Toda esta historia comienza, cuando el bajo oeste comenzaba a extinguirse (1899).
Como de costumbre, yo era una de las pocas chicas que había en el mundo, que, corrían por mis venas una pasión por mi gran pasión, ser vaquera.
Viajaba casi todo el tiempo durante desiertos, tempestades, días, noches, por ciudades, por los pueblos...; atacando al débil hombre que se me cruzaba y que me retaba durante mi travesía y derrumbándoles con mis dos revólveres como si fuesen chinches para mí, demostrando al falso enemigo que una mujer tenía la misma valentía en esta profesión que ellos, a pesar de los pensamientos machistas de la época.
Por otra parte, era curioso mi caso, puesto que, no pertenecía a ningún clan, ni rebelión, ni nada similar, ya que, básicamente, para una mujer como yo, (intrépida y aventurera que lo único que quería es acción y espontaneidad) sería una misión imposible pertenecer a un grupo determinado. Aunque, muchas mujeres de mi sociedad, me habían hecho hincapié varias veces con que dejara mi estilo de vida, dado que, una mujer de mi sociedad debía de realizar la "tarea sucia", que, cualquier hombre no quiere hacer.
Mientras llegaba a la ciudad con mi caballo, intente evadirme de esos recuerdos absurdos que me llegaban constantemente a mi cabeza, provocándome dolores intensos y quebraderos de cabeza.
Al cabo de una hora, llegue al pueblo más cercano que me permitía acercarme por esos momentos. Así que, me baja del caballo y estacioné al borde de la ciudad para proseguir con mi rutina de siempre, ya que, a pesar de a ver terminado varias peleas durante el día con unos pocos bastardos que me había encontrado hasta poder llegar a la ciudad, estaba bastante exhausta.
Me acerqué a la taberna más cercana que encontré por aquella ciudad. Abrí la puerta encontrándome un bar bastante lúgubre, y que, estaba lleno de prostitutas, cantantes, hombres tirándose jaras de cervezas, borrachos, entre otras locuras que ocurrían en aquel entorno cerrado. De inmediato, me dirigí hacia la barra, ignorando todo lo que estaba ocurriendo en aquel momento para no tener problemas.
-Deme un vaso de whisky- levanto la mano mientras le hacia un gesto al camarero.
El camarero alzo su mirada hacia mi llamada, viendo a su vez, el gesto que le había realizado con mis dedos para que me trajera mi pedido. Entonces, en ese momento, el trabajador soltó jara que estaba terminando de limpiar para preparar mi bebida.
Volví a centrarme de nuevo en mis problemas, huyendo un poco de la lamentable muchedumbre varonil que tenia en mis espaldas, cuando de repente, se me acerca uno de los borrachos del lugar.
-Señorita, ¿cuánto cobra usted por una noche? -Se acerca con intenciones de tocarme.
- Y usted, ¿cuánto cobra por borrachera? - Me levanto y le pego en sus partes.
El hombre se echó para atrás y grito de dolor, mientras que, de su boca, me maldecía y se retorcía de dolor en el suelo.
Todo el mundo, por unos segundos, paro lo que estaba haciendo para observar lo que estaba pasando. Ignorándoles, proseguí a lo mío como si no hubiera pasado nada.
-Para ser una damisela, tienes muchos cojones, ¿eh? - Se ríe mientras me ofrece la bebida. -No sé quién te ha enseñado esos trucos, pero de hacerlo, ha tenido que tener...
-Mire señor, no he venido a este lugar, para escuchar el balbuceo de que cuatro subnormales, como usted y de que están presentes, -dejo de mirar el vaso para luego mirarle a el a la cara- para que, luego me estén diciendo estas simplonadas.
El camarero me hace un gesto intentando tranquilizarme mientras se retira a realizar su trabajo de nuevo.
-Por cierto. - Le arrogo unas monedas para pagarle. - Tome, lo del whisky.
Me opte por tener una actitud de soberbia y de tranquilidad a la vez, mientras me apoyaba en la mesa de la barra y bebida mi bebida.
Alce mi mirada hacia el gran espejo que había enfrente mía, mostrándome todo mi entorno. Me detuve a mirarme fijamente, percatándome, de que mi gran trenza de raspas la tenía casi destrozada y deshecha por el sobrero y el tiempo. Me lo quite e intente volver ha hacerme desde cero, pero esta vez, más rápido y mejor echar que esta mañana.
Debo de admitir, que, me costó un poco hacérmela, ya que, las horas que fui al local, la luz del lugar y mi pelo que era casi tan obscuro como el carbón, me dificultaba un poco la visibilidad a la hora de trenzármela, sobre todo, por la parte de la cabeza.
Cuando por fin logré terminar, cogí mi sobrero y me terminé de beberme todo el whisky que me quedaba en el vaso, para que, acto siguiente, pudiera salir hacia mi nueva aventura.