Capitulo - 8

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Nadia

Sentí un alivio inmenso cuando el aire me dio en la cara, estaba deseando salir de aquel lugar como fuera, y más después de todo lo que había visto. Acababa de confirmar que todo el tema del intercambio y del sexo tan expuesto, no me gustaba. Pero no fue todo eso en sí, lo que me había dejado con esa sensación de angustia, la acompañante del padrastro de Carlota era ni más ni menos que una de mis intimas amigas. Una de mis intimas amigas, a la cual llevaba dos años sin ver, ni hablar.

Ni siquiera me molesté en cambiarme del todo, me puse los vaqueros y, sobre el corsé, me puse la americana, no quería perder ni un segundo más en aquel lugar. Ni siquiera sabía cómo iba a explicarle a Carlota que nuestra ex amiga, Patricia, era la tía que estaba teniendo un lío con el novio de su madre.

Todo aquello me daba ganas de vomitar y todo se acrecentaba más cuando recordaba cómo Patricia había mirado directamente a Alan, reconociéndolo al instante, ¿cómo podía reconocerle? A mí me costó muchísimo convencerme de que aquel adonis de marfil era el mismo con el que había compartido un amor adolescente. ¿Cómo podía saber ella que era él? Si no recordaba mal, la última vez que ella lo había visto fue poco antes de que Alan partiera a Polonia. ¿Qué coño pasaba aquí?

Por suerte para mí, se había quedado tan alucinada con Alan, que ni siquiera había reparado en mí, y mejor, porque yo me había quedado de «pasta de boniato ». Dos años sin verla y sin saber nada de ella, y justamente me la tenía que encontrar en aquel lugar y de aquella manera. Estaba segura de que tendría grabes pesadillas durante semanas. Y yo no era la única que se había quedado impresionada, Alan no había abierto la boca desde que me había hecho salir de aquel salón, parecía tan perdido y perturbado como yo. Corrí hasta el coche donde Carlota nos esperaba pacientemente, cuando nos vio su semblante cambió al instante.

Cuando Alan iba a meterse en coche una voz a su espalda lo llamó, no vi bien quién era, pero iba trajeado, así que supuse que sería el dueño del lugar.

-Nadia, ¿qué ha pasado? -preguntó con un nudo en la garganta-. Estás pálida.

La miré durante unos segundos.

-Él estaba ahí, según nos han dicho es un cliente habitual. - Ella asintió sin sorprenderse-. Siempre va con la misma mujer, y lo fuerte viene ahora... -Tomó aire-. Estaba en la sala de dominación.

Bufó sonriendo.

-¿Y eso te sorprende? Es un jodido loco.

-Carlota, él era el sumiso. -Abrió los ojos casi a punto de volverse del revés, vi como la expresión de su cara variaba una y otra vez-. Te aseguro que esa ha sido mí misma expresión, y hasta he pensado que se habían equivocado, no me lo creía hasta que lo he visto con mis propios ojos Carlota... Estaba atado, con los ojos vendados, y tenía los costados enrojecidos, como si le hubieran dado azotes con una varilla.

-No puede ser... -Se restregó los ojos intentando aceptar las palabras que le estaba diciendo. La entendía a la perfección, sino fuera porque yo lo había visto, me hubiera costado creérmelo-. Nadia, ¿cómo le digo yo esto a mi madre? ¡No me creerá jamás!

Agaché la cabeza y resoplé, mi cabeza había dejado de pensar con claridad.

-Yo... -susurré-. Ahora mismo no puedo pensar Carlota, pero encontraremos la forma, ¿vale?

Asintió mirándome con ternura, y justo cuando iba a preguntarme algo más, Alan entró en el coche. Sin mediar palabra, nos pusimos en marcha envueltos en un silencio que pesaba toneladas.

-No me habéis dicho quién era la mujer que estaba con él. - Nos miró a ambos-. La habéis visto, ¿verdad?

-Sí -pronunció Alan para mi sorpresa. -¿Y? ¿Quién es? ¿La conozco?

Ídem (pre-cuela de Si tan solo fuera sexo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora