Había una vez...

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Tea

Mierda.

Y así empieza el que será un domingo más en el que prometo no volver a beber en mi vida. Promesa que el viernes olvidaré, el sábado incumpliré y el domingo reanudaré.

Recuerdo que llegué, a duras penas, al hotel donde trabaja mi madre como coordinadora del equipo de limpieza. Lleva tantos años que es casi familiar y todo el mundo aquí me conoce, por lo que amanecer en la sala de descanso del personal no supone nada nuevo. Ni a mí ni al resto de personas empleadas en este hotel.

Vine aquí a por las llaves de casa, puesto que me las dejé dentro por culpa de Olivia, que me metió prisa para llegar a tiempo a la fiesta. Aunque al bajar, Logan no estaba listo y lo tuvimos que esperar a él.

Desde que nuestros padres aceptaron la idea de mudarnos los tres solos a un piso en la ciudad, para estar más cerca de la universidad, Olivia y Logan, mis mejores amigos por causas geográficas, y, aunque me encantaría excluirme, yo también, no dejamos de pensar en que el día que abandonemos este pueblo nadie se acordará de nosotros. Nadie dentro de tres generaciones recordará a tres personas normales que se limitaban a vivir lo mejor que podían.

Desde que nos dimos cuenta de eso, Olivia nos arrastra a cada fiesta que tiene oportunidad con la esperanza de que suceda alguna hazaña que nos haga inolvidables ante los ojos del pueblo.

En todos los institutos hay grupos y personas que serán recordadas. Unas por ser populares, otras por destacar en algo, algunas por su inteligencia y otras por ser tan desastrosas que no llegan al nivel de popularidad, lo mundanamente conocido como "Friki". Pero luego hay una especie de limbo con lo considerado "personas normales". Las cuales somos lo suficientemente "guays" como para que nos inviten a fiestas, pero no lo suficiente como para ser consideradas "populares". Y ahí es donde nos encontramos atrapados desde hace años Olivia, Logan y yo.

Como he comentado antes, somos amigos por casualidad geográfica. Los tres vivimos en el mismo edificio y nos conocemos desde pequeños, puesto que éramos las únicas personas menores de edad que vivían en este. Pero aparte de eso, y de las cosas que hemos ido construyendo por el camino, no tenemos mucho más en común.

Olivia es una chica morena y delgada de pelo castaño y ojos marrones con un estilo perfecto y recatado de chica de la casa de al lado. Aunque siempre le hayan podido sus impulsos. Le costó encajar puesto que su padre es policía y en nuestra primera fiesta nos vino a buscar con el coche patrulla y las sirenas encendidas. Nos costó casi dos meses que nos volvieran a invitar a algún evento parecido. Su madre, por otro lado, es enfermera y siempre que alguien acaba en el hospital por una fiesta, a la que sabe que hemos ido, nos llevamos la bronca, aunque no hayamos bebido nada.

Por otro lado, Logan es también bastante normal. Es un chico alto, de pelo revuelto y desgarbado, el típico chico "normal" de una película adolescente. Es algo delgado y con cara de no meterse nunca en líos. Logan podría haber encajado perfectamente dentro del equipo de básquet de la escuela, y haber sido popular, pero se le dan fatal los deportes y cualquier coordinación más allá de caminar y bajar o subir escaleras. Y a veces incluso falla en eso, pero tiene un gran corazón.

Los padres de Logan, bueno su padre y su madre, se encargan de un bar en el que durante el día se puede comer y tomar algo, pero por la noche puedes tomar cócteles y bailar en una zona habilitada. La gente solía acercarse a él para que le dejaran entrar, pero una vez nos hicimos mayores de dieciséis (que es la edad legal para entrar a ese bar) nos dejaron de considerar "amigos" para pasar al limbo. Esto fue el año pasado, pero antes de ello solo hablaban lo justo y necesario con nosotros.

Así que, aunque ya lo éramos, ahí nos convertimos oficialmente en "personas normales".

-¡Buenos días, Tea!-Grita mi madre dando un golpe horrible con la puerta al abrirla.

OPERACIÓN: PRINCESASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora