Capítulo 20

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[Pasado]

Unos nudillos chocaron con el cristal de la puerta del balcón tres veces, el primero, fugaz, tímido, los demás, fuertes, concretos. Era Elena, abrió la puerta para avisarnos de que el médico ya había salido. Charlaba con la abuela, que le había ofrecido algo de beber.

—Tendrá que guardar cama al menos un par de días —le oímos decir al llegar al salón—. ¿Son sus familiares?

—No, amigos del muchacho — contestó la abuela.

—No tiene familia. Sólo un tío, y está de viaje —aclaró Elena.

—Yo lo cuidaré, si es eso lo que le preocupa, doctor —dije atrayendo hacia mí las miradas de todos; sobre todo, y la más declarativa, la de mi gemelo—. No me supone ningún problema pasar aquí un par de días. Yo lo cuidaré — reafirmé.

Elena se disculpó y se fue. Dijo que tenía que hacer algo. La abuela acompañó al doctor hasta la puerta. Max, que había estado callado todo el tiempo, se levantó y se fue detrás de Elena, no sin antes ofrecerse para cualquier cosa para la que se necesitara su ayuda.

Me dirigí hacia el cuarto de Kyuhyun y Sungmin me siguió. Abrí despacio. La habitación estaba en penumbra, con la persiana bajada pero dejando entrar la luz por los agujeritos de la misma, proyectándose sobre el cuarto como dedos luminosos que se esforzaban en llegar a todas partes, sobre todo a la cama, donde yacía Kyuhyun.

Permanecía boca arriba, tapado hasta el cuello, y parecía dormir. Una venda cubría parte de su cabeza. No entramos, la abuela nos llamó desde el salón.

—El doctor ha dicho que, gracias a Dios, no tiene ningún hueso roto; pero que le dolerá todo el cuerpo durante unas horas. —Se sentó y empezó a abanicarse con una revista que cogió de una cesta de mimbre que había junto al sofá—. Ha dejado estas pastillas, son para el dolor. Tiene que tomar una cada ocho horas, o si no aguanta el dolor. Pero nunca más de cinco al día, son muy fuertes. —Dejó un pequeño frasco verde sobre la mesita oval que descansaba en medio del salón. Cogí el frasco y me senté en el sofá mientras leía el prospecto, imposible de entender para los no doctos en medicina, claro.

—Abuela, tengo que traerme algunas cosas de casa. Voy a dormir en el cuarto del tío de Kyuhyun, necesito unas sábanas y algo de comida. Pero iré un poco más tarde, ahora no quiero dejarlo solo.

—Dime, hijo, ¿por qué te vas a quedar?

—¿Cómo que por qué? Abuela, es mi amigo y me necesita, ¿qué más quieres?

Su mirada se agudizó, entrecerró los ojos, no pude con ella, aparté la mirada.

—Se llevan muy bien, ¿verdad? — preguntó con un tono que parecía más propio de un interrogatorio que de mi dulce abuelita.

—Sí, muy bien, genial. Nos compenetramos de maravilla.

—Bueno, pues no me parece mal. Tráete todo lo que necesites.

Sungmin nos miraba alternativamente. Le pareció ser testigo de un duelo, de un reto, de una especie de competición. Se sintió como un espectador, aunque no llegó a ver ni oír todo lo que en realidad se dijo en aquella habitación. Sungmin se quedó en casa de Kyuhyun mientras la abuela y yo fuimos a casa, a recoger las cosas que iba a necesitar. La abuela no me preguntó nada más, sólo se ofreció como doce o trece veces para hacer lo que fuese menester. Le agradecí su oferta, pero insistí en poder arreglármelas solo. Sabía cocinar, y Sungmin también. De hecho, fue una de las primeras cosas que aprendimos de crios, a cocinar. Mi madre nos enseñó porque decía que era más importante y necesario que leer o escribir, que en tiempos de necesidad, como los que a ella le habían tocado vivir, saber cocinar era esencial, que lo importante era sobrevivir. Ella vivió los años del hambre, de la posguerra, de la escasez y de la pobreza extrema. Y la supervivencia, muchas veces había dependido de unos huesos y mendrugos de pan con los que hacer un caldo bien caliente. Así que con diez añitos ya sabíamos hacer tortilla de patatas, paella, cocido madrileño, alubias... y la cocina, a los catorce, no tenía ningún misterio.

—Tranquila, abuela, sobreviviré.

