CINCO

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MARCHAS

El libro que había pedido nunca llegó a la zona de préstamos. El encargado de esa sección dijo que llamaría al sótano, pero Felipe prefirió decir que no había problema, otro día pasaría. Mientras caminaba por el pasillo de salida, seguía dándole vueltas al extraño momento que había vivido hace unos minutos. Después de la visita accidental que tuvo al lugar de trabajo del señor de los cuernos, sentía que vivía en una realidad diferente, como si algo se hubiera mezclado en algún momento y ahora no sabía que podría pasar más adelante. Y luego había sido ¿transportado? Al baño del cuarto piso, donde el hombre con el gran pene lo había enseñado. No podía dejar de pensar en nada más que no fuera la puerta en mitad de una de las paredes de la escalera y lo que allí encontró. Pero la naturalidad con la que tomaba los sucesos lo sorprendía. Y del mismo modo no sabía cómo llamar a esa experiencia. Creía que podrían ser alucinaciones, pero todo se sentía tan real eso diría alguien que tiene alucinaciones fue su pensamiento. Quería entender que le estaba pasando ¿acaso el mundo en el que vivía estaba cambiando? ¿tal vez su mente era la que le mostraba dichas cosas? Al salir de la biblioteca su cabeza le dolía por tratar de comprender todo aquello que estaba sucediendo.

Su siguiente clase sería dentro de poco, aunque no sabía muy bien qué hora era, de todos modos, no estaba muy entusiasmado en asistir, pero tampoco era una opción estar encerrado en su cuarto. Caminó las dos calles que separaban su universidad de la biblioteca. Al llegar a la entrada de una de las facultades, vio que estaba cerrada. Saco su celular y miro la hora, 7:30 de la noche, además de cinco llamadas perdidas de Laura. Luego la llamaría ¿por qué estaba cerrada la universidad? Cuando se escuchó un sonido en algún lugar. No reconocía al comienzo de que se trataba, pero al escuchar un segundo ruido pudo compararlo con los sonidos que hacía la pólvora cuando era navidad. ¿Pólvora en abril? No, debería ser otra cosa. La calle estaba vacía, ni siquiera la señora que se hacía frente al edificio, en ese hueco de las casas que observaban esa entrada de la universidad y que vendía en su mayoría cigarrillos estaba. Felipe seguía ensimismado en lo sucedido en la biblioteca.

Su celular comenzó a sonar. Lo sacó de su bolsillo. Era Laura.

- ¿Por qué no contestas? – fue el saludo de su amiga.

-Estaba en la biblioteca, se me pasó el tiempo. ¿qué pasa? – apenas podía hilar palabras, su cerebro seguía en otro lugar.

-La marcha de hoy se puso densa. Llegaron los del esmad. Luego los capuchos aparecieron de no sé dónde. Llevan varias horas así. La plaza de Bolívar parece un campo de batalla. Estoy en la cafetería que queda por tu casa...

Mientras Laura le contaba los acontecimientos de la tarde, un hombre corriendo apareció por la calle doce, y luego fue hacia él. Venía tan rápido que Felipe no tuvo tiempo de reaccionar a nada más que moverse para darle espacio. Cuando estaba pasando junto suyo, vio que tenía la mitad de su rostro tapada por una pañoleta negra. Sus ojos eran lo único que podía ver. Estaba asustado. Quizá no sabía en que se había metido. ¿Otro estudiante? Quizá solo quería salir a marchar por una educación digna, tal vez por un salón en donde haya sillas en las cuales poder sentarse, pero terminó lanzándole papas bombas a la policía. Durante ese segundo que se quedaron viendo fijamente, un policía del esmad llegó por el mismo lado con su armadura negra. Felipe estaba en una parte de la calle donde se podía cubrir con la pared de la casa contigua. Tomo al chico de su brazo y juntos se hicieron en esa esquina del mundo donde el oficial no podía verlos.

El silencio volvió. El cielo era gris. El brazo del muchacho estaba tenso. Felipe seguía con el celular en el oído. Laura seguía hablando.

- ¿Dónde estás? Ven ya a la cafetería, es peligroso andar en las calles. Esos hijueputas no discrimina un estudiante de otro... ¿me estás escuchando? – si la escuchaba, pero su atención estaba en el encapuchado. Él seguía en silencio, pero su respiración delataba su temor a ser descubierto.

-Estoy al frente de la universidad. Acaba de pasar un capucho frente mío y detrás hay uno de esmad. Ando metido con él en el hueco de la residencia esa... no podemos salir mientras este ese man ahí – las expresiones que estaba utilizando no eran comunes en él, pero no podía pensar nada más.

-No te muevas. Quítale la capucha. Esconde esa mierda y si te ven muéstrale el carné. Somos de privada, no te dirán nada los muy clasistas... - un silencio en el otro lado del teléfono - aunque mejor no muestres nada, quizá no le importa de dónde vengas...

Tomó la pañoleta que le cubría el rostro al chico. La metió en el interior de su chaqueta. Hasta ese momento no había notado la ausencia de su maleta, seguía con sus pertenencias en los casilleros de la biblioteca. No era momento de pensar esas cosas. El rostro del muchacho era el de un adolescente de unos dieciséis o diecisiete años. Todo su rostro brillaba por el sudor, y eso que normalmente en Bogotá la gente no suda. La mirada del muchacho seguía expresando miedo, pero ahora su respiración se había calmado.

- ¿Ya se fueron? – preguntó Laura con la voz baja. Como si ella estuviera a su lado y tuviera miedo que la escucharan.

- No sé, no he visto. Pero ya han pasado varios minutos. Voy a mirar – cambio de posición con el chico y asomo su cabeza por la esquina de la pared – no hay nadie.

- Listo. Ven ya para acá, no te detengas.

- ¿Y el chico?

El silencio del celular fue más profundo que cualquiera que hubiera escuchado.

-Tráelo. – y Laura colgó.

Abordo de mí mismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora