Capítulo 12: Compañeros

178 14 10
                                    

Los días en Carrera Blanca son aburridos. Prácticamente los paso entrenando con Ría, Njada, Athis y Torvar. Cuando llegué, sola, tuve que explicarles lo ocurrido. Todos se sorprendieron de mi nombramiento como nuevo Heraldo por parte del fantasma de Kodlak, pero recibieron la noticia con alegría y respeto, y prometieron seguirme. Pero no hay ningún sitio al que puedan hacerlo.

Los días pasan largos y monótonos, y dan paso a los meses. En ocasiones parto en alguna misión por orden del Jarl, a acabar con algunos bandidos del Llano o con las bestias que asolan los paisajes, y de vez en cuando me llevo a alguno de mis compañeros. Algunas tardes me paso por el Templo de Kynareth y ayudo a la sacerdotisa, Danica Manantial Puro, con los enfermos. Doy limosna a los mendigos. Ayudo a Eorlund en la Forja. Juego con los niños de la ciudad. Estudio sobre los anteriores Heraldos. En una ocasión, mato a otro dragón. Trato de mantenerme ocupada, para que mi mente evite pensar en Vilkas. Pero todas las noches acabo sola, en La Yegua Abanderada, oyendo historias sobre el Sangre de Dragón, Los Compañeros y la Gran Guerra, con un vaso de aguamiel en la mano, y recordando todo lo sucedido desde que entré a Jorrvaskr por primera vez y desde que volví de la Tumba de Ysgramor.

Al principio, Torvar venía conmigo. Pero llegó el día en que conseguí alentarle lo suficiente como para que le confesara sus sentimientos a Ría. No sé si ella habrá olvidado a Vilkas o no pero, desde entonces, ellos dos pasan más tiempo juntos. Los que tampoco se suelen separar son Njada y Athis, y en muchas ocasiones me pregunto si tendrán algo.

Eorlund me forja una nueva armadura, más ligera, parecida a la que llevaba Aela. La pruebo en una de mis misiones, y es maravillosa. Tiene la espalda al aire, cruzada por unas correas de cuero que la sujetan al cuerpo. Me permite moverme mucho más ágilmente, y también es más silenciosa, por lo que puedo pasar desapercibida entre los enemigos. 

Pasan los meses. El cabello me crece, igual que cuando estuve en Alto Hrothgar. Pero esta vez no tengo ganas de cortármelo. Tampoco es que vaya a necesitarlo. Las cicatrices que me hicieron las brujas de Glenmoril hace tiempo que no me duelen. Lucen blancas y limpias en el lado izquierdo de mi mandíbula.

Gracias al dinero que he conseguido cumpliendo los encargos del Jarl, me he comprado una pequeña casa, el Hogar de la Brisa, junto a La Doncella Guerrera. Es pequeña, de dos pisos, pero suficiente para mí. En Jorrvaskr, Eorlund y Telma insistían en que, como nuevo Heraldo, me instalara en las dependencias de Kodlak. Al principio me negué, pero Ría y los demás se pusieron de su lado, por lo que acabé aceptando. Sin embargo, era extraño estar ahí. Me invadía una sensación de ausencia. No solo por dormir en la cama de mi maestro muerto, si no por ver la habitación vacía de Vilkas cada vez que salía por la puerta. Al cabo de unos días, me di cuenta de que no podía conciliar el sueño, por lo que decidí comprar mi propia casa.

Un día, el Jarl Balgruuf me llama a Cuenca del Dragón. Imagino que me encargará otra misión, pero el motivo de su llamada es muy distinto. Quiere hacerme thane, un miembro oficial de su corte. Eso me da privilegios ante los guardias, y me hace conocida en toda la comarca. Como si no lo fuera ya. El título en sí me da un poco igual, pero todos en Cuenca del Dragón se ven entusiasmados, así que acepto.

Farengar Fuego Secreto, el hechicero del Jarl, empieza a enseñarme un poco de magia. Me dice que tengo talento, y que podría inscribirme en el colegio de magos de Hibernalia si quisiera perfeccionarla. Lo sopeso. Sería abandonar Carrera Blanca y Jorrvaskr, y pasar una buena temporada lejos. Eso me mantendría ocupada, está claro. Pero podría ser que Vilkas volviera en ese tiempo, conmigo fuera. Y, si se diera el caso, las cosas podrían ser diferentes. Sin embargo, han pasado casi siete meses desde que liberamos a Kodlak de su maldición. Siete meses desde que vi a Vilkas por última vez. Y puede que, tal vez, cuando vuelva, sus sentimientos hayan cambiado. Si vuelve.

Compañeros | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora