Capítulo 3: Sangre de Dragón

169 12 5
                                    


Algo o alguien me sacude el hombro con lo que espero que no crea que es suavidad.

- Eh, eh, despierta.

Abro los ojos y los acostumbro a la luz de las brasas. Es Ría. La odio un poco por despertarme. Después de tres días durmiendo en zanjas a la intemperie, quería aprovechar una cama decente lo máximo posible.

- ¿Qué pasa? - pregunto medio dormida.

- Te esperan en el salón. Es urgente - me apremia.

Suspiro y me levanto de la cama. Me dispongo a ponerme la armadura de hierro, pero Ría me detiene.

- No, esa no. Ten.

Y coge algo de su cama y me lo ofrece.

- Aela me la ha dado para ti.

Es una armadura de acero. Cuando la sujeto, la siento más ligera que la que traje de Cauce Boscoso. Ponérsela no resulta tan costoso como la de hierro y caminar con ella es realmente cómodo.

- ¿Qué hago con esta? - le pregunto a Ría, levantando la de hierro.

- Quédatela. Siempre puedes venderla en La Doncella Guerrera.

Recuerdo haber leído ese nombre nada más entrar en la ciudad. Debe ser la herrería. Guardo la armadura de hierro en mi baúl y sigo a Ría fuera de la habitación. Nada más hacerlo, me topo de frente con un rostro barbudo pero aniñado. Y que huele demasiado a cerveza.

- Tú eres el nuevo recluta, ¿verdad? - pregunta con dificultad.

Apenas puede pronunciar las palabras, y apenas puede mantenerse en pie.

- Torvar, ¿otra vez te has quedado en La Yegua Abanderada bebiendo toda la noche? - lo riñe Ría.

- Hay que disfrutar de la vida, Ría – se defiende el chico, Torvar. - Cualquier día un oso te pega un zarpazo y te quedas tuerto como Skjor.

Ría lo chista y yo miro hacia el pasillo deseando que nadie haya escuchado ese comentario. Estamos de suerte.

- Venga, ve a acostarte - le aconseja Ría.

Torvar hace amago de protestar, pero se lo piensa mejor y se mete en el cuarto de los chicos. Me pregunto si Njada seguirá ahí o ya se habrá levantado pero, sinceramente, ni lo sé ni me importa.

Cuando llego al salón, hay varios miembros del Círculo sentados a la mesa, desayunando. Están Skjor y Aela, sentados juntos, y Farkas un poco más apartado, engullendo una cantidad demasiado grande de bollos de canela. Vilkas está sentado en otra mesa, aparte. No hay ni rastro de Kodlak. En cuanto me ve, Vilkas me hace una señal para que me acerque, y obedezco. Espero que no me mande otro recado estúpido.

- El Jarl quiere verte – me dice.

- ¿Para qué? - pregunto, curiosa.

- Lo ignoro. Pero no deberías demorarte.

Dando por terminada la conversación más corta de la historia, Vilkas se levanta y se marcha en dirección al patio.

- ¿Has pensado en lo que te dije? - le pregunto mientras se marcha.

Pero él me ignora y sale por la puerta. Bufo y salgo de Jorrvaskr por la otra puerta que da a la calle. Cruzo la plaza del Verdeoro y me apresuro escaleras arriba hacia Cuenca del Dragón y, cuando entro, voy directamente hasta el Jarl Blagruuf. Me sorprende no ver a su edecán, la elfa oscura Irileth, junto a él.

Compañeros | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora