Parte 1

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Lady Ellen Collingwood, hija del gran duque Tomas collingwood siempre fue una chica especial, el día que ella nació, su madre murió al darle a luz, creciendo durante toda su vida con su Padre, hermano mayor y su nana quien era como su madre. No era una chica caprichosa ni superficial, pero si era muy curiosa y demasiado audaz e inteligente para ser creíble, era la adoración de su hermano y padre y casi siempre hacia lo que quería, pues ambos (su padre y hermano) tenían plena confianza en ella, desde joven aprendió demasiado rápido lo que una joven de buena cuna debe saber, costurar, bordar, decorar, modales, pintura, música; tocaba tantos instrumentos como le habían enseñado pero su preferido siempre fue el violín, sabia incluso hacer todo aquello que no debía una dama hacer, como era cocinar, lavar ropa y trastes, acomodar blancos, componer candiles, dar de comer los caballos, peinarlos y todo eso de lo que la servidumbre debe hacerse cargo, pero Lady Ellen siendo una joven tan audaz siempre se había apegado y encariñado con la servidumbre para hacer este tipo de cosas, podía pasar perfectamente por una sirvienta y el pueblo no se daría cuenta, esto le agradaba mucho porque vestida de esta manera podía ser más libre de lo habitual y menos juzgada por la cruel sociedad a la cual ya estaba acostumbrada a afrontarla con sonrisa e ignorarla de la forma más positiva posible.

Era una chica que solo al mirarla podías sonreír, inspiraba tanta ternura, alegría y paz que era difícil enojarse con ella o decirle ¨No¨ a algo que ella pidiera, y aunque ella poseía estas virtudes nunca abusó de éstas. Cuando ya había aprendido todo lo que debía y no debía hacer, fue entonces cuando empezó a aprender las cosas que solo hombres deben saber, leyó tantos libros de derecho, economía, artes, contabilidad como pudo, iba todos los días como cualquier hombre a los negocios de su papa y trabajaba como cualquiera, su hermano y padre estaban plenamente conscientes de esto, pues, Ellen nunca les mentía, y ellos siempre permitían, no eran para nada machistas y compartían la mentalidad de que una mujer puede ser más que una simple ama de casa, fue así como Ellen siempre vestía de hombre y pasaba desapercibida en la empresa de su padre. Su hermano era el brazo derecho de su padre y ella era el brazo derecho de su hermano. Había aprendido todos aquellos idiomas de todos aquellos países a los que se había aventurado a ir junto a su hermano por cuestiones de negocio como cualquier otro hombre más y era realmente talentosa haciendo negocios con las demás personas que raramente ponías en duda si se trataba de un hombre o una simple mujer.

Ellen era inmensamente feliz con la vida que llevaba y adoraba a su papa y a su hermano, pero como cualquier otra mujer casadera en ese tiempo, tenía que obtener matrimonio o quedaría soltera para siempre, lo cual para ella no significaba ningún problema, pero había prometido a su hermano y padre que si después de su presentación en sociedad al pasar los años no encontraba algún joven de quien se enamorara, para los últimos meses que se fuera acabando su edad para casarse, se casaría con aquel que su padre o hermano impusieran. Y así había sido, ya era incluso el último mes de la última temporada de Ellen para casarse y no había encontrado aquel chico que le robara los sueños como en tantos libros había leído, así que cuando su hermano entro a su habitación a hablar con ella sobre un hombre que había conseguido para casarla, no tuvo más remedio que aceptar.

Fue así como el día de hoy Ellen se encontraba caminando del brazo de su hermano hacia aquel desconocido que se ubicaba al final de aquella majestuosa iglesia y sería aquella vez, la primera, que se pararía frente a él y juraría amor eterno a aquel hombre del que no sabía nada más que de su inmensa fortuna y su muy influyente nombre: ¨ Andrew Russell 6° Duque de Bedford¨, unos de los duques más ricos y poderosos de Londres a quien más de una dama de buena cuna estaba más que interesada en atrapar y nadie había tenido la suerte de obtener.

