SIETE

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CAMINOS

            - ¿Luego qué pasó? – preguntó Daniel. Los dos chicos caminaban por la carrera séptima. Esa gran avenida que comenzaba en la plaza de Bolívar y seguía hasta los confines de la calle 200.

- Esperamos a que todo se calmara. Como a las diez de la noche ya los del esmad se habían ido... después de eso nadie habló. Solo mirábamos el televisor. La señora del lugar nos ofreció posada en el cuarto de su hijo que prestaba el servicio militar. Aunque yo vivía al lado no pude negarme, ni Laura, ni el otro estudiante. Al día siguiente el muchacho ya se había ido. Nunca supimos su nombre – ya habían pasado dos días de aquello, pero Felipe aun sentía la irrealidad de la situación. Aunque todo había pasado y existían testigos, para él todo estaba difuso.

- Que día tan fuerte, parce – Daniel llevaba una camiseta esqueleto negra, eso hacía que sus blancos brazos por fin se mostraran. Se notaba que muy pocas veces les daba la luz solar. Aun así, sus músculos se veían marcados. Hoy estaba más animado que de costumbre.

- ¿Al fin que vamos hacer? – dijo Felipe mientras caminaban por el comienzo del parque nacional. Ese lugar que iniciaba en la avenida y terminaba o mejor dicho seguía en los cerros orientales. Cuando pasaron al lado de la fuente principal, donde en el centro había una estatua de dos personas, Felipe recordó que esas dos personas parecían dos hombres a punto de besarse.

-Ya le dije, vamos a Wilborada. Hoy se presenta un escritor que me gusta mucho. Ya verá. – Daniel se movía de un lado al otro, parecía que no pudiera caminar recto. Su bermuda y tenis le daban un toque curioso. Felipe lo miraba con detenimiento.

-Mmm... creo que no vamos a llegar a tiempo, esa cosa queda cerca a la calle 72, hasta ahora vamos en la 39 – habían llegado a la esquina donde terminaba el parque y comenzaba una universidad que se alzaba con altos edificios – deberíamos tomar bus.

- ¡No sea flojo, caminemos! Además, es a las cinco de la tarde, apenas son la una – los ojos de Daniel se veían más oscuros que de costumbre, pero de una manera contradictoria tenía un destello muy en el fondo.

-Al menos compremos agua. Este sol es anormal – después de los días nublados anteriores, ese cielo descubierto y su inminente sol eran una cosa extraña. Así era esta ciudad. Pasaba de días fríos y grises, a cielos azules y calor cual tierra caliente.

-Usted si jode – dijo Daniel con un tono burlón. Luego se acercó y le puso un brazo alrededor del cuello y así siguieron caminando. Ayer lo llamó para decirle que si quería acompañarlo a la librería. Felipe estaba en su habitación leyendo un libro. Ya que había terminado sus trabajos y le molestaba pasar mucho tiempo en esa casa le dijo que sí. Seguían sin hablar de lo que había pasado en el chorro, en cambio notaba una cercanía peculiar con el alto joven desde entonces. No le molestaba esa sensación – me gusta pasar tiempo con usted, eso de que no hable mucho es su mejor cualidad – con una sonrisa que parecía sincera continuaron.

Cuando llegaron al parque de los hippies decidieron entrar a una cafetería a tomar algo. Después de caminar más de cuarenta calles hasta la 60, Felipe sentía que no tenía una pizca de fuerza en sus piernas. Se sentaron en la primera mesa que vieron en el local y pidieron dos colombianas y dos panes. Mientras el día seguía su curso, las personas fuera del local caminaban lentamente. Para los capitalinos el sol es un pequeño castigo, aun así, caminan despacio debajo suyo. Será para aprovechar los días luminosos.

-Mi mamá está enferma – soltó de repente Daniel – tiene una complicación en las piernas y si no mejora tendrá que sentarse en una silla de ruedas. Está insoportable por el hecho de no poder seguir caminando... la entiendo, debe ser horrible tan solo pensarlo, pero... - Daniel alzó la vista de su comida y se quedó viendo fijamente a su amigo – pero yo también tengo problemas. No sé si pueda estudiar el próximo semestre. El trabajo que tengo en la papelería no da lo suficiente y mis ganas de comprar libros me superan – esto último lo dijo con una risa al final.

Felipe no sabía muy bien que responder. Desde que se conocieron en esa cafetería del centro habían hablado esporádicamente, pero cada vez con más confianza uno del otro. Y ahora él le contaba algo tan privado. Quizá debería hacer lo mismo, ¿pero qué cosas estaban pasando en su vida? No podía contarle sobre el señor de los cuernos, no sabía muy bien porqué, pero prefería no hacerlo. Luego los otros dos hechos extraños habían pasado a segundo plano, después del incidente con la policía.

-No entiendo mucho de eso. Mi familia, aunque con problemas nunca me han hecho participe de nada. Mi padre trabaja día y noche para pagarme la universidad y a la vez para mantenerme en esta ciudad. Nunca me han pedido trabajar. No entiendo ese tipo de necesidades. Lo siento... - ¿por qué disculparse por algo que no estaba bajo su control? Solo había nacido en una familia con una aparente comodidad económica, que otras personas no tuvieran eso no lo hacía culpable – aun así, me puede contar lo que quiera. Creo que somos amigos.

Daniel seguía observándolo fijamente. Todo lo demás estaba muy silencioso. Parecía una tarde en su pueblo, donde todo el mundo se recluía a esconderse del sol arrasador de medio día. El televisor estaba apagado, cosa rara en un local. El tiempo pareciera querer que se vieran fijamente. De pronto Felipe comenzó a llorar.

- ¿Por qué está llorando? – fue la pregunta llena de preocupación de su amigo.

-No se... - de verdad no sabía ¿podría alguien pasar por cosas que no debía contar y andar tranquilo por la vida? ¿serían los ojos de Daniel que le rebuscaban algo dentro?

- ¿Es por lo del viernes? ¿aún sigue asustado?

-No había pensado en eso. Sé que fue extraño, pero siento que esos momentos son más reales que los días que pasó en la universidad ¿y si estoy en algo que no quiero? Tengo miedo de decepcionar – Daniel le puso la mano encima de la suya. Ese gesto calmó un poco el llanto de sus ojos - ¿Cómo hace para saber que está haciendo lo correcto?

-Uno nunca sabe eso, Pipe. Cuando pensamos que estamos haciendo algo bien, llega otra persona y nos muestra que no es así. Eso no es lo importante. Aquí lo que importa es cómo nos sintamos al hacer dichas cosas que pensamos buenas. Porque si esperamos a que otra persona nos dé su visto bueno, pues nunca podríamos tener esos momentos de felicidad.

Daniel hablaba despacio y claro. Era muy relajante escucharlo hablar así. Su amigo lo había hecho parte de su vida privada, y él expulsaba sus miedos sin siquiera terminar de escucharlo, se sintió egoísta y estúpido. Felipe se limpió la cara con la mano ya estoy mejor, gracias, dijo en un suave suspiro. Su amigo lo miraba aun preocupado, pero no dijo nada.

-Deberíamos seguir camino. Aun nos faltan unas cuantas cuadras – dijo Felipe para disipar el momento.

Abordo de mí mismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora