Parte 1

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Lady Graham se caracteriza por lo diferente; sus fics alternos la mayoría de las veces emplean los nombres de los personajes Candy-Candy, la cual pertenece a sus debidos autores; yo lo soy de este contexto.

. . .

Arribada a la calle 71, con esa era la setentaiunava cuadra que, una peculiar y linda mujer había caminado.

Aprovechando la luz en rojo que se interpuso a su paso, la cansada fémina miró hacia abajo; es decir, hacia sus pies para mirarlos gordamente hinchados dentro de sus zapatos blancos de piso. Piso que pronto iba a probar la delicadeza de sus plantas.

No importándole eso sino el alimento que llevaba días sin probar, la jovencita y el grupo de gentes conglomeradas comenzaron a avanzar consiguientemente de haber obtenido la señal de siga.

Sintiendo uno que otro empujón, indicaciones de moverse rápido o hacerse a un lado, la transeúnte tuvo que correr.

Ya atravesada la calle, sus ojos claros volvieron al suelo, anhelando encontrar ahí... esa moneda que muchos despilfarraban y que a ella le ayudaría a completar un singular boleto de metro. Era necesario transportarse al condado vecino, y lamentablemente su situación no se lo estaba permitiendo. Así que, desde lo más profundo de sus entrañas, deseaba con fervor hallar lo que le faltaba para viajar. Sin embargo... ese hombre acostado en un colchón de cartones y durmiendo a su lado un perro, o esa mujer llevando en su vientre un bebé y pedía dinero no por ella sino por su criatura, la hicieron maquinar:

— ¿Si también pidiera ayuda? Es una simple moneda la que me hace falta. Quizá alguien pudiera apiadarse y...

No; negativamente ella sacudió la cabeza, primero para desechar esa idea y segundo porque su forma de ser no se lo permitía. A ella le gustaba trabajar. De hecho, sabía hacerlo; no obstante, carecía de suerte ya que, lugar que llegaba a solicitarlo y conseguir el puesto, no faltaba el idiota compañero que se quisiera sobrepasar con ella, o las malas vibras de sus compañeras y todo por tener una linda cara y unas formas envidiables. Inclusive hubo alguien que se atrevió a invitarla a ser parte de un club para caballeros o...

— Yo te emplearía — le dijo, en una ocasión, un regordete individuo, — pero te ves tan inocente que no; no creo que puedas con el trabajo.

— Le puedo asegurar que sí, señor García —, la chica hubo suplicado, por ende...

— Veamos si es verdad. Tu plaza será la calle 45. Y solamente tienes que llevar en tu cuerpo... esto.

— ¿Qué es? – preguntó ella mirando la caja negra que se le ofrecía

— Pinturas.

— Es decir...

— Cubre con los tonos oscuros tus partes más íntimas.

— Pero...

— Cobra lo que quieras a los turistas que deseen tomarse una fotografía de recuerdo contigo. Yo me conformaré con el cincuenta por ciento de tus ventas.

Por supuesto era demasiado; y no sólo el tener que mostrarse desnuda frente al mundo entero sino la paga a aquel abusivo hombre. Entonces, derrotada y desilusionada una y otra vez, la mujer tenía que volver a casa para mostrarse ante su padre: fracasada.

Él le había advertido que en la ciudad iba a encontrar nada. Que mejor se quedara a su lado para hacerse cargo de su negocio: una lavandería que la mantendría ocupada la mayor parte del tiempo y que le ayudaría a olvidarse de sus sueños, esos de ser parte de cualquier coreografía teatral. Y así parecía iba a ser porque en ningún lado hubo sido aceptada por no tener la carrera básica de danza.

Compañeros de cuarto, ¿compañeros de vida?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora