especial? ¿Es eso?A Laura se le sonrojaron las mejillas.
–No quiero ser igual. No quiero ser solo otro cuerpo caliente de los muchos que podrías tener.
–¿Sigues dudando de mi deseo hacia ti? –Ross se desabrochó un botón de la camisa y luego otro, quitándosela mientras avanzaba hacia ella como un depredador–. ¿Qué debo hacer para demostrarte que soy tu servidor, agape? ¿Qué tengo que hacer para demostrarte que eres la dueña de mi cuerpo?