El Duque de Bedford era un muy buen amigo de Tomas colligwood, heredero del ducado Collingwood, hermano mayor de Lady Ellen Collingwood, eran socios en varias trabajos y era muy bien sabido que el Duque de Bedford era más que diestro en cuando a los negocios se refería, no había alguna persona que supiera de sus miles de propiedades por toda Europa, al igual que sus miles de empresas que poseía, era todo un caballero respetado por el pueblo londinense, pero como todo ser humano un defecto debía de tener y éste lo tenía: las mujeres, algo que el Duque de Collingwood ignoraba es que Andrew tenía por amante ya de hacia algunos años a aquella bailarina de la taberna más famosa de Londres y más que ser una muy buena bailarina era también muy buena en la cama, Lady Isadora era alguien a quien Andrew había conocido en unas de sus noches de borrachera, Andrew no la amaba pero era suficiente para satisfacer sus necesidades. Era bien sabido, no por la alta sociedad, queda claro, que el Duque de Bedford era tan rico, caballeroso y bueno en los negocios, como también lo era asistiendo a lugares pocos morales a realizar acciones no aceptables y manteniéndolos en total secreto como si en verdad nunca en su vida las hubiera cometido.

En una de sus pláticas, El Duque de Bedford había comentado a su gran amigo Tomas Collingwood que debía casarse lo más pronto posible, pues había hecho una promesa a su madre ya enferma que lo haría antes que ella falleciera. El doctor le había comentado a Andrew que la vida de la Duquesa de Bedford se apagaría en tan solo unos cuantos meses, y por esta razón Andrew, después de mucho tiempo había cedido a casarse, más sin embargo no encontraba a la dama correcta, no quería a alguien a quien amar, estaba claro que el amor era algo que no existía en la alta sociedad, más bien quería a una mujer que solo cumpliera con el título de ser su esposa y ya. Esto le quedo como anillo al dedo a Tomas, pues hacía ya algunos meses el heredero al ducado de Collingwood había estado buscando un esposo a su hermana, pero no había encontrado, su hermana pequeña, a quien él amaba más que nada en este mundo, no la entregaría a cualquier escoria de la alta sociedad, es por esta razón que se le había hecho difícil encontrar alguien para su adorada hermanita, así que cuando escucho esto del Duque de Bedford, no dudo ni dos veces en comentarle que su hermana sería una buena compañera de vida para él. Tomas Collingwood, creía de antemano que el Duque de Bedford era un hombre intachable y que jamás haría sufrir a su pequeña hermana, y así fue, entonces, como en el día de hoy Tomas Collingwood se encontraba sosteniendo de su brazo a su hermana, directa a entregarla a uno de sus buenos amigos: el Duque de Bedford.

Al llegar al altar Tomas Collingwood le entrego en sus manos a su hermana al Duque de Bedford, quien a pesar de querer ver a través de ese velo como lucia su futura esposa no podía ver absolutamente nada, más, sin embargo, Ellen se sintió tan pequeña a lado de aquel hombre gigante de ojos celestes y cabellos negros que ahora se encontraba a su lado, no tuvo miedo, ni curiosidad, ni preguntas, ni dudas. Lady Ellen era de aquellas mujeres de inocencia pura que siempre encontraba lo positivo incluso en las circunstancias más oscuras de la vida, siempre tenía una sonrisa y siempre peleaba de la mejor manera ante las tempestades, y esta no sería una excepción. Cuando la misa culminó y el sacerdote menciono aquellas palabras que declaraban que aquellos dos desconocidos ahora eran marido y mujer, El Duque de Bedford levanto el velo y miro a aquella dama que ahora era su esposa, Lady Ellen Collingwood, era lo único que sabía de ella además de que era la hermana pequeña de su gran amigo Collingwood, así que cuando levantó aquel velo que le impedía verla miró a aquella mujer de cabellos miel, piel blanca, labios rosas y esos preciosos ojos jades que además de ser hermosos eran grandes y expresivos, ojos que justo ahora le miraban. Era hermosa, sin duda era la mujer más hermosa que había visto. 

Te Amo a ti (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora