CAPITULO 7 ESTRATEGIAS

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No intentó ocultar la autenticidad de su pasión ni su vulnerabilidad. La única garantía de que saldría bien librada haciéndolo era la insistencia en que Federico era el elegido. Con la confianza depositada en su juicio, Cristina lo miró a los ojos y suplicó:

—Por favor.

No le vio moverse, sólo sintió que sus brazos la aferraban y la atraían.

—Shhh. —La apretó contra él, rozándole la cara con su pelo—. No quería asustarte. —Le acarició la espalda para tranquilizarla. Luego le asió el trasero y la atrajo contra su miembro erecto—. Demasiada imaginación. He estado fantaseando sobre ti tanto tiempo, sobre cómo reaccionarías, cómo disfrutarías... —Le levantó suavemente la cara con el hombro y la besó dulcemente, sintiendo el penetrante sabor de Cristina en los labios y la boca—. Te deseo de la peor de las maneras. —Sonrió y añadió—: De todas las maneras conocidas por el hombre. Quiero verte madurar para mí, totalmente entregada. Anhelo poseerte. Quiero sentir cómo tiemblas de­bajo de mí. Y quiero despertarme y encontrarte a mi lado... Quiero estar siempre abrazado a ti. —La besó en la boca con vehemencia—. Quiero cuidar de ti para siempre. —Levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Quiero ser tu amante de todas las maneras, en todos los sentidos de la palabra... y de los hechos.

Atrapada en la mirada nublada y oscura de Federico, Cristina sólo pu­do estremecerse. La había seducido por completo una vez más.

—Ven.

Fue ella la que le cogió la mano y se tumbó en la cama, separó las pier­nas y tendió los brazos hacia él.

Y Federico acudió... El invicto guerrero sin causa, desprovisto, gracias a la maquinación de Cristina, de su máscara, del escudo que levantaba contra el mundo. En aquellas circunstancias le había resultado imposible mentir. Deseaba amarla y conseguir que ella también lo amara. Deseaba que Cristina formara parte de su vida... y que él fuera parte de la suya. Cristina no había necesitado mayores poderes para leer la verdad. Estaba es­crita en los ojos desvalidos de Federico, expresando con claridad sus senti­mientos y sus deseos.

Así que le dio la bienvenida y lo rodeó con sus brazos mientras él la cubría. Separándole los muslos con un ligero empujón, Federico se situó entre ellos. Volvió la cabeza, se metió un endurecido pezón en la boca y succionó con fuerza. Cristina tembló y él presionó dentro de ella, dila­tándola.

Cristina trató de relajarse. Federico deslizó el brazo entre sus cuerpos y volvió a acariciarla.

La sensación la atravesó como un rayo golpeándola en lo más profun­do. Desbordó los muros de contención y desató las furias de la pleamar, una pasión líquida, lava caliente que, elevándose, recorrió el cuerpo de Cristina. Y se vio atrapada en la marea, barrida y volteada en el puro ca­lor del momento. Sintió que Federico se retiraba, se levantaba con fuerza y la colmaba.

Lo sintió llegar hasta lo más profundo de su ser.

Lo recibió agradecida dentro de su cuerpo y en su corazón. Conocía el peligro y vio el abismo que se abría a sus pies, pero el deseo que animaba a Federico, la salvaje necesidad que lo colmaba, lo impulsó a embestirla una y otra vez. Cristina saltó al abismo sin pensárselo dos veces.

Se entregó a él, abriendo su cuerpo y sus sentidos. Lo besó y con una vulnerabilidad exquisita, extendida bajo aquella energía inflexible, inmo­vilizada por ella, atravesada por ella, lo animó a continuar.

Pero no podía haber previsto el verdadero carácter de Federico, que por encima de todo trató de complacerla y deleitarla.

De una forma salvaje y maravillosa.

Tres Destinos (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora