1.Pérdidas

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- ¡Mamá!- llamó una infantil voz, sonando apenada. La mujer abandonó su mecedora y su tejido para ir al encuentro de la niña, regalándole una sonrisa dulce. Se diría que miraba a una copia pequeña de sí misma en aquella infanta de nueve años, quien sostenía en sus manos a una avecilla de blanquinegro plumaje. - ¿Qué pasa, hija?- inquirió la mujer con un suave acento. - ¡Lo encontré debajo de un árbol, mamá!- exclamó la niña con preocupación, extendiendo al pajarito hacia ella para mostrárselo- ¡Está herido! - Oh, no te preocupes- le tranquilizó su madre- Tu papá lo curará. ¡Querido! Un hombre alto, de buena complexión física, cabello dorado claro y ojos turquesas acudió al llamado. Sin esperar explicaciones, tomó con delicadeza al ave de las manos de su hija; una luz surgió de la palma de su mano y envolvió como un aura brillante al pequeño ser que, un minuto más tarde, sacudió sus plumas, entonó un breve canto y emprendió el vuelo por la ventana abierta, hasta perderse de vista en el cielo azul. - ¡Papá, eres un mago!- exclamó la pequeña, batiendo palmas muy impresionada. - No es magia, Elfriede, sino Cosmos- respondió el hombre con serenidad. Su presencia emitía un algo cálido, pero muy ecuánime, como si aquel hombre nunca se alterase. - ¿Cosmos, papá?- inquirió Elfriede, ladeando la cabeza en señal de duda. - Sí, hija mía, es un pequeño universo que vive en el interior de todos los humanos, pero solo algunos pueden utilizarlo- explicó el hombre con tranquilidad. La mujer le dirigió una expresiva mirada, mediante la cual le rogaba que callara. Él desvió la vista y tocó el voluminoso vientre de su esposa. - ¡Como tú, papá!- exclamó Elfriede, cuyos ojos se habían agrandado al oír las palabras de su padre- Cuando crezca, he de ser igual a ti. Su madre hizo un gesto de alarma y el hombre trató de distraer la atención de ambas féminas. - Elfriede, faltan pocos días para que tu hermanito nazca- dijo- ¿Podrías ir por unos paños de algodón al pueblo? Tu tío te acompañará. - Sí, papá, el tío Sísifo y yo iremos- acató Elfriede con una ancha sonrisa.

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- Hay que comprar tres paños solamente- dijo Elfriede mientras sacaba cuentas. A su lado, un precioso joven de cabello castaño claro posaba sus ojos azules en ella con una divertida y bella sonrisa. Era gracioso ver a una menuda niñita controlando gastos con aquella seriedad, como si fuese una adulta responsable. Ambos llegaron a un puesto de telas, en el cual un hombre añoso y pequeño despachaba su mercancía a los que se acercaban con unas monedas. - Buenos días, señor- dijo el joven Sísifo- ¿Puede darnos tres paños de algodón? - Por supuesto, jovencito- respondió el anciano con una amable sonrisa, al tiempo que sacaba de sus estantes unas telas blanquísimas, de aspecto suave- Son ocho dracmas- informó. La niña se adelantó, tendiéndole las monedas doradas y guardando los paños en su bolso gris. - Vaya, vaya, pero si es el hermanito bastardo del señor Ilias- dijo burlonamente un tipo barbudo que se acercó a hacer sus compras allí. - Sí, para ser hermano del héroe, no es la gran cosa, se nota que es de otra ralea- comentó cizañero otro que pasaba por allí. Ambos miraron burlescos al pobre Sísifo, quien apretó los puños y bajó la cabeza para esconder la vergüenza y rabia que había en su mirada, mientras otros más sumaban insultos contra él. - ¡Ya basta!- intervino Elfriede, plantándose con determinación ante los ofensores- ¡No les permitiré que le hablen así a tío! ¡Aquí los únicos bastardos son ustedes! - Tranquilízate, Elfriede- le dijo Sísifo, recobrando su semblante calmado y apoyando su mano sobre el hombro de la niña. - ¡Estoy cansada de que siempre suceda lo mismo cada vez que venimos al pueblo!- gritó colérica la chiquilla- ¡Te insultan injustamente! ¡Tú no has hecho nada malo, tío! - Será mejor que volvamos- replicó Sísifo con una suave sonrisa que calmó a la nena. Los burlones no le contestaron a Elfriede pues, a pesar de ser aún pequeña, había algo en su mirada que infundía respeto, como si fuese la imagen de la inocencia sin pecado que le señalase sus culpas acusadoramente.

Al mismo tiempo, en otro lugar...
- ¡Ilias, casi me matas del susto!- protestó la mujer, apenas estuvieron a solas- No puedes hablarle de eso aún a nuestra hija, aún es muy pequeña. - Tiene nueve años, querida- dijo Ilias con toda calma- Con apenas unos años más, yo me convertí en Santo de Athena. Ella tiene la mirada fogosa de una guerrera que inicia su batalla. - Por Athena, no digas eso- pidió la mujer con suma angustia- No quiero que ella se convierta en Santa, podría perderla. - En todo caso, no podemos decidirlo por ella- concluyó Ilias, ayudando a su mujer en las labores del hogar.

Yo te voy a amar [Remake]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora