11. Sapore di Sale

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Londres se enamoró de Nerea Rodriguez.

¿Cómo no hacerlo?. La joven española se hizo dueña del escenario del Cervantes Theatre interpretando con sentimiento a la joven Eponine en sus últimos minutos de vida. 

El público ignoraba lo personal que era para ella interpretar a una mujer que sufría porque no era la primera en el corazón del hombre al que amaba. 

La casualidad quiso que un productor del West End estuviese montando una versión musical de Los Tudor y cuando la vio sobre las tablas supo que aquel diminuto prodigio rubio era la única elección posible para encarnar a Catalina de Aragón, la desgraciada primera esposa española de Enrique VIII. 

Cuando se lo contó, Luis fue el primero en animarla a renegociar su contrato con Wicked de modo que pudiese viajar a Londres todas las semanas para los ensayos del nuevo musical. 

De modo que era razonable pensar que la idea de Nerea, el extraño paréntesis, había funcionado a las mil maravillas. 

El hombre del que se había enamorado estaba de regreso. Lleno de energía, con ganas de reirse y gastar bromas sin gracia.

Además estaba lleno de ideas nuevas y las canciones brotaban de sus dedos sin pedir permiso. Mientras Nerea estaba en Londres, él se encerraba en el estudio con su guitarra y su piano. 

Luis le había prometido a Aitana que averiguaría si quedaba algo en aquel matrimonio que salvar. 

Pero el  trabajo de ambos era la razón, o la excusa perfecta para no tener las conversaciones que necesitaban tener. 

Era fácil pensar que todo iba bien. Según lo previsto. Porque resultaba extraordinariamente cómodo volver a caer en viejos hábitos. Y después de cuatro años, su coreografía estaba más que aprendida. 

Cuando Nerea volvía de Londres, los viernes, Luis la recogía en el aeropuerto y se mostraba feliz de verla. Quería escuchar los detalles de la obra y disfrutaba hablándole del nuevo disco en el que empezaría a producir alguna de sus canciones bajo la tutela de David.

En el camino desde Barajas, decidían entre bromas el restaurante en el que cenar o si era preferible pedir comida a domicilio.

Durante las semanas que tenían que pasar separados, hablaban todas las noches, durante un buen rato o, si estaban demasiado cansados, intercambiaban mensajes mientras veían el mismo capítulo de una serie a cada lado del canal de la Mancha.

Algunas veces uno de los dos engañaba al otro.

Y avanzaba un capítulo sin avisar.

Pero a las pequeñas traiciones del siglo XXI se limitaban, en apariencia, sus problemas. 

En cuanto al sexo, como en cualquier pareja, después de tanto tiempo, se conocían lo suficiente para saber dónde, cómo y cuándo hacer el qué para que todo funcionase como un reloj.

Y si ese reloj se ponía en hora con menos frecuencia de lo que había sido habitual en otra época, tampoco de eso hablaban.

Era una vida perfecta y se podía decir, que eran felices.  

Probablemente si no se hubiese pasado media vida en un avión entre Londres y Madrid, Nerea habría sido consciente de pequeñas diferencias. 

Como que los beso de Luis buscaban su mejilla, más a menudo que sus labios  en aquel verano. 

 Aún así, no habría cambiado un solo detalle de sus vidas. 

De modo que cuando sospechó que podía estar embarazada, Nerea no se alegró. En absoluto. 

TIEMPO ROBADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora