☯ CAPÍTULO 8

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LAS PROBABILIDADES DE COINCIDIR CON LA MISMA PERSONA EN TODAS PARTES SON MUCHAS...

¿O ERA AL REVÉS?

ALMA. Viernes. 10:08 a.m.

Me costaba respirar. La luz del día que entraba por la ventana me estaba dejando ciega, y al abrir los ojos pude ver lo que estaba pasando. Oh, dios, ¡Me estaba ahogando!

— ¡Cristian! — chillé con desesperación.

Como pude, cogí la pierna del indicado de encima mío y la eché para un lado. Pude respirar tranquila.

— ¡Ay!

El grito de Cristian me indicó que cayó del sofá, y me hubiera reído si no estuviera recuperando el aire que perdí. Lo observé con la cabeza apoyada en el cojín asimilando la situación mientras se rascaba la cabeza en el suelo.

— Joder Alma, que buenos días tan especiales — se quejó.

Me llevé las manos a la cara tapando mis ojos. Qué cansancio. Cuando consideré que tenía la suficiente fuerza como para levantarme, me quedé en sentada en el filo del sofá estirando mi espalda y bostezando a la misma vez. Pues se ve que nos quedamos dormidos en el sofá, bueno.

— Voy a desayunar — avisé a mi amigo, levantándome y yendo derecha a la cocina.

Sólo tuve que dar unos cuantos pasos, la casa de Cristian tenía la cocina junto con el comedor y esa era una de las razones por las cuales me gustaba tanto venir. Un vez habiendo llegado hasta esta, comencé a abrir cada armario. Desde allí pude ver cómo Cristian se levantaba y se estiraba, caminando con cara de zombi hasta mí y apoyándose en la barra americana que quedaba a mis espaldas.

— Me voy a duchar — informó con voz grave de recién levantado.

Sin girarme ya que estaba ocupada revisando el interior de cada puertecita blanca, le hice un gesto de okey con la mano. No quise distraerme de mi tarea de buscar algo para comer, que si de por sí se me hacía bastante difícil siempre, en ese casa lo era aún más. Odiaba que los padres de Cristian fueran tan pijos y controladores, porque no había nada que tuviera chocolate en ninguno de aquellos malditos armarios.

Dándome por vencida cogí un bol, puse leche, y lo llené hasta arriba de cereales, como no, digestivos. Giré sobre mis talones quedando así frente a la isla, donde me senté en una silla alta y revisé el móvil mientras comía sin preocuparme de la imagen que daba. Mis ojos viajaron a la parte superior derecha de la pantalla y entonces me fijé en la hora: las diez y cuarto de la mañana. Seguí leyendo mensajes que tenía en pendiente desde hacía una semana y pensé de nuevo en lo que acababa de ver. 

¡Las diez y cuarto de la mañana!

Casi salté de la silla, histérica. Entonces recapacité y pensé en como podía ser posible que un viernes estuviera a esa hora en casa de Cristian y no en clase. El campo de aprendizaje. Cada año, los alumnos nuevos que llegaban al primer curo en nuestro instituto se iban tres días a algún sitio vete a saber donde a hacer cosas relacionadas con la naturaleza. En el caso de este año fueron viernes, sábado y domingo, por lo que los demás cursos nos librábamos de ir a clase el viernes. 

Uf, sustos que dan gusto.

Me llevé una cucharada de los cereales a la boca y seguí revisando chats sin abrir. Bajando, encontré los de Dani y Edu. Ninguno de los dos me había escrito desde el encontronazo del miércoles en casa de Cara. Digo, en su casa. Y no quería que me importara... pero sí que lo hacía. Y la verdad es que mucho. Primero me llenaban la cabeza de tonterías diciendo que no debería haberlo hecho, que dónde me había metido... para que después no me dijeran ni lo que tenía que hacer. No firmé el papel para nada, y tampoco fui allí a inscribirme para nada. Quería el dinero, y lo quería ya.

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