Laura lo hizo. Y lo siguió haciendo los días posteriores, demostrarle el amor que sentía por él. Y Ross hizo lo mismo.
Uno de los momentos de mayor orgullo para Ross fue cuando Laura se graduó con una de las mejores notas de la Facultad de Derecho. Fue un momento de gran felicidad, estar sentado allí vitoreándola mientras ella subía al estrado y él sostenía a su hija en el regazo y a su bebé recién nacido en el otro brazo. Estaba muy orgulloso de lo que Laura había conseguido, de lo que había decidido lograr.
En su opinión, Laura era la mejor abogada de la ciudad de Nueva York, siempre defendiendo a mujeres en circunstancias difíciles y a niños que habían sufrido alguna injusticia. Si alguien le hubiera dicho cuando se casó con Laura que durante la siguiente década la amaría todavía más, le habría contestado que estaba loco. Después de todo, ¿cómo se podía amar a alguien más que en el día de la boda? Pero Ross había descubierto lo profundamente que podía crecer el amor.
Cada año, cada hijo, cada nuevo logro y cada fracaso añadían una textura y una riqueza a lo que sentía por ella que iba mucho más allá de lo que nunca pudo haber imaginado.
En la noche de su décimo aniversario, Laura volvió a casa del trabajo agotada y con el ceño fruncido, probablemente porque estaba trabajando en un caso complicado.
Ross la estrechó entre sus brazos sin decir una palabra. Y ella se relajó y se apoyó en su fuerza.
–Me alegro de que hayas llegado –murmuró Ross.
–Por supuesto. Es el único sitio en el que quiero estar esta noche –alzó la vista para mirarlo y sonrió–. ¿Los niños están bien?
–Creo que Alethea les está leyendo un cuento. Y ha conseguido también que se tomen las verduras en la cena.
Laura se rio.
–Es una buena noticia.
–Y mañana vendrán Damiano y mi madre para llevarse a los niños el fin de semana. Quieren contribuir a que pasemos tiempo solos.
–Muy amable por su parte.
–La verdad es que sí –Ross le acarició la mejilla con el pulgar–. ¿Te apetece salir esta noche? –observó las ojeras que tenía–. ¿O prefieres quedarte en casa?
–Me encantaría salir. Porque quiero presumir de marido.
–Igual que yo de mujer.
Laura dejó escapar un largo suspiro.
–Llevamos juntos más de una década. Es increíble lo distintos que han sido estos diez años comparados con los anteriores.
–Entonces nos deseábamos el uno al otro pero no nos lo permitíamos.
–Sí. Ahora no entiendo de qué teníamos tanto miedo. A qué estábamos esperando.
–Cuanto más pienso en ello, más creo que estábamos esperando al momento adecuado. En el que podríamos ser lo bastante valientes para darnos amor el uno al otro del modo adecuado. Si te hubiera besado por primera vez cuando tenía dieciocho años lo habría estropeado todo más tarde. No te habría dado el apoyo que necesitabas en el momento.
Laura asintió lentamente.
–No creo que yo hubiera sido una mujer capaz de perseguir sus sueños.
–¿Quieres saber un secreto, Laura?
Ella asintió.
–Por supuesto.
–Me gusta todo lo que tenemos. Lo atesoro. Disfruto de mi trabajo. Y estoy orgulloso del tuyo. Pero mi sueño eres tú.
Laura sonrió y se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Tú también eres mi sueño.
Se puso de puntillas y le dio un beso, y fue como la primera vez.
Con Laura siempre parecía la primera vez.
–Tal vez al final no salgamos hoy después de todo –dijo Ross.
Ella sonrió con expresión algo maliciosa.
–Sí, tal vez será mejor que nos quedemos aquí.
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