—¡Joder!
Levanté la vista de mi cubículo deseando que nadie me hubiera escuchado, por suerte parecía que mi salida de tono había quedado oculta. Normalmente solo se escuchaban leves murmullos, nada lo suficientemente alto para llamar la atención y tener que levantar la cabeza; no es que no fuéramos cotillas, que sí que lo éramos, si no que preferíamos dejar los cotilleos para la sala del café. Siempre era reconfortante evadirse hablando de otros temas, sobre todo si eran amoríos entre compañeros, parecía que luego era más fácil volver a la rutina.
Estaba a punto de volver a bajar la vista y centrarme en lo mío; que en aquel momento no era nada relacionado con mi trabajo, cuando de pronto me topé con los ávidos ojos azules de mi querida compañera de trabajo, y mi mejor amiga, Carlota, que me miraba sorprendida. Después de unos segundos de duro escrutinio, decidió levantarse. Llevaba un dosier en sus manos y resoplé, lo único que esperaba es que no viniera a preguntarme nada. No solía ser muy mal hablada, exceptuando cuando me enfadaba mucho o estaba resentida; cosa un poco habitual en mí, en esos casos, las perlas que salen por mi boca son genuinas. No me enorgullezco de eso, pero es algo que nunca he podido evitar.
Tengo un humor cambiante, tan pronto estoy feliz, como que me siento en la más mísera desgracia, mucha gente diría que sufro de una enfermedad mental, aunque yo prefiero pensar que es porque soy géminis, me resulta más confortante y menos preocupante, la verdad.
Por suerte, después de las vacaciones de navidad estábamos hasta los topes de trabajo; así que, mi querida amiga, no se movió de su zona. Le entregó el dosier a su compañera, y devolvió la vista a su mesa, suspiré aliviada mientras escuchaba música celestial. Al rato recibí un mensaje en mi ordenador.
«Te has librado por muy poco, luego me cuentas. Y ¡controla esa boca! ¡Puta loca!»
Se me escapó una risita, que intenté ocultar con un estornudo, me atusé el pelo y devolví la vista a mi escritorio, estaba nerviosa, aun así, me froté la cara y volví a lo mío, tenía mucho trabajo por hacer; por no mencionar el puñado de manuscritos que me estaban esperando ansiosos. No sabía si era real, o era mi subconsciente que había encontrado la forma de avisarme que tenía mucho que hacer, pero de una manera algo perturbadora, ya que, cada vez que quitaba los ojos de ellos podía escuchar como una música de tambor insistente, vamos... el mismo sonido que hace el juego de Jumanji, me encanta esa película, pero la antigua, la de Robin Williams, no la mierda de remake que han querido hacer, deberían matarlos a todos por convertir esa película tan chula, en una vergonzosa ida de olla. Bueno, quizá matarlos no, Joe Black me cae bien, con unos azotes me conformaba.
Mi amigo Izan, que aparte de ser mi amigo fue mi psicólogo, se echó a reír cuando le dije si eso confirmaba mi teoría de que estaba como una autentica regadera, él no dijo nada, ¿el que calla otorga? Me recosté en la silla resoplando, miré la pantalla de mi ordenador, en la que ahora lucía un salvapantallas con distintas fotos molonas que había seleccionado un día que estaba de muy buen humor, me miré los dedos y con un suave roce de mi índice sobre el ratón, la pantalla volvería a mostrarme ese email que me había dejado con la boca abierta.
Pero ahora tenía mucho trabajo, tenía que concentrarme en leer varios capítulos de distintos manuscritos, hacer anotaciones y entregárselos a mi jefe esa misma tarde. Normalmente no me solía atrasar con las cosas, pero había estado con una gripe «post vacacional» que casi acaba conmigo. Cuando levanté la vista de la lectura, todo el mundo empezaba a moverse por la estancia de arriba abajo. Era la hora de comer, y yo no podía permitirme ese lujo si quería salir a tiempo, debía quedarme y leer, aunque ahora mismo hasta una simple mota de polvo me pareciera toda una maravilla.
Entré en la editorial como becaria hacia unos años, conseguí el puesto por pura suerte, ya que era una editorial muy importarte y conseguir que admitieran tu currículum era una locura. Trabajé muy duro para mantener mi puesto y, si era posible, ascender. Y lo conseguí. No es porque me llevara a las mil maravillas con mi jefe, que también, sino porque siempre solía ser muy concienzuda y eficaz. Menos hoy.
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Ídem (pre-cuela de Si tan solo fuera sexo)
RomanceNadia Solaz trabaja para la editorial Millenium como editora, un trabajo que le apasiona, pero a su vez, también necesita renovar. A sus manos llegará el manuscrito del Sr Moore a través de la maravillosa escritora Jacqueline Amoros. Una obra de ar...