Capitulo - 3

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—¿Y no le has dicho nada? —Miré a Carlota a través de las gafas que había decidido ponerme, me notaba los ojos algo cansados.

—¿Y qué quieres que le diga?

—Pues muy sencillo, «Oye Alan, yo también quiero follar contigo, tómame, soy tuya»

Me eché a reír mientras Carlota me miraba con un gesto divertido, mientras que yo iba echa un auténtico desastre y con unas ojeras tremendas, ella estaba reluciente.

—Vaya, qué original... —susurré.

—No, si quieres le recitas un poema de Edgar Alan Poe.

—Mujer, no elegiría precisamente un poema de Poe... —Me sacó la lengua y sonreí.

—¿Y qué se ha quedado haciendo cuando te has ido?

—Estaba intentando apretar los tornillos de la cama de mis sobrinos. —Me encogí de hombros—. Le he dicho si le apetecía venir, pero me ha dicho que tenía cosas que hacer, tampoco he insistido, necesitaba contarle todo esto a alguien, me va a dar algo.

Me acarició la mano con cariño, y le lancé un beso desde la otra punta de la mesa.

—¿Esta noche te apetece venirte con Alicia y conmigo? — Dejé de mirarme las uñas y la miré —. Vamos a Maruja Naranja, un poco de salsa nunca viene mal.

Sonreí mientras miraba cómo imitaba algunos movimientos de salsa con los hombros. Maruja Naranja era un local donde predominaba la salsa y el merengue. Yo no tenía ni idea de ninguno de los dos bailes, pero con dejarme llevar tenía bastante, el ambiente solía ser bastante divertido.

—¿Ya te hablas con Alicia? —sonrió y se encogió de hombros. Alicia era su vecina, una chica simpática y algo... abierta de mente; y de muchas otras cosas. Compartían ropa, zapatos y, desde hacía unos meses, semental—. Me dijiste que la partiera un rayo.

—Bueno, no voy a pelearme con ella por un tío, del cual ni sé el color de sus ojos.

—¡Pero qué dices! Casi me muerdes aquel día solo por decir lo que acabas de decir.

—Pero eso fue porque estaba en plena énfasis del cabreo, tenía un buen miembro y tener que renunciar a él me dio pena. Ya sabes que uno de mis mandamientos es, los penes no se comparten con las amigas, y punto.

—Amén.

—¡Y tanto!

Me eché a reír y preferí mantener mi pico cerrado. Sabía que seguía cabreada por el hecho de que le robara aquella pilila; pero si ella la perdonaba, por mi estupendo. Siempre me divertía con Alicia, así que... por mí, mejor.

—Qué me dices, ¿vendrás esta noche? —insistió al ver que me había quedado varada por mis mundos.

—Claro que sí.

—Díselo a tu Romeo, quizá le apetezca salir.

Asentí sin estar muy segura, no creía que, al «Don tengo un palo en el culo, que me hace estar increíblemente potente», le apeteciera salir con tres mujeres dispuestas a darse unos bailes de salsa, que ni en la serie de Fama. Luego pensé brevemente en Alicia, si osaba a lanzarle los trastos, quizá dejara de caerme tan bien.

Llegué a casa sobre el medio día cargada hasta los topes de bolsas. El mercadillo de los sábados y yo éramos la mejor pareja de amantes del mundo, mi monedero no pensaba igual, pero las relaciones son de dos. ¿No? No había ni rastro de Alan por ningún lado, y pude relajarme por primera vez desde el día anterior. Me desplomé en el sofá, y subí los pies al respaldo, media hora después, y cansada de tanta relajación, empecé a cabrearme con el mundo, ¿pero dónde narices estaba Alan? No sabía dónde se había ido, ni siquiera me había dejado una nota, ni un puñetero posit, ¡tenía millones de posits por toda mi casa!, ¿tan difícil le hubiera sido poner que había salido que volvería pronto, y pegarlo en la nevera como todo el mundo? Aggg.

Ídem (pre-cuela de Si tan solo fuera sexo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora