Capítulo 10: Venganza

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Vamos de camino a Refugio de Sombra Errática, en El Pálido. Después de día y medio de camino, empezamos a ver los primeros rastros de nieve, y un par de horas más tarde ya avanzamos por terrenos cubiertos por una capa de más de un palmo de grosor. El frío pugna por atravesar nuestras armaduras del mismo modo que el sol pugna por atravesar el manto de nubes que nos cubre. Los copos de nieve caen mansamente sobre nuestra piel y el vaho sale de nuestras bocas. Y es lo único que sale, pues el viaje, hasta ahora, ha transcurrido en completo silencio. Al principio no dejaba de intentar hacer entrar en razón a Vilkas y pedirle que lo reconsiderara, pero solo obtenía su silencio como respuesta. Finalmente, comprendí que no iba a conseguir hacerle cambiar de opinión, así que, únicamente, le seguía en silencio, como un perro a su amo.

Cuando estamos a pocas horas de llegar a nuestro destino, la ventisca se hace más fuerte y nos vemos obligados a resguardarnos en una cueva hasta que pase la tormenta. Tras asegurarnos que no hay ni osos, ni lobos, ni gatos sable, encendemos una pequeña hoguera, nos sentamos uno a cada lado de ella y nos perdemos entre nuestros propios pensamientos. Observo a Vilkas. Su ceño se ha desfruncido, pero todavía noto ira en su mirada, perdida en las llamas del fuego. Abrazo mis hombros y trato de hacerme entrar en calor. Al cabo de un par de horas, la tormenta amaina. Vilkas se levanta sin decir nada, coge un puñado de tierra y apaga el fuego con ella, obligándome a levantarme también. Salimos de la cueva y seguimos nuestro camino.

Sin embargo, la temprana noche del norte nos sorprende antes de que lleguemos a Sombra Errática, obligándonos a resguardarnos en otra cueva. La escena se repite, de nuevo, los dos sentados uno a cada lado del fuego, en silencio. No lo soporto más.

- ¿Hasta cuándo vas a ignorarme? - pregunto.

Vilkas no me responde. Ya estoy harta. Cojo una piedra del suelo y se la tiro con todas mis fuerzas, golpeándole en la armadura a la altura del pecho. Él levanta la vista.

- ¿Qué crees que estás haciendo? - se queja.

- Bien, gracias. Al menos me has hablado.

Vilkas me dedica una mirada furibunda antes de apartarla y volverla a clavar en otro punto.

- No me hagas tirarte otra – le advierto.

Mi comentario consigue que vuelva a mirarme.

- No quiero hablar – dice finalmente.

- ¿Por qué?

- Porque no quiero. Respétalo.

- Vilkas...

Vilkas se levanta y se va aparte, a un rincón de la cueva. Se sienta en el suelo de espaldas a mí. Le contemplo con dolor. ¿Por qué hemos acabado así? Justo cuando sabía que mis recién descubiertos sentimientos podían ser correspondidos, cuando por fin me dí cuenta de lo que sentía por él... Todo se torció. Y parece ser que no hay forma de enderezarlo. Me giro yo también, dándole la espalda y me recuesto al otro lado de la caverna, lejos de él. Para siempre.

No sé qué es exactamente lo que me despierta. No es la luz del sol, eso está claro, ni el canto de ningún animal. Tampoco es la ausencia del calor del fuego, pues, cuando abro los ojos, este tiene pinta de llevar apagado unas cuantas horas. Supongo que es el miedo inconsciente a quedarme sola. Vilkas está terminando de recoger nuestras cosas, de nuevo de espaldas a mí. Me pregunto si pensaba despertarme.

Cuando salimos de la cueva, nos recibe una mañana bañada en niebla, aunque menos fría que la anterior. Conforme avanzamos hacia Sombra Errática, esta se va disipando hasta que, en lo alto de una colina, distinguimos nuestro objetivo a los pies de unos riscos. Aún desde nuestro escondite, distinguimos varios guerreros de La Mano de Plata rondando y haciendo guardia.

Compañeros | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora