Capitulo - 5

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Tenía más de media hora para poderla gastar como me diera la gana, antes de que tuviera que acudir a la cafetería a encontrarme con Jacqueline y Alejo. Miré mi móvil varias veces mientras me dirigía hacia la consulta de mi amigo y psicólogo Izan, no estaba en su agenda, pero seguro que podía hacerme un hueco, o sino, al menos me entretendría con la recepcionista, menos da una piedra. Me sentí algo frustrada al no haber recibido ni una llamada y ningún mensaje de Alan, pero debía estar muy ocupado para no poder avisarme, así que hice lo posible por no comerme la cabeza.

Llegué al edificio y subí las cuatro plantas hasta que me topé con la puerta de la consulta, entonces sonó mi móvil, era un mensaje de Alan con una foto incluida, sonreí como una tonta. La foto se trataba de un cartel que informaba que Valencia se encontraba a 15 kilómetros.

«Ya casi estoy niña, ve haciendo estiramientos...»

Sonreí con ganas y me mordí los labios impaciente, realmente tenía ganas de verle, Laia me abrió la puerta sonriente, jamás había visto a esa rubia de ojos oscuros seria. Muchas veces me preguntaba qué cara tendría cuando estuviera triste o enfadada, a veces me quedaba mirando sus mofletes buscando algunas grapas que mantuvieran esa sonrisa durante tanto tiempo. Como había supuesto, Izan estaba libre, aunque había acudido sin avisar sabía más o menos sus horarios, cuando abrí la puerta Izan levantó sus ojos oscuros de su ordenador y me sonrió con ganas.

—¡Amiga! Dichosos los ojos que te ven. —Se levantó y caminó hacia mí—. ¿Te has perdido o estás en mitad de una crisis?

—¿Me ves aspecto de estar en crisis? —Nos sonreímos y me dio dos besos—. Pregúntame dentro de cinco minutos.

Se echó a reír y se movió por su amplio despacho, le seguí sin quitarle ojo. A veces me sorprendía observando lo guapo que era mi amigo, después me daba cuenta de que lo conocía demasiado, y que gracias a eso aún me costaba el doble fiarme de los hombres; no porque mi amigo fuera malo, pero era extremadamente sincero y casi siempre, por no decir siempre, acertaba, puede que fuera porque yo siempre había elegido al mismo tipo de maleante, la cuestión es que le tenía como a un sabio, y no porque fuera psicólogo precisamente.

Sentó su bonito cuerpo en el diván y yo me senté en el sillón que habitualmente ocupaba él.

—¿Un día duro?

—Unos meses duros, más bien —susurró recostándose—. ¿Crees que hice bien al comprometerme? Todavía dudo de que pueda estar enamorado más de un año seguido.

Me encogí de hombros.

—Hombre, si Nerea ha conseguido lo que ninguna otra, será por algo.

—Si me estuviera precipitando, me lo dirías ¿verdad? —Me miró fijamente y respiré.

—Te estás precipitando, Izan.

Me miró durante unos segundos y se echó a reír.

—Bobadas, alguna vez tendré que sentar cabeza.

—Si no escuchas mi opinión ¿para qué narices me la pides?

—Para barajar opciones. —Me guiñó un ojo y le lancé un pequeño cojín que estaba a mi lado—. ¿Algo interesante en tu vida?

Me recosté en el sillón y desvié la mirada hacia mi bolso, después le miré de nuevo.

—¿Recuerdas la murga que te di con Alan?

—¿Alan? —frunció el ceño—. ¿Alan tú ex?

—El mismo.

—Como para olvidarlo, ¿Qué pasa con él?

Ídem (pre-cuela de Si tan solo fuera sexo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora