Ti lascio una canzone
per coprirti se avrai freddo
ti lascio una canzone da mangiare se avrai fame
ti lascio una canzone da bere se avrai sete
ti lascio una canzone da cantare...
una canzone che tu potrai cantare a chi...
a chi tu amerai dopo di me....Hay algo tremendamente íntimo en observar a una persona mientras esta se viste para salir.
A las citas con desconocidos o con aquellos que empezamos a conocer, nos presentamos ya arreglados, con la máscara dispuesta para la función.
Solo con aquellos con los que nos sentimos completamente relajados admitimos que estén presentes en el proceso.
Luis observa a Aitana apoyado en el quicio de la puerta de la terraza mientras se ella se prepara. Se pierde en la curva eterna de su cuello cuando aparta el cabello hacia un lado para deshacer los nudos y recoger después el cabello en una trenza. Copia con la mirada el recorrido que hacen las manos de ella al distribuir crema por todo el cuerpo. Y considera seriamente la posibilidad de mandar la cena al carajo cuando observa la seda verde y brillante del vestido acariciar su cuerpo al caer pesada sobre sus curvas.
No hay absolutamente nada que le apetezca más en ese preciso instante, que obligar a la tela a deshacer el camino andado y dejarla desnuda y a su merced, piel pálida sobre las sábanas aún más blancas.
Sus ojos se encuentran en el espejo mientras se aplica el maquillaje, apenas una pizca de brillo de labios que ambos saben que no durará mucho tiempo allí y Aitana sonríe adivinando cada uno de sus pensamientos.
Niega suavemente mientras deposita el toque final, el perfume de jazmín, que no puede faltar nunca.
- Este año escojo yo el restaurante- explica acercándose a él.
La forma en que los brazos de Luis rodean su cintura es de una naturalidad insultante que no debería existir. La atrae hacia su cuerpo e inspira hasta que el olor del perfume se confunde con el que empieza a inundar el ambiente bajo su balcón.
Esa cena, cada año en un restaurante elegido por uno u otro, es otra de sus tradiciones. Por más que las ganas de no abandonar la habitación del hotel les invadan, se obligan a cenar fuera. Como una especie de celebración.
Luis adora sacar el coche y desafiar a la muerte en las estrechas carreteras de la Campania mientras Aitana odia esa velocidad y se pasa el trayecto con los ojos cerrados gritando que van a morir.
A pesar de la tradición, Luis decide tentar su suerte y desliza una mano aventurera por debajo de la seda del vestido hasta que encuentra la seda de su ropa interior en el inicio de sus nalgas.
Aitana se aparta fingiendo una risa. No le queda otro remedio que fingirla porque sabe que esa urgencia que parece transpirar cada movimiento y cada caricia de Luis desde que llegó no es la de siempre y se niega a indagar sobre los motivos.
Busca los zapatos debajo de la cama y se planta en el quicio de la puerta con los brazos en jarras con una severidad que también es fingida.
- Tengo hambre y quiero mi lasagna- afirma arrugando la nariz en un gesto que intuye que le desarmará.
- ¿Adonde entonces Milady?- Luis intenta bromear y piensa que aún puede retrasar un poco más la conversación que le pesa en el alma.
Descubrieron el San Gennaro casi por casualidad en su tercer año juntos en Positano.
Aitana decidió aquella noche que sería ella quien llevase el coche, que para eso acaba de sacarse por fin el carnet de conducir.
Algo más de quince kilómetros separaban Positano de Amalfi, donde el recepcionista del hotel les había recomendado un restaurante donde cenar.
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TIEMPO ROBADO
Hayran KurguA lo largo de ocho años un hombre y una mujer se encuentran todos los años, durante cuarenta y ocho horas, en un rincón perdido del mundo que es solo suyo. Se prometen que no habrá promesas. El resto del año tienen sus vidas. ¿Y si no fuese posible...