Capítulo 23

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Alemania se cubrió la boca con su mano izquierda y tragó saliva mientras su pecho subía y bajaba en una respiración frenética; ciertamente, si alguna vez planeó una situación en la que tuviese a Polonia frente a sus ojos (y si que lo planeó miles de veces) jamás se imaginó que le costaría tanto fingir que este era normal y/o indiferente para él.

Relájate, relájate —se dijo a sí mismo el alemán sintiendo como comenzaba a sudar de la presión—. No es él, es alguien más, no es él. Ignóralo, tan sólo ignóralo.

Pero las palabras auto-motivacionales no servían de mucho en esa situación.

Un día, cuando Alemania no era más que un chiquillo revoltoso, subió al ático de su casa en busca de una caja que tenía juguetes viejos y polvorientos en su interior.

Los recordaba muy bien; un tren de madera gastada, un avión con las rueditas perdidas y un perrito de peluche color café, al cual le faltaba una orejita. Su padre siempre guardaba aquellos juguetes y le decía «te compraré otros, nuevos y mejores», pero el niño alemán siempre con su necedad se negaba y volvía en busca de sus juguetes por más rotos que estos estuviesen.

A veces, Rusia le ayudaba a buscar los juguetes por toda la casa, puesto que su padre los escondía muy bien. ¡Era como jugar a los piratas! Con un mapa borroso en busca del tesoro... ¡y qué buen tesoro era! Al menos si para él. Y para qué negarlo, a Alemania le encantaba la sonrisa que mostraba Tird Reich cuando este descubría que él había encontrado sus valiosos tesoros una vez más.

«Alemania, hijo mío, qué insistente eres... ¡no te detienes jamás hasta que consigues lo que tanto te gusta!».

Eso era cierto, por desgracia.

Aquel día, estaba jugando a los piratas sin su mejor amigo.

Había visto como su padre subía y bajaba del ático decenas de veces.

Y pensó: «Ahí hay algo importante, ahí está mi tesoro de pirata».

Lástima.

Sus juguetes no estaban allá arriba.

¿Pasa algo? —se le escuchó preguntar al estadounidense y Alemania pegó un salto que casi le hace tocar el techo; ¡demonios! ¡por poco lo mata del susto!

—Uh... no —respondió el chico de gafas mostrándose más tranquilo, y pronto volvió a ser el alemán de siempre; neutral y controlado.

—Are you sure? (¿Estás seguro?) —cuestionó USA levantando una ceja mientras reacomodaba la toalla que llevaba alrededor de los hombros—, parecías estar buscando algo.

—¿Buscando algo? Oh sí, buscaba el control remoto —se excusó rápidamente Alemania; lo que sea para no decir: «fítaje, estaba observando a Polonia desde aquí arriba».

Está justo ahí —dijo Estados Unidos señalando a la mesilla de café que se encontraba justo a un lado del europeo.

—Quién lo diría —murmuró el germano con naturalidad—. Es la miopía, qué te puedo decir. Esta no es exactamente mi fórmula —movió sus gafas de arriba a abajo y luego alcanzó el control simulando que su intención era ver la TV.

USA alzó los hombros sin sospechas de nada; para este ya era bastante normal que Alemania fuera un hombre de buena postura y pocas palabras.

Para cuando el alemán encendió la televisión, el decodificador estaba puesto es una serie grabada de varios capítulos con subtítulos en varios idiomas. Se veía bastante interesante, así que Alemania se sentó en uno de los muebles del lugar buscando distraerse de lo que se encontraba abajo.

Rusia, Francia y el canadiense no tardaron en aparecerse en el piso de arriba con muecas entre aburridas e interesadas; habían logrado escuchar el volumen del programa, y eso les había llamado la atención. Cualquier cosa era mejor para ellos que escuchar como Argentina regañaba intensamente a Venezuela sobre cómo funcionaba realmente el movimiento feminista moderno. Por otro lado, Polonia se había recostado en el sofá-cama de abajo mientras México hacia la buena obra de prepararle algo de comer que no lo matara de un mordisco.

—¿Qué miras? —le preguntó el ruso a su ami-enemigo de la infancia.

—No lo sé, una especie de concurso —respondió Alemania.

—Vaya... es una competencia dura, parece que los concursantes la están pasando mal —comentó el francés con su lindo pañuelo rojo alrededor del cuello.

—¡Típico programa competitivo canadiense! —exclamó el norteamericano de gorro con piel de mapache—. conozco este show, USA y yo apostamos por el equipo que creemos que va a ganar, como si fuesen caballos de carreras.

—Uuuh, con un premio de un millón de dólares —dijo el chico eslavo con su ushanka—, ¡vale la pena partirse el cuello! ¿cómo se llama este programa?

—Huh, no lo recuerdo bien, y por alguna razón este televisor no muestra el título —respondió Canadá—. Lo único que sé es que uno de sus directores es un sujeto llamado Josh-TheWarrior.

—Menudo genio —dijo el alemán con la vista pegada en la pantalla mientras se escuchaban las quejas y los disturbios del programa.

Sin embargo, el ruido de la televisión no cubrió el estruendo de algo de vidrio rompiéndose en el piso de abajo.

¡BOOM! ★ Country humansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora