La invasión de las mandarinas

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Las frutas son importantes para nuestra salud. Algunas nos dan energía, como el plátano o el mango; y otras nos dan vitaminas, como la naranja y el camu camu. Todos deberíamos consumir frutas por lo menos una al día. A nadie se le ocurriría comer tanta fruta, a menos que tengas una dieta especial o seas un deportista calificado. Todo en exceso es malo, hasta el agua. Sin embargo, un día ocurrió algo que literalmente casi me apaga la tele. Tal vez haya sido una locura, pero era mi única salida.

Era un día tranquilo; apenas era un niño cuando mamá impuso la "norma" de comer fruta todos los días. Siempre dejaba manzanas, plátanos y mandarinas en una canastilla. Cada vez que ella regresaba de trabajar y encontraba la canastilla llena, se molestaba conmigo porque se suponía que debía comer. Obviamente, la fruta se descomponía cuando pasaba mucho tiempo expuesta al ambiente, y eso no le agradaba mucho a mamá. Recuerdo que un día encontré la canastilla llena de mandarinas; creo que había un poco más de 2 kilos. Como ya estaba harto de que mamá se molestara conmigo por algo que ni siquiera le pedí, tomé una decisión bastante radical y algo osada. Era hora de acabar con la invasión de las mandarinas.

Tomé todas las mandarinas y las coloqué en una bolsa. Me dirigí hacia mi habitación y comencé a pelarla cada una de ellas; tendría unas 15 o 16 en total. Luego vendría la tarea titánica de comer una por una, parecía un juego de reality de competencia ¿Torres de vasos? Eso no es nada. Comer dos kilos de mandarina sí que es un reto y de valientes.

Satisfecho por una dosis brutal de vitamina C, me senté el sillón y prendí la tele. Me sentía tan tranquilo; por fin pude comer todas las mandarinas y mamá estaría más que contenta. La fruta de toda una semana había desaparecido en cuestión de minutos. Claro que el cuerpo me pasó factura al poco rato. De un momento a otro, sentí una molestia en los ojos, algo así como una hinchazón. Me vi en el espejo y mis ojos estaban muy hinchados, como si alguien me hubiera dado un golpe. Mamá no estaba así que le dije a mi abuelito que me acompañará al hospital. Recuerdo que cuando me vio el médico, le conté lo que había pasado, y él dijo que posiblemente haya sido por un exceso de vitamina C. Yo pensaba: "Claro, A quién en su sano juicio se le ocurre comer 2 kilos de mandarina, y encima de golpe". Como me encontraba en un estado deplorable, el médico me inyectó adrenalina. Dijo que con eso me sentiría mejor. En verdad me sentía mucho mejor, y ya no me importaba lo que había pasado.

La alegría no duraría mucho tiempo. Mis ojos nuevamente se hincharon y esta vez sí me asusté. Pensé que tal vez el médico no aplicó suficiente adrenalina; así que regresé al hospital. Era la primera vez que iba al hospital dos veces, el mismo día, y por el mismo problema. Esta vez me atendió otro médico que no solo me inyectó adrenalina, sino también me colocó un nebulizador. Ya si esto no funcionaba, nada lo haría. Un exceso de adrenalina podría mandarme a la otra en cuestión de segundos. Al menos la hinchazón bajó y pude irme a casa sin ningún problema.

Con el tiempo mamá dejó de comprar fruta. No estaba seguro si se dio cuenta que las mandarinas casi me matan o porque no tenía sentido comprar algo que no iba a comer. Posiblemente sea lo segundo porque el médico me prohibió comer frutas cítricas por un tiempo; ya luego podría comer una o dos.

A veces dejamos que las cosas se acumulen y cuando nos damos cuenta no sabemos qué hacer. Intentamos hacer todo de golpe y rápido como para 'quedar bien' con alguien, sin considerar las consecuencias. Al final lo que pretendamos hacer podría estar mal, o la situación podría estar peor que al inicio. Tal vez debí comer una mandarina al día y con eso bastaba. No esperar a que haya dos kilos de mandarina, eso pudo hacerme mucho daño.

No hay nada mejor que hacer una cosa a la vez, y así evitar contratiempos o complicaciones. Las mandarinas ni las tareas hacen daño, pero si dejas que se acumulen sí podrían afectarte.

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