Tres: La sinfonía del comienzo.

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"Siempre que un poder caótico exista, también habrá uno que lo haga ser más pasivo, un calmante, su equilibrio".

Aún recuerdo la fecha; el décimo día de diciembre del 2022.

Aquel fue el primer día que sentí el calor de Gabriel en forma de un abrazo profundo y honesto, que terminaría tras ver el sol salir por las ventanas en la parte alta de la sala.

—Necesita comer, no podré hablar con alguien sin fuerzas— fue su respuesta a la lluvia de preguntas que le hice. Más nada.

Mi cabeza estaba hecha un desastre, la duda e incertidumbre eran los sentimientos dominantes

Además... había matado... aún si fue en defensa propia, o si el sujeto se lo merecía... mis manos ya habían sido manchadas con sangre.

Sentí un enorme nudo en la garganta, mis manos dejaron de responderme, mi pecho se puso tenso al igual que mi corazón.

—Yo... maté a aquel tipo...— recordé su última mirada, sus últimos alientos, como se retorcía, la sangre salpicando en mi pecho —no...

El cuchillo que estaba frente a mí, presumiendo de su filo encima del plato vacío, me dejaba aún más en claro lo que había hecho.

—Si no pude proteger a nadie, no pude cuidar ni a Stephanie, ¿de qué me sirvió convertirme en una asesina?— agarré el platillo y lo arrojé con toda mi fuerza.

—¿No te han enseñado a comer?— alguien había hablado, pensé que era Gabriel, pero... —los platos deben permanecer en el comedor, mujer— su tono era muy altanero.

Levanté la mirada y me topé con la gran figura de un hombre, algo más alto que Gabriel y éste era rubio, pero delgado.

Su malicia era suficiente para hacerme revolver aún más el estómago, también para ponerme en alerta. Sin darme cuenta, ya estaba de pie y con el cuchillo en la mano.

Él seguía serio, como si fuese a hacer algo.

—¿Un cuchillo?— dijo, burlándose

—¿Quién eres?— me moví con cautela alrededor de él —no puedo usar magia, tengo un brazo inhabilitado y mi cuerpo está hecho un desastre... no puedo pelear así— pensé, sin dejar de mirarlo.

Y se había sentado, sin responderme e ignorándome por completo, tomó mi jugo —¿te lo vas a tomar?— preguntó, subiendo sus pies en la mesa.

Arrojé el cuchillo, el cual se clavó en la mesa justo a centímetros de sus dedos —a menos que quieras perder tu mano— dije al sentarme frente a él.

Agarré el jugo y me lo tomé rápido, mirando fijamente a aquel sujeto.

Él me devolvió la mirada, algo sorprendido, extendiendo su mano izquierda hacia un lado y abriéndola, como si fuese a agarrar algo.

—Entonces... ¿un cuchillo?

—¿Ah...?

De repente, ante aquel movimiento de su mano, una fuerte energía se comenzó a concentrar justo en medio de su palma, emitiendo una especie de pequeños relámpagos negros.

En un parpadeo, una larga y bastante afilada espada había aparecido allí.

Retrocedí con un evidente nerviosismo y choqué contra la pared.

—Guts— dijo con una sonrisa.

—¿QUÉ?

—Preguntaste por mi nombre, es ése.

—No, pregunté por quién eres, no me interesaba saber tu nombre.

—Es parte de quien soy, así que está bien.

El señor de las llamas: vida y muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora