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   La lanza cayó lejos detrás del rugharuth, Sam se paró firme, había algo cambiado en él; se avivó la determinación en su interior. No pensó. Comenzó a correr, en una acometida contra el monstruo. El otro hizó lo mismo, levantó una garra en un zarpazo. Sam se deslizó en el barro, esquivó la zarpa a toda velocidad, pasó ante su cabeza con un aullido de viento, y se alejó hasta tocar la lanza con los dedos, la empuñó levantandose.
   El rugharuth aulló a la luna y aceleró, el otro aceleró también.
   Sam fue más veloz, y de un tajo, amputó un brazo, y se alejó con el miembro en la mano. No pensaba, su cuerpo se movía por si mismo; era como si, estuviera curtido en mil batallas.
   El rugharuth chillaba de dolor, el muñón del brazo le escocía; un retoño hecho de ramas, creció entre el barro sangrante, como un esqueletico brazo.
   El miembro aferró el cuello de Sam, estrangulandolo.
   La lanza se le fue de las manos, intentaba quitarse esa garra que obstruía su garganta, la sensación de ahogarse era nueva para él. Una pálida figura animal acudío a su mente. El poder creció dentro de si, la energía recorría su cuerpo como un hormigueo. Un relámpago rojo desintegró el brazo amputado en fino polvo. El rugharuth se espantó ante el poder del niño.
   Fred se dislumbró ante el relámpago, el tatuaje que sellaba su magia; en su espalda le ardía en un brillo verdoso.
   Sam juntó las manos, la magia desenfrenada saltó entre ellas, era como eléctricidad, de un color rojo intenso, y caliente. La magia roja destellaba como una furiosa ave relampagueante. Casi como un reflejo, tomó forma, era un punto de luz roja, una partícula. Ahuecó las manos, la partícula creció, hasta ser una metra, pero pesaba como cien. No la podía lanzar
   —¡¿Qué esperas?!—dijo sin pensar. Su padre lo veía impresionado. No podía sonreir, no era él.
   El rugharuth dudo en momento, luego se pusó a trote. La sonrisa se le dibujó en los labios a Sam, también se pusó a trote. Una zarpa se levantó ante él en un arco mortal. Inclinó la cabeza evitandola, un corte se trazó en su mejilla robandole un hilo de sangre, y con la mano izquierda asestó el hechizo en el estomago del rugharuth, en su corazón.
   La explosión roja los envolvió, el resplandor vislumbró con su haz de luz rojísa. La esfera de energía, se deformó y, estalló desintegrando la escultura hasta los huesos en un destello de luz sangrienta; el haz de luz se extendió en un pilar rojo que sobrepaso las copas de los más altos pinos y llegó hasta las nubes, estallando en un millar de chíspas rojas, un festíval de fuegos artificiales que despejó el cielo nublado de golpe.
   Sam cayó sentado, ya no volvería a ser un cobarde, y eso lo entristecía; se sentía meláncolico, como un bloque de hielo, nunca volvería a ser el mismo. La mano le humeaba, olía a quemado y tenía espantosas quemaduras, pero no le importaba, sus manos estaban sucías y eso le inspiró terror; no sabía por qué, pero sentía la imperiosa necesidad de limpiarlas. Estaba sucío, cubierto de barro, se sintió impotente y tenía ganas de llorar por estar sucío...

Antique Obscura Acá Está La Magia...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora