El cabello de Sanji

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Zoro nunca se considero como un tipo fetichista, con gustos extraños y torceduras inusuales.
No por que pensara que tener ese tipo de complejos fuera enfermo, simplemente nunca existió algo que llamará su atención de tal manera.

Y es que no encontraba erotismo en algún tipo de ropa o prácticas sexuales. Su atención nunca fue llamada por algún extraño complejo ni mucho menos.

En aspectos como esos el mismo se consideraba una persona normal, con gustos normales, sin salir de lo comun.
No habia cosa que lo emocionara o lo tuviera con la mente ocupada la mayor parte del día.

Y apesar de que muchos creían que su único fetiche se encontraba en las espadas, el negaría con firmeza que eso fue verdad.

Pues el gusto que encontraba en las mortales armas no tuvo nada que ver con algo tan banal como ese sentir.

Las afiladas hojas de metal fueron compañeras de batallas, amigas y aliadas para la realización de un sueño, no fueron consideradas objetos en los que el podría plasmar sus sucias fantasías.

El no era ese tipo de hombre.
La meditación empleada y practicada a lo largo de los años le ayudo a reducir sus deseos carnales, logrando así borrar ese tipo de asuntos terrenales de su sistema.

Pero si eso era cierto, entonces ¡¿Por que se encontraba en esos momentos cepillando la rubia melena del cocinero con sonrisa y ojos dementes?!
Ni siquiera el podría explicarlo.

Pero ahí se encontraba, pasando el azulado cepillo, con inusual delicadeza sobre el sensible cuero cabelludo y las hebras doradas del cocinero, buscando deshacer cualquier nudo que se hubiera formado durante la ducha que el joven de piel blanca había tomado escasos momentos atrás.

Sus manos siempre tocas, tomaron el suave mechón que cubría el rostro de su nakama con cuidado y dedicación, para sobre el pasar el objeto, buscando dejarlo peinado y pachoncito.

Una sonrisa relajada se formó en sus labios al ver ese brillante cabello caer con elegancia sobre la coronilla de su compañero, siendo tan manejable, como arcilla en sus dedos.

La humedad en aquellos rizos dorados lo hipnotizaron obligadolo a sumergir su nariz entre aquella selva de seda solar e inhalar con demencia el dulce perfume que salía de ese lugar.

Sus mejillas se restregaron con locura en aquella sábana de oro, mientras sus labios se abrían para dejar besos sonoros en la cabecita del hombre mas grande, que sonreia y reía al sentir los mimos y caricias que el temido espadachín dejaba en el.

-Pareces un gran gato meloso- comentó el joven rubio, inclinado la cabeza hacia atrás, dejando más espacio para que el espadachín gozará a lo grande y en agradecimiento se ganó un gran ronroneo.

-¡Silencio!- lo mando a callar, pues el sagrado momento que compartía con la melena de Sanji, era algo que no se podía interrumpir.

Su nariz se enterró aún más en los hilos de oro líquido, chocando con el cuero cabelludo, donde nacía el objeto de su eterna adoración.

Un suspiro sonoro salió de sus labios entreabiertos, donde unos cuantos cabellos se colaron y ahi fue cuando Zoro contemplo la posibilidad que el cabello dorado de su nakama, despertaba en el algún tipo de fetiche extraño.

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