Sungmin cenó conmigo aquella noche Cenamos en silencio, dejando que Kyuhyun durmiera. Después, preparamos mi habitación: barrimos, limpiamos el polvo, cambiamos las sábanas, abrimos las ventanas y rellenamos el armario vacío con algo de ropa mía. Mientras Sungmin recogía la cocina, llevé un caldito de verdura a Kyuhyun. Entré en silencio y dejé la bandeja sobre la cómoda. Subí unos centímetros la persiana, lo suficiente para ver por dónde andaba, y acerqué una silla a la cabecera de la cama. Por un instante me quedé observándolo.

La sopa humeaba y, pronto el dormitorio se contagió del sabroso y cálido olor que desprendía. Acaricié su mejilla, recorrí las facciones de su rostro con las yemas de mis dedos: pómulos, mejillas, labios.

Kyuhyun abrió los ojos, el izquierdo sólo hasta la mitad debido a la hinchazón. Aparté la mano súbitamente y sonreí. Me miró y me trasmitió tranquilidad y paz. Todo signo de dolor desapareció de su rostro, incluso, sonrió levemente.

—Te he traído algo de comer, te sentará bien. Lo he hecho yo mismo.

—Me alegro de verte —susurró sin apenas mover los labios.

—Yo también. Y no te preocupes por ese hijo de puta, no volverá a molestarte, le dimos su merecido —me arrepentí al instante de haber sacado el tema.

—Pero ahora irá a por ti, RyeoWook— me advirtió con los ojos cerrados. No sabía qué responderle, pero como siempre, Sungmin vino en mi ayuda. El sonido de los platos y cubiertos irrumpió en el dormitorio llamando la atención de Kyuhyun.

—Es mi hermano, se ha quedado a cenar —le expliqué—. Espero que no te importe, hemos invadido tu casa. Me voy a quedar a dormir, así que no tienes que preocuparte de nada, sólo de recuperarte cuanto antes. El médico ha dicho que mañana te sentirás mejor. Pero antes de dormir, de todas formas, te tienes que tomar la pastilla para el dolor. Has tenido suerte, sólo te han hecho moretones y magulladuras. Eres más duro de lo que aparentas, eres un cabrón con suerte. —Sonreí y me correspondió, aunque muy levemente, le dolía mucho la cara.

—Gracias, RyeoWook, yo...

—No, no digas nada —le interrumpí —. Me quedo porque quiero. Eres mi amigo y quiero ayudarte. Sé que tú harías lo mismo por mí. Y ahora a comer, la sopa se está enfriando. Venga, vamos a incorporarte un poco.

Cogí unos almohadones, metí un brazo por detrás de su espalda y lo incorporé despacio. Su rostro expresó dolor, pero no se quejó. Metí los cojines detrás de él hasta que quedó casi sentado. Se apoyó y estaba cómodo. Después cogí la bandeja y se la coloqué sobre las piernas. Comió poco, su cuerpo no aceptaba más. Yo lo observaba en silencio desde los pies de la cama, mientras con dificultad acercaba una y otra vez la cuchara a la boca. No dejó que le ayudara, así que me acomodé y le vi comer. Al poco entró Sungmin. Kyuhyun le agradeció todo lo que habíamos hecho por él. Sungmin, con su habitual forma de ser, consiguió hacerle reír; como solía hacer conmigo cuando estaba triste, dolido, solo o abatido. Allí siempre aparecía mi gemelo de ojos cafés oscuros para sacarme del pozo en el que me sumía.

"Siempre, Sungmin, siempre, hasta aquel verano."

Charlamos un rato y luego Sungmin se fue. El día moría y me encontraba cansado. Antes de irme a dormir, ayudé a Kyuhyun a ponerse cómodo y le di la pastilla; el dolor persistía, y persistiría aún más allá de lo que podíamos imaginar.

—Oye, RyeoWook—susurró.

—Dime. —Estaba cerrando la persiana.

—Verás, yo... quería decirte que yo...

—Dime, Kyuhyun—insistí al ver que titubeaba, rogando al cielo que me lo dijera.

—Nada. —Cerró los ojos, estaba triste, sentía dolor, y no por los golpes—. Déjalo, vete a descansar, te lo mereces.

—No me merezco nada, ayudarte es lo menos que puedo hacer por ti.

Le sonreí y en un acto casi reflejo, le di un beso en la mejilla antes de salir del dormitorio.

—Buenas noches, RyeoWook... —le oí decir antes de cerrar la puerta.

—Buenas noches —dije al salir—, amor mío... —musité conteniendo las lágrimas.



El reencuentro con su pasado [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora