Capitulo - 4

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Llevaba diez minutos con los ojos abiertos sin apenas respirar; no quería despertarle, no después de recordar la estampida que había dado hacia unas horas. Lo que no acababa de entender era el hecho de que me hubiera levantado de su cama y me hubiera traído a la mía tumbándose él junto a mí. Si se hubiera quedado en la cama conmigo, pero fuera de las mantas, hubiera pensando que era condescendencia; pero estaba dentro de la cama tapado hasta los ojos, no sabía si vestido, con pijama o desnudo, no quería pensar en eso ultimo demasiado tiempo y, justo cuando quería dormir de nuevo, me entraron unas horribles ganas de ir al baño. Necesitaba mear incluso más que respirar, intenté aguantarme todo lo que pude, pero cuando los escalofríos empezaron a incomodarme en exceso, supe que tenía que ir al baño sino quería terminar por mearme encima, miré a Alan mientras me movía despacio para salir, más bien me arrastraba evitando moverme lo menos posible.

Cuando por fin hube sacado todo mi cuerpo, corrí de puntillas hacia el baño, jamás me había sentido más descansada en toda mi vida.

Me lavé las manos y la cara, no tenía ni pizca de sueño, pero Alan parecía estar tremenda y profundamente dormido, desde el baño y con la puerta entrecerrada podía escuchar su profunda respiración, cuando salí la débil luz iluminó una silla de decoración que tenía en una esquina de mi habitación, allí vi la ropa de Alan... sí, se había cambiado, ¿qué llevaría puesto?

Me dirigía de nuevo a la cama ignorando la hora que pudiera ser. Alan había echado las cortinas, e imaginaba que también habría bajado las persianas. Vivir en el último piso de un edificio altísimo tenía un inconveniente, y era que el sol iluminaba en exceso, aunque a mí me parecía un detalle maravilloso; ya que eso reducía las horas de oscuridad y para qué negarlo, odiaba con toda mi alma la oscuridad. Cuando estaba a tan solo dos pasos de él, vi que algo que había en el suelo emitía una luz azul intensa, no se escuchaba ningún tipo de sonido, sin embargo, la luz era persistente. Tardé un poco en adivinar que era su móvil, lo agarré con cuidado y di un pequeño brinco; era una llamada, y justamente la persona que había al otro lado de la llamada no entraba dentro de mi top ten de personas con las que ser amable, fruncí el ceño hasta que dejó de llamar, iba a dejarlo sobre la mesita de noche y refugiarme en mi maravillosa cama ahora ocupada por Alan, cuando la pantalla se volvió a iluminar.

—¡Joder, qué pesada! —susurré inconscientemente—. Ya sé cómo narices te llamas, no hace falta que llames treinta veces.

Y como si me hubiera escuchado cesó la llamada, Sarah era el nombre que más odiaba en todo el universo... no porque me pareciera feo, ni porque todas las Sarahs me cayeran mal, es que cada vez que pensaba en ese nombre, esa morena de ojos grandes y azules me penetraba la mente. Mi amiga del instituto, Sara, se moría de risa cada vez que se lo decía; aunque había una diferencia, solo odiaba aquel nombre especialmente cuando escuchaba a Alan pronunciarlo, no decía el nombre normal, sino que al final alagaba un poco la «a» como intentado recalcar que Sarah escribía su nombre con una hache al final... hubiera pagado por tener un bate en mi mano y gritar mientras le doy en las costillas. ¡La hache es mudaaaaaa!

Sarah era polaca. Siendo el mismo nombre, no se escribía de la misma forma allí que aquí, ni siquiera se pronunciaba del todo igual, así que, pensándolo bien, solo odiaba aquel nombre si lo pronunciaba un polaco, que por suerte no me los topaba muy a menudo. Aunque vivía enamorada de un repartidor polaco que nos traía el correo... yo y mis contradicciones.

Cuando el móvil se quedó tranquilo, vi que le había llegado un mensaje, y también pude ver que eran las seis y media de la madrugada, si no llega a ser porque Alan había hecho de mi habitación un búnker, en un rato ya nos despertaría el sol, miré el móvil mientras alzaba una ceja, después miré a Alan que seguía en los ricos mundos de los sueños, mi lugar favorito en todo el mundo. De repente le envidié, si me hubiera quedado en la cama, no tendría que haber pensado en esa tipa, que a ratos era guapa y a ratos parecía la niña del exorcista, y no dicho por mí, aquello salió de Carlota. En según qué fotos era guapa, sin embargo, en otras daba miedo... y yo no era para nada criticona, eso que quede claro.

Ídem (pre-cuela de Si tan solo fuera sexo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora