7.

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Las últimas dos semanas en la villa de Ross habían sido sorprendentemente agradables. Resultaba extraño convivir con él y no pelearse. A Laura le recordó a un tiempo distinto. Un tiempo más sencillo, cuando se caían bien. Cuando ella le miraba con admiración. Cuando al parecer Ross sentía una cierta atracción hacia ella que había enterrado.

Tal vez habían convivido de manera tan pacífica porque llevaban vidas esencialmente separadas. Menos cuando estaban haciendo el amor. Lo que no quedaba confinado a las noches ni a la cama. Laura tenía la certeza de que Ross la había tomado en cada superficie de la villa entera.

No se quejaba. Había sido… bueno, había sido la culminación de sus más calenturientas fantasías. Resultaba extraño. Como si estuviera llevando una vida de prestado, una vida de la que no podría disfrutar a largo plazo pero que era en muchos sentidos preferible a la que siempre había vivido. Seguía ocupándose de sus responsabilidades. A veces trabajaba en la oficina de Ross, otras en el despacho que tenía en casa cuando él no estaba.

No podía quejarse de las vacaciones. Por supuesto, también era difícil justiciar el hecho de que estuviera durmiendo con su enemigo.

Aunque no literalmente, porque no dormían juntos, tenían relaciones sexuales y luego él se marchaba.

–Así hago yo las cosas, agape –dijo riéndose ella sola por lo mal que imitaba la voz de Ross.

Llamaron a la puerta y se sobresaltó. Ella se preguntó si no le habría convocado al pensar en él. Pero se había ido a trabajar un par de horas atrás, así que dudaba que ya hubiera vuelto.

Abrió la puerta y se encontró con una de las doncellas, Maria, que tenía un paquete en la mano.

–Esto es para usted, señorita –dijo.

–Ah, gracias –todo el cuerpo de Laura se calentó al darse cuenta de qué era.

Cuando Maria se marchó, cerró la puerta y abrió a toda prisa el paquete. Dentro había un bikini rosa fucsia. Llevaba varios días planeando aquello. Tal vez fuera demasiado juvenil, pero quería tener la oportunidad de rescatar el momento que ambos se habían perdido y que parecían no haber olvidado.

Se lo puso enseguida y se miró en el espejo de cuerpo entero. Se le sonrojaron las mejillas. No tenía costumbre ponerse cosas tan reveladoras. Aunque sinceramente, tras pasar tanto tiempo desnuda con Ross no debería sentir pudor. Pero lo sentía. Todo aquello sucedía al calor del momento. Esto era… premeditado. Nunca había hecho ningún juego de seducción con él. Pero ahora buscaba algo más. No podía negar que lo que sentía por él no era odio en aquel punto. Sería mucho más fácil en ese caso.

Sentía… Bueno, sentía muchas cosas.

Aspiró con fuerza el aire, abrió la puerta del dormitorio y se dirigió por el pasillo hacia las escaleras que daban a la piscina. Su intención era estar allí cuando Ross volviera. Quería darle la oportunidad de tomar una decisión diferente esta vez cuando la viera en bikini.

Se deslizó en el agua templada y nadó hasta el extremo de la enorme piscina para mirar hacia la vista del mar. Era un lugar precioso. Nunca pensó que llegaría a sentirse tan a gusto en la guarida de Ross.

No se podía decir que estuvieran más unidos, no exactamente. Pero… tenían algo más que antes. Para empezar, podrían estar el uno en presencia del otro cinco minutos enteros sin gritarse. A veces incluso sin arrancarse la ropa, pero solo a veces.

La idea la hizo sonreír. Alzó el rostro hacia el cielo para recibir la caricia del sol.

–¿Qué estás haciendo aquí?

Fantasía prohíbida [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora