Mini-capítulo 31.5

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Pasado

Tird Reich observó de lejos como aquél hombre eslavo abría la ventana de su oficina y encendía un cigarrillo maltratado, el cual había sacado de uno de los bolsillos de su uniforme militar ligeramente lleno de arena y barro.

—Imáginate poder ver a nuestros hijos muy, muy en el futuro. Poder verlos, abrazarlos, hablarles, aconsejarlos; poder vivir con ellos más adelante.

URSS asintió y exhaló el humo vaciando sus pulmones.

—Eso suena como algo que de verdad anhelo mucho —dijo el soviético con un tono de voz realmente apagado. Se le veía decaído y triste; a saber él el porqué de ello—. No lo sé, Nazi. Hoy dejé a mis hijos en casa con una campesina a la cual no conozco en realidad. Siento que no estoy pasando tiempo con ellos y, maldición, deberías verlos, crecen rapidísimo.

El sujeto de ushanka apagó el cigarrillo, puesto que se le habían esfumado las ganas de fumar por completo; se giró en dirección al alemán y casi le suplicó con la mirada que le ayudase, que le salvase del sentimiento lastimoso que le molestaba y presionaba el pecho.

—Bielorusia dijo sus primeras palabras y me lo perdí —URSS se llevó ambas manos a la cara, cubriéndosela—. Rusia aprendió a escribir vocales, y no fui yo quien se lo enseñó, sino un maestro cuyo nombre ni siquiera sé. A Ucrania le encanta un cuento que trata sobre un zorro blanco, y yo nunca le he leído ni contado nada, por lo que fue alguien más.

Tird Reich tragó saliva y por primera vez en mucho tiempo, sintió que se le arrugaba el corazón.

—Soy lo peor para esos niños, Reich —murmuró URSS con voz temblorosa—. Nunca tengo tiempo, no puedo dividirme en dos... ojalá lo que dices sea posible pronto, porque me encantaría saber que estaré con mis hijos después de todo, y que tendré tiempo para ellos tarde o temprano.

El sujeto más pequeño de entre los dos tragó saliva y se lamentó para sus adentros, mientras que URSS se derrumbaba lamentándose sin vergüenza en el exterior.

—Ojalá —dijo Tird Reich sentándose en una de las sillas de madera de roble desgastada, haciendo un sonido sobre la madera con las botas de su uniforme—; ojalá, mi cielo, mis fantasías se hicieran realidad para hacernos felices a ambos.

El soviético torció los labios con un sentimiento amargo en el cuerpo.

—¿Puedo...? ¿podría...? —comenzó a preguntar URSS, pero el nudo que empezaba a sentirse en su garganta no le dejó continuar, hasta el punto que este tuvo que taparse la boca para no soltar un sollozo delante del alemán.

No delante de él. No. No. No, delante suyo no —pensó el eslavo con la vista centrada en sus pies.

—Sí —respondió Reich sin la necesidad de escuchar la pregunta—, sí puedes.

El hombre de parche bajó la mano apartándola de su rostro y caminó con lentitud en dirección a Tird Reich, casi con si le diese temor faltarle el respeto de alguna manera. No era la primera vez que URSS le pedía permiso al alemán para darle un beso, y es que la primera vez que el eslavo intentó darle uno de esos sin previo aviso, Nazi le escupió la cara y casi le hace perder el único ojo que le quedaba con un cuchillo bien afilado que ahora sabía que Reich siempre guardaba en su tobillo derecho.

URSS dudó en el momento que tomó a Tird Reich de las mejillas y se inclinó en su dirección bajo su mirada fría y su semblante seria, sin emoción alguna.

Rara la vez, el soviético le veía ponerse nervioso a causa de la cercanía; por suerte, esa ocasión era una de esas «raras» veces, porque la expresión neutral del alemán desapareció siendo reemplazada por una mirada desviada y por una relamida de labios demasiado obvia para la ocasión.

Aunque URSS no podía negar que en ese mismo instante, a él también le temblaban los dedos y le recorría la inseguridad de tener a alguien como Tird Reich tan cerca de sí.

No estoy armado —repasó el alemán mentalmente, ¿y si ese era un engaño? Podía ser, ¿no?

Y posó su vista en el rifle de URSS, el cual este se quitaba siempre al pasar por la puerta. El cual siempre aseguraba antes de poner sobre la mesa. El cual siempre estaba muy lejos de la ventana.

Si URSS le atacaba de repente, ¿le daría tiempo suficiente tomar su arma y hacerle frente?

La respuesta era un rotundo «no». Mucho menos luego de que el eslavo se le sentara sobre las piernas sin avisar, condenándolo a quedarse sin escapatoria debajo suyo en la silla.

Reich —murmuró el soviético cerrando sus ojos suavemente y juntó sus frentes con precaución—, de verdad me gustas... mucho —confesó.

—Lo sé.

—¿Por qué no me amas? —preguntó URSS dejando caer sus brazos a ambos lados mientras apoyaba su frente en el hombro derecho de Nazi.

—¿Cuando te he dicho yo que no te amo? —cuestionó el alemán observando su espalda con detalle.

—Jamás me has dicho que sí lo haces y yo siempre hago de todo para que sepas que de mi parte, si siento algo por ti —dijo el más alto a modo de respuesta.

—No soy del tipo detallista —aclaró Tird Reich.

—¿Podrías serlo al menos sólo esta vez?

El alemán lo meditó un poco antes de responder o dar un movimiento a partir de ese punto.

¿Y qué si daba «el brazo a torcer» sólo un poquito?

¿Qué es lo peor que podría pasar si complacía esa pequeña petición de URSS?

Fuese lo que fuese, no podía ser muy grave; por lo que Tird Reich sujetó las manos de el eslavo y lo guió a dejarlas a la altura de cintura para luego él tomarle de los costados de su cuello y sentir que podía acercarle y/o alejarle a su antojo. Rozó los labios de URSS con sus dedos y dijo:

—Haré planes para que puedas pasar más tiempo con tus hijos, y para yo poder pasar más tiempo con Alemania. Algo se me va a ocurrir.

—Eso estaría perfecto —opinó el eslavo sin moverse de su sitio.

—¿Sabes por qué estoy haciendo planes contigo? —preguntó Tird Reich.

—¿Por qué? —se mostró curioso el soviético.

—Porque de verdad me gustas... mucho.

¡BOOM! ★ Country humansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora