Epílogo

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Los habitantes de la Tierra siguieron con sus vidas, pasaron por muchas guerras más luego de que se libraron de la dictadura de los demonios, que dejaron a los humanos al borde de la extinción. Con el tiempo para muchos lo ocurrido con esos seres no fue más que un cuento para niños.

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Han pasado 1.000 años desde que el Rey Piccolo murió. La Tierra ya no podrá mantener vida, su delicado ecosistema se destruyó, los pocos humanos que quedaban con vida huyeron al espacio. Marte no era su destino, unos centenares de años atrás se usaron bombas atómicas allí, por lo que tampoco era habitable.

Unos meses más tarde, Elena, una de las que evacuó sola, se estaba quedando sin aire, ni comida en su nave, por suerte llegó a la órbita de un planeta habitable. Estaba tan agotada que apenas tocó tierra cayó desmayada.

Horas después volvió en sí en una cama, todavía tenía el traje espacial puesto, al frente estaba el rostro sonriente de un hombre de unos 30 años, media 1.80 cms., pelo oscuro, piel verde claro, orejas puntiagudas y colmillos, ojos de un intenso esmeralda, vestía pantalón café sujeto con una faja, camisa oscura holgada con escote en V.

— ¿Se siente bien? — le preguntó el hombre.

— Tengo sed.

Le dio a beber de un cuenco, la mujer miró alrededor, el lugar era una cabaña pequeña, aparte de la cama había un comedor, y uno que otro mueble más, era un lugar muy austero.

— ¿Dónde estoy? — consultó en un susurro.

— Nuestro planeta no tiene nombre ¿Quiere dormir?

— Sí por favor, me siento cansada — le dijo con las pocas fuerzas que le quedaban.

— Pero antes tome un poco de sopa, le ayudará a recuperar energía — luego de eso ella se sumergió en un sueño pesado, pero reparador.

Cuando despertó, se sentía mucho mejor, estaba sola, se acercó a una de las ventanas, vio que las demás casas eran parecidas, miró a lo lejos gente de distintas edades cuidando los sembrados, otros estaban en telares, o haciendo distintas actividades, parecía una aldea como las del pasado de la Tierra.

Muchos la saludaron y le sonrieron, algunos con piel verde de distintas tonalidades, con antenas, otros con orejas puntiagudas, aunque la mayoría de ellos parecían totalmente humanos, como no vio gestos agresivos salió a la entrada, entonces se le acercó el hombre que le dio de beber.

— No debería caminar ¿Quiere volver a descansar?

— Estoy bien, gracias. Nadie de mi planeta sabía de este lugar.

— No viajamos fuera de nuestro mundo.

— Es todo tan tranquilo.

— Si quiere mientras le muestro el lugar le cuento nuestra historia, le deje ropa para que esté más cómoda.

— Gracias.

Cuando salió de nuevo él quedó maravillado, parecía un ángel con ese vestido largo naranja claro ajustado a la cintura, llevaba su cabello café ondulado suelto hasta los hombros, era de piel morena, ojos cafés claro, media 1.70 cms., de unos 25 años. 

Caminaron por el borde de un río.

— El primer padre y la primera madre de nuestro mundo fueron Cynthia y Majunia.

— ¿Los de la guerra contra los demonios? Pensé que era un mito.

— Ellos llegaron huyendo de la Tierra luego de ese terrible conflicto.

La MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora