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Como había esperado, lo único que podía ocurrir era que la situación empeorase. La herida de Rogue se había infectado gravemente, provocando fiebre y una dura respiración en el pelinegro. Sting estaba de los nervios, dejando a Rogue encerrado completamente solo en aquel lugar con la esperanza de que nadie llegase hasta allí mientras, en uno más de sus desesperados intentos, buscaba medicamentos de cualquier tipo.

Rogue irradiaba un calor excesivo, su cuerpo tiritaba de frío en contraste, quejándose de ello. Sabía que Rogue había empezado a delirar producto de la alta fiebre, exigiéndole a Sting que llamara a su madre porque se encontraba muy mal, o llamándolo por nombres que no era el suyo, principalmente hacia referencia a Gajeel. Tenía miedo de que Rogue despertase y, al verse sólo, tratara de salir de en busca de alguien. Había cerrado la puerta desde fuera por si acaso, poniendo al lado de la puerta una falsa señal de que había muertos dentro.

La cosa no hizo más que empeorar cuando el coche se quedó sin gasolina cuando le quedaba unos kilómetros para llegar, kilómetros que se convertirían en horas andando y que aún así debía recorrer. Corría sin detenerse a no ser que fuera necesario para sus pulmones, queriendo reducir el tiempo de aquel trayecto.

Sí algo tenía claro Sting era que las personas tenían mil veces mejores productos médicos que las farmacias saqueadas, por lo que no dudó en esconderse cuando vio un pequeño grupo salir de una vieja casa que el había saqueado días atrás; se dispuso a lograr un rehén para poder reunir todo lo que fuera necesario.

Capturó a una chica rubia, agarrándola del cuello y ganándose un montón de miradas repletas en furia, pero no le importó. Su arma viajó a la cabeza de la chica en advertencia ante cualquier movimiento.

—¿Qué quieres?—gruñó una persona, la rabia ante la impotencia de no poder hacer nada invadiendo su voz.

—Medicinas, todas las que tengáis—respondió sin dudar, pero no obtuvo respuestas inmediatas, simples miradas desquiciadas.

—No tenemos medicamentos aquí—habló la chica que estaba siendo levemente ahogada, su voz temblando por el miedo.

—Pues sacadlas de donde las tengáis guardadas—gruñó el rubio apretando su agarre debido al miedo, aún con las medicinas sería difícil salir de allí. Su mirada paseándose entre los integrantes del grupo, su mano tembló levemente. Llevaba varios días sin comer nada, tampoco se preocupaba en buscar alimento, apenas lograba dormir un par de horas al día y hace poco había comenzado a invadirle el miedo de perder a Rogue verdaderamente, de llegar al lugar y que estuviera muerto.

Sting no pudo reaccionar ante el ágil movimiento de la chica que sujetaba, tampoco tenía fuerzas para luchar contra ello. Acabó desconcertado por el golpe en el duro suelo, se incorporó en el suelo con dolor y su mirada se llenó de temor una vez enfocó frente a él. Cuatro pistolas se dirigían a su persona sin ningún miramiento. Tembló, irónicamente en lo único que podía pensar era en Rogue. El pelinegro temblando en aquel frío lugar completamente solo, moriría de hambre, si no lo mataba antes la infección. Tal vez un día abriría los ojos, uno de esos días lo suficientemente consciente para saber donde se encontraba, lo buscaría, y se daría cuenta de que lo había dejado encerrado en el mismo lugar en el que prometió no separarse jamás.

Por su cabeza pasó la ridícula idea de simplemente correr para comprobar si con suerte no lo alcanzaban las balas. Las lágrimas se formaban en sus ojos al no ver ninguna solución.

—P-Por favor, mi amigo se está muriendo, solo quiero medicinas para salvarle—suplicó con la mirada hacia el suelo, sus lágrimas deslizándose por sus mejillas—. El arma ni siquiera estaba cargada, no quería hacer daño a nadie.—Lanzó la pistola a los pies de aquellas personas buscando que comprobaran aquello y que, de alguna forma, lo dejasen ir.

Incluso al final [Stingue]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora