Dos: Una mirada llameante.

87 8 14
                                    

"La diferencia entre ángeles y demonios radica en lo que estamos dispuestos a conocer de ellos, no por un simple par de alas o un cuento antiguo sabemos qué son".

Las raras palabras de mi padre resonaban en mi cabeza, tan fuerte, que parecían ser susurradas en mi oído.

Pero era imposible...

Un recuerdo vino a mí, en él, estábamos Marie, mi padre y yo, reunidos y felices, celebrando el cumpleaños número quince de mi hermana. Siendo un festejo bastante pequeño y humilde, ya que mi padre no era del tipo que gastaría innecesariamente.

Podía oler el dulce aroma del campo, ver aquel brillante cielo azul, el verde reluciente del pasto; sentir el calor de todos ellos conmigo, por lo que sonreí, queriendo que el momento se extendiera por siempre.

De pronto me fijé en algo más, algo que no encajaba con mi recuerdo. Un sujeto alto, vestido con una gabardina negra, con una extraña máscara y de desbordante malicia; aquel hombre estaba lejos, bastante lejos, pero su atención estaba en mí, no dejaba de mirarme, no hasta que me empecé a quedar sin aire.

Fue allí cuando el paisaje de mis recuerdos se quemó ante su infernal mirada.

El pasto bajo mis pies se había convertido en un mar de cenizas, las personas se habían vuelto rollos de carne quemada, y el sujeto se empezó a acercar.

Su caminar era lento, pero con cada pestañeo, él aparecía más cerca, como si fuese un demonio, hasta que por fin estuvo frente a mí.

Mi sangre se congeló, mi corazón hacía por detenerse, sudaba frío, temblaba, quería llorar. Estaba horrorizada, pues su presencia era de otro mundo.

Una máscara similar a la que usaron los médicos en la época de la peste negra cubría su rostro. Un pico alargado y dos grandes agujeros para sus ojos, aunque allí dentro no parecía haber nada más que oscuridad.

—Yo soy la muerte, yo soy la verdadera peste, soy las plagas del mundo. He vuelto, y ustedes conocerán el verdadero sufrimiento— dijo con extraña voz al poner su mano en mi rostro.

Grité con todo lo que tenía, casi desgarrando mi garganta.

Y al fin pude abrir los ojos. Había salido de esa extraña pesadilla, pero ése solo era uno de los problemas, pues, al pasear la mirada por los alrededores, no reconocí el lugar en el que estaba.

Una habitación blanca, sin decoración, ni plantas, o cortinas, mucho menos un televisor. Era solo una gran habitación blanca.

Giré mi cabeza en varias direcciones, buscando respuestas rápidas y señales que me ayudaran a identificar un poco de que se trataba todo eso.

Me levanté rápido, o eso quise, ya que un fuerte dolor atacó todo mi cuerpo, en especial a mi brazo izquierdo, el cual estaba vendado y tenía varios "sellos" encima.

En aquel instante recordé la mayoría de cosas que habían pasado la noche anterior, como el momento en que fuimos tomados por sorpresa, la desaparición de Steph, mi mejor amiga y la muerte de su esposo, Johan, además de...

—Yo caí con ella... caí con Marie...

Aquella imagen volvió a mí, el cuerpo destrozada de mi hermana bajo mis pies.

Apreté mis puños con fuerza, mis dientes también pasaron por lo mismo, la rabia me dominó y empecé a llorar sin control, no pude evitarlo.

—¡Todo esto es mi maldita culpa, todo!— grité sin contenerme —si fuese hecho caso a lo que decían de éste lugar...— coloqué mi mano en la cabeza seguí llorando a cántaros.

El señor de las llamas: vida y muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora