Gris

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Juliana definía su vida como trazos al azar en un gran e impoluto lienzo blanco. Líneas rectas y espirales, temblorosas, rellenas y vacías, pero todas ellas llenas únicamente de tinta negra. Ella era una un boceto en carboncillo que jamás tendría vida suficiente para conocer su versión final.
Juliana no sabía lo que es el profundo azul del mar, ni la belleza de las flores en primavera o como lucia el césped verde que había bajo sus pies. Ni siquiera sabía el color de aquella sopa de champiñones que su madre le preparaba para hacerla sentir mejor en sus malos días.
Juliana veía la vida en blanco y negro.

De acuerdo a los diagnósticos de los doctores, eso sucedía desde que nació.
Acromatopsia congénita, esa era su diagnóstico o como a ella le gustaba pensar, su sentencia.
Ella estaba condenada a vivir en un mundo cubierto de un asfixiante e insípido cielo repleto de nubes grices.

Todo comenzó cuando estaba en el jardín de niños.
Rojo, azul, amarillo, naranja, verde, café. La maestra Cooper enseñaba los colores y por alguna razón, que no comprendía, no lograba que la pequeña Juliana pudiera identificarlos. Ella solía regañarla creyendo que la niña estaba tomándole el pelo, pues su aprendizaje en otras áreas era normal, por lo que creía que era imposible pensar que la morena tuviera algún tipo de retraso.

Cuando la profesora le hablaba más fuerte de lo habitual y repetía los colores con el enfado bañando sus palabras, a Juliana se le llenaban de lágrimas los ojos y sentía su labio inferior temblar bajo su aliento, porque en serio no podía ver la diferenciación entre el azul y el verde.
Después de un tiempo, cuando los esfuerzos de la profesora y los de sus padres fueron inútiles, estos últimos decidieron al fin llevarla a un médico y fue ahí cuando se descubrió el misterio.

Juliana recordaba haber exprimido su alma llorando esa tarde cuando sus padres, con todo el dolor del mundo reflejado en sus pupilas negras, le explicaron que nunca vería los colores.
A pesar de su corta edad, ella sabía lo que eso significaba.

Juliana era negro. Era la falta de color, el vacío primordial. Era café cargado y cigarrillos humeantes, inviernos hostiles y noches eternas. Negro.

Caminaba por un túnel oscuro del cual no podía escapar, donde una espesa bruma de tristeza y soledad se posaba sobre sus hombros, hundiéndola más en su miseria.
El dolor de conocer más las sombras de las personas que a ellas mismas, aparecía en cada paseo que daba por la cuidad durante los días soleados.

Vestía de negro, porque se lo merecía y a su vez, porque se sentía a salvó con él, ya que eso era lo único que realmente conocía.

El blanco era diferente. Le incomodaba.
Era puro e inocente y lo detestaba. Detestaba que significará su ignorancia ante la pigmentación de la vida.
Muchas veces le abrumaba, porque sus ojos dolían. Su corazón dolía.
La fotofobia y la perdida de agudeza visual solo hacían crecer el odio a sus ojos, los odiaba mucho, casi tanto como odiaba el blanco traidor; si se suponía que esté contenía todos los colores del espectro, porque no podía darle uno, cualquiera, ella solo quería un color. Solo uno, pero no.

Irónicamente, Juliana era una amante de los colores, aunque siempre tuviera que conformarse con los mitos que oía de bocas confusas y libros de tapa dura. Teóricamente nadie sabía más, pero no era suficiente.

Conocer un arcoíris sería por siempre su mayor ilusión.



ARCOÍRIS [JULIANTINA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora