Capítulo 24

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[Pasado]

Un par de horas después, a primeras horas de la madrugada, Kyuhyun se levantó del sillón en el que había acabado tras ser la pareja de baile de Carmen durante una hora entera. Salsa, rock, sevillanas... daba igual. Carmen bailaba de todo y Kyuhyun cometió el error de ofrecerse como su pareja, ya que nadie, porque la conocían bien, se había ofrecido antes. Kyuhyun se desembarazó de Carmen otra vez, ya que esta, insaciable en muchos aspectos, quería bailar otro tema. Sungmin se había negado y aunque la chica tiró de mi hermano con todas sus fuerzas, mi gemelo permaneció sentado y de brazos cruzados. Unas risas más, bromas aquí y allá, y como no tuvimos noticias de los «Hijos del General» aquella noche (Manolo nos comentó que se habían ido al pueblo de al lado a martirizar a algún pobre diablo), la velada fue de lo más divertida.

—Bueno, chicos, yo me retiro. Ha sido una velada inolvidable —dijo Kyuhyun mientras se despedía haciendo una reverencia al estilo de la antigua nobleza—. Mañana hay mucho que hacer y el Sol nunca trasnocha.

—Adiós, Kyuhyun, buenas noches —dijeron los demás.

—No he acabado contigo todavía, recuérdalo —bromeó con mirada desafiante Carmen mientras Sungmin le mordía el cuello cual vampiro feroz.

No pude resistirme. Fue como si me hubiesen colocado un muelle que saltó en ese momento,'o como si una fuerza invencible tirase de mí; como si una voz me dijese ahora o nunca...

—Espera, Kyuhyun. Te acompaño a casa. Necesito un poco de aire fresco.

Kyuhyun sonrió y asintió. Elena me miró sin expresar nada, ni palabra, ni gesto, ni mirada, nada. Sus ojos ya no decían nada. Los dejamos allá mientras Manolo servía otra ronda de cervezas y la música de Bob Dylan volvía a revolucionar la sala. Risas y jarana por doquier, ¿de qué otra forma podría pasar una noche de verano la juventud...?

Caminamos calle abajo observando los bares repletos de gente. Algunos bailaban, otros reían, otros se besaban, se abrazaban, bebían cervezas...

Enseguida llegamos a la plaza. El silencio dormía en la oscuridad. Instintivamente miré al cielo. Estaba totalmente cubierto por un manto negro que hacía que el cielo y la tierra estuvieran, aparentemente, más cerca. La lluvia que llevaba horas amenazando con caer, parecía que no iba a demorarse más.

—¿Adonde vamos? —le pregunté viendo que no dirigía sus pasos hacia su casa.

—¡Es verdad! Perdona. Es que voy a dormir en el molino. Necesito campo; he estado demasiado tiempo en casa y el cuerpo me pide campo, espacio, libertad.

—Bueno, te acompaño de todas formas.

—Pero no hay luz, y parece que va a haber tormenta. ¿Recuerdas la última vez?

—Me arriesgaré —dije sonriendo.

Me miró y sin decir nada, continuó sus pasos. Poco a poco salimos de Molinosviejos. Las pocas luces que alumbraban la noche manchega en aquel pueblo fueron quedando atrás; y nosotros, compartiendo los placeres del silencio, nos internamos en una extraña oscuridad.

El cielo bajo parecía hablar en susurros, en un idioma de truenos mudos que pronto querrían gritar. En la tierra, grillos y otros insectos interpretaban a la perfección la sintonía de la noche, la Nocturna de la Naturaleza. Los instrumentos de cuerda, ellos, diminutos insomnes; los de viento, los trigales, mecidos por un refrescante viento del norte; los de percusión, nuestros pasos, constantes, avanzando por el camino. Y nuestros corazones, latiendo más deprisa a cada paso.

Caminaba detrás de él. No veía casi nada, pero Kyuhyun continuaba, invariablemente, el camino correcto. Ni siquiera lo hacía atento a sus pasos. Miraba al suelo, o al cielo, o a mí, de vez en cuando.

Poco a poco, empecé a ver mejor. No sé si fueron mis ojos los que se acostumbraron a la noche, o esta la que se acostumbró a mí. Quizás el trigo conservaba algo del resplandor dorado que emanaba durante el día, o las luciérnagas y demás insectos nos indicaban el camino a casa con sus ritmos, como las migas del cuento. El cielo rugió en la lejanía.

—¡Kyuhyun! —Se volvió, sin decir nada—Tengo que hablar contigo.

—Dime, ¿ocurre algo?

—Escucha, no es fácil para mí decirte esto. He pensado mucho y no acababa de decidirme —sus ojos denotaban curiosidad, y algo de temor—, pero tengo que decírtelo.

Una ola de viento nos trajo los aromas indescriptibles de la tierra. Una mezcla de cereales, de tierra, de vida en movimiento... Otro temblor celeste nos enmudeció un momento. Ya casi estaba ahí.

—Vamos, habla —me rogó.

—He estado hablando con Elena. —Abrió sus ojos tanto que casi me pude ver reflejado en ellos—. No creas que ha traicionado tu confianza, que va. Pero sentía que debía decírmelo, que era lo mejor para todos que yo lo supiera. Me ha dicho que tú...

—¿Que te quiero?

—Sí.

El viento empezó a soplar con más fuerza. Una gota se posó en mi frente.

—Pues es verdad. Me he enamorado de ti. Y no me arrepiento, ni pienso disculparme. Pero si te hace sentirte incómodo...

—¡No! No, no es eso. —Sonreí, ¡pensaba que lo odiaba, como si yo fuera también uno de los «Hijos del General»!—. Al contrario, me sorprende.

Aquella gota debió de sentirse sola, ya que empezaron a caer montones de hermanas de ella por todas partes. El olor a tierra húmeda nos envolvió con una exquisita fragancia vital.

—Vaya —dijo con semblante serio—, siento que te hayas enterado. Supongo que esto cambiará nuestra amistad.

—Sí, creo que sí —contesté preguntándome a mí mismo a qué venía semejante respuesta.

—Bien, pues entonces gracias por cuidarme y por todo. Es mejor que te vuelvas al pueblo antes de que estalle la tormenta, sólo tienes que seguir el sendero.

Y se volvió continuando su camino. Yo me quedé como paralizado. ¡No! ¡No era eso lo que quería decirle! No quería que pensase eso. Yo quería decirle que...



El reencuentro con su pasado [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora