UNO

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ENCUENTRO

Mientras esperaba que el semáforo cambiara de color, tomado de la mano de su padre, un perro no quiso respetar las reglas que no le incumbían y paso la calle. El niño se quedó mirando cómo el animal pasaba tranquilamente al otro lado, mientras a su alrededor las personas caminaban sin detenerse, simplemente caminaban hacia algún lugar. En esos segundos que transcurrieron entre el verde y rojo del semáforo, para él solo existía el perro y su caminar, luego el mundo siguió su rumbo. Un carro pasó por delante del muchacho y arrolló al perro. Nadie se detuvo. El carro siguió su camino. La criatura quedó en el pavimento, ya no había nada, solo una mancha roja revuelta con los pelos negros del animal. El niño se quedó viendo la escena, nadie lo apartó, nadie recogió el cuerpo. El semáforo cambió a rojo y todos pasaron, incluidos él y su padre. No podía dejar de mirar, era el único que miraba como un ser vivo dejaba de serlo.

Que la vida pasara durante una clase era más bien triste. Felipe había llegado muy temprano a su primer día en la facultad de derecho. Durante todas las vacaciones su único motivo para soportar esos días interminables en la insoportable casa familiar era la entrada a la vida universitaria. Su familia durante mucho tiempo le dijo que debía llegar a ser alguien en la vida, así que veía en la universidad la respuesta a todas sus preguntas de adolescente pueblerino. Ahora que estaba sentado en una silla del rincón izquierdo del salón de clases, viendo como el profesor hacía una breve charla sobre el porqué una carrera como derecho en este país era importante y como los que estaban sentados en este lugar eran el futuro del cambio, solo sentía aburrimiento.

Felipe era un muchacho de veinte años que hace diez días vivía en la capital. Solo, en una habitación muy cerca de la universidad, en ese tiempo la selva sin árboles y toda neblina que era Bogotá se había convertido en su hogar. Para él, que había vivido tanto tiempo en un pueblo alejado de la mano de cualquier persona cuerda, estar en ese lugar donde nadie lo conocía era relajante, lo que pasaba fuera de su ciudad no era de la incumbencia de nadie. Se dedicaba a vivir los días uno por uno, sin ningún afán y solo preocupándose por los problemas de la juventud. Ahora esos problemas eran las clases de su segundo hogar. Mientras el profesor seguía hablando sobre la necesidad de un cambio en las mentes colombianas, Felipe solo miraba sus labios moverse al compás de las palabras, labios rojos como si se hubiera aplicado algún labial y coronados con un bigote que luego se convertía en una espesa barba. Pasaba de sus labios a sus ojos verdes, tan verdes como unas hojas de un árbol al término de una llovizna. Habría que mirar cuales eran sus prioridades.

Alrededor suyo, sus compañeros no prestaban mucha atención a lo que el profesor decía, unos se quedaban viendo el celular y otros estaban más preocupados por hacer amigos antes de que acabara el día. Así pasó la primera clase, Introducción al derecho se podría llamar Introducción al aburrimiento. Dejaron lecturas para la próxima clase. El profesor de ojos verdes se despidió y salió. Los estudiantes salieron detrás de él. Felipe se quedó sentado, viendo al tablero y las anotaciones que se habían dejado.

- ¿No vas a salir? – una voz femenina lo sacó de su trance. Giró su mirada hacía la puerta y vio a una joven de pie junto a ella. Con el pelo largo y liso, con unos ojos penetrantes, pero de un café muy claro. Toda ella emanaba seguridad.

-Estaba viendo lo que escribió el profesor en el tablero. Es gracioso como confunde la r minúscula con la mayúscula.

- ¿Eso te parece gracioso? – la chica soltó una carcajada que de seguro media facultad escucho – pues hay que ver lo que ahora parece gracioso. Ese profesor está bueno, pero a veces se le va la cabeza en temas que a los de primero no les importa.

Abordo de mí mismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora