Verde

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Envidia.

Juliana nunca en su vida había sentido tanta envidia como la que sintió aquel primer día en el taller de arte de la preparatoria.
Nació de forma explosiva, como si una chispa tocará el hálito de gas y quemara todo a su paso, pero en lugar de ver humo negro, la morena creyó ver verde.

Desde pequeña, una de las cosas de las que sentía orgullosa y realmente segura eran su voz. Solían decirle que era melodía única y de un color hermoso, una voz aterciopelada que acariciaba las notas musicales con su boca, que sabia a caramelo en los oídos de los espectadores.
Su corazón se agitaba en su pecho y sus labios cosquilleaban por esa sonrisa de satisfacción. Sin embargo, ella sentía que vivía dentro de una pequeña y mediocre burbuja.

Sucedió a penas puso un pie dentro de aquel salón, con pasos emocionados por su porvenir cuando escucho el eco de un par de voces maravillosas, que la dejaron petrificada y sin aliento; era lo mejor que había escuchado en su vida. Era sensacional.

Y ahí fue cuando sintió ese revoltijo desagradable asentarse en su estómago.

Dinah y Normani, dos chicas extremadamente extrovertidas, siempre brillantes y llamando la atención de todos con sus sonrisas traviesas, bromas tontas y charlas simpáticas, y claro, conocidas por ser las nuevas amigas de Valentina Carvajal, la niña del canto soberbio.

Juliana detestaba a esa gente, ellas lo tenían todo y nunca tenían que preocuparse de absolutamente nada; solo se veían a sí mismas y a su propio reflejo. La hacían sentir insignificante al quitarle a Valentina, su única amiga, lo único que era suyo; haciéndola sentir que su voz era igual de monocromática y sin matiz que sus estúpidos ojos.

Pero ella no podía engañarse a sí misma, ellas eran todo lo que ella siempre quiso ser. Ella era asfalto gris y opaco, como los que conocía; mientras que ellas eran un bosque lleno de vida y diversidad.
Eran princesas encantadoras y ella no era más que la miserable e invisible plebeya del cuento.

Sin embargo, esas princesas si veían más allá de sus reflejos.

Sucedió aquella mañana de viernes apenas puso un pie dentro del salón. El día de formación de duetos, tres sombras se presentaron frente a ella.
La castaña con una sonrisa deslumbrante y peculiarmente amplia, junto a otras dos sonrisas más toscas y que no terminaban de agradarle; Juliana parpadeó un par de veces sin saber que hacer.

¡Juls! — dijo Valentina con una enorme sonrisa mientras pasaba su brazo por el hombro de la morena — ¿Quieres ser mi compañera de dueto?

Pero antes de responder, escuchó a Normani bufar con molestia, causando que se sintiera cohibida por no saber de que trataba eso.

¡Te dije que ella nos ganaría, idiota! — vocifero Dinah dando un golpe en la nuca de la más morena.

¡Rayos, Val! — dijo Normani, empujando a la más alta — ¡Yo quería hacer pareja con Juliana!

Pero mientras la castaña se aferraba al cuello de la morena, el par de amigas se enfrascó en una pequeña discusión, mostrando su interés por hacer el dueto, aludiendo el talento innato que ella poseía, al parecer la admiraban y mucho; Juliana no pudo evitar pensar que aquello era una farsa, no tenía sentido; sin embargo, su pecho inflandose y sus labios curvandose hacia arriba, le decían que aquello la hacía sentir completamente feliz.

Eventualmente la amistad entre ellas cuatro broto como la hierba en la primavera, imponente y espesa.

Comenzó cuando Valentina y ella se juntaban después de clases para practicar y las chicas llegaban para hacer compañía.
Dinah y Normani resultaron ser personas abiertas y generosas, que ofrecieron su amistad sin restricciones desde un comienzo.
Ellas le enseñaron a ver la vida de manera distinta, donde ella no era menos que nadie, que valía incluso por sus defectos y le ayudaron a ahuyentar muchas de sus tontas inseguridades.

Entonces, el verde para Juliana se convirtió en esperanza.

La esperanza de que una plebeya también podían transformarse en princesa.

ARCOÍRIS [JULIANTINA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora