Capítulo 6: La vida puede cambiar

95 8 1
                                    

Axel

Mi cabeza aún dolía. Había sido una larga noche. Los gritos casi inhumanos de Lewis siendo torturado seguían resonando en mi cabeza como voces de un esquizofrénico.

Conducía con la vista al frente y la mirada cansada, en la radio sonaba lips on you de maroon 5. Acababa de recoger mi auto de reparación y estaba como nuevo. Sólo había sido un pequeño accidente de carreras.

Hice una parada para desayunar en el Paradise Coffe como de costumbre, tomé asiento mirando la tv de enfrente. En las noticias se hablaba de lo ocurrido la noche anterior, no mostraban nuestras caras, pero las cámaras de la calle pudieron captar nuestros cuerpos huyendo como balas fuera de allí.

Por suerte llevaba capucha y pasamontañas.

Me percaté de la prescencia del mesero frente a mí y ordené.

Salí del lugar tan pronto terminé de comer y seguí mi camino.

Los gritos desgarradores. Allí estaban otra vez junto a la imagen de mi amigo atado a una silla de pies y manos, con sangre brotando de sus ojos y ese tipo introduciendo sus pulgares en ellos hasta hacerlos reventar. Casi me llevo un poste. Lo esquivé rápidamente y traté de volver a la realidad.

Llegué a esa asquerosa escuela a la que me habían expulsado esta vez de forma permanente luego de lo ocurrido en verano. Ya no tendría acceso a ningún otro centro privado o público de la ciudad y no nos cambiaríamos de casa. Así que gracias a sus conexiones y control sobre las autoridades, mi padre llegó a un acuerdo monetario con el director y el departamento de justicia federal. Prácticamente burlamos la justicia, nada nuevo que en mi familia no se haya hecho antes.

Además, parte del acuerdo fue ingresar a cualquier escuela pública y debido a mi buen rendimiento en clases desde pequeño, debía trabajar como tutor de un estudiante asignado del que no recuerdo ni el nombre. ¿Lyanna? ¿Ginna? ¿Gianna? Sí, Gianna era su nombre.

Al aparcar mi auto a un lado del estacionamiento, todos miraban hacia donde estaba como si nunca habían visto una maldita persona aparcarse. Ya estaba acostumbrado a unas cuantas miradas en la calle a mí y a mi bello auto pero no a multitudes de gente alabando mi presencia. Eso solo sucedía cuando salía con mi padre.

Y admito que me gustan ese tipo de cosas, pero mi humor era de perros esa mañana.

Me desmonté frotándome los ojos y luego pasé mis manos por mi cabello para seguir impresionando inconscientemente. Unas cuantas chicas me lanzaban miradas seductoras y murmuraban cosas que no llegaba a escuchar.

Frente a mí observé a una chica de piel canela, cabello ondulado castaño, ojos cafés y una sonrisa de dientes alineados dirigida hacia mí. Era muy linda, su ropa también.

–Linda chaqueta preciosa– le lancé guiñando un ojo. Su sonrisa se agrandó.

Me alejé de la multitud. La escuela era grande, pero no tanto como las que ya había conocido. Al fondo observé dos edificios de ladrillos, supongo uno para maestros trabajar y otro para estudiantes. En el medio de estos se encontraba la entrada en la que se leía "Secundaria Belmont" con letras azules. Una escuela pública como cualquier otra.

Mientras caminaba seguía recibiendo miradas de todos, yo seguía ignorando como si no me daba cuenta.

Justo cuando ya estaba dentro, el timbre de entrada sonó; saqué mi horario de clases junto con mi número de casillero y el nombre de mi estudiante.

–Gianna Alessandra Bernard Reed, grupo C leí en mi cabeza.

Seguí caminando por el pasillo que ya empezaba a llenarse de personas. Miraba a los lados buscando mi casillero y un chico rubio algo más bajo que yo, interrumpió mi caminar deteniéndose frente a mí.

–¿Se te perdió algo?– pregunté resignado.

–No, ¿y a ti?– el chico dijo esto en tono burlón, lo que me hizo querer golpearlo.

Controla tus impulsos, controla tus impulsos, controla tus imp...

–Apártate– lo empujé hacia mi izquierda para continuar en lo mío, o eso intenté ya que fue prácticamente imposible.

El chico otra vez se paró frente a mí. Miré hacia un lado cabreado con la esperanza de encontrar lo que buscaba para tener pretexto y quitármelo de encima.

–Ey tranquilo, mi nombre es Brandon, igual soy nuevo aquí– se presentó para luego extender su mano, yo no la tomé–. Creo que te conozco– volvió a hablar. Me percaté entonces de su acento irlandés.

–Yo soy quien no te interesa– empecé a decir acercándome más a él–. Mis días han sido una mierda total, he tenido suficiente con tan solo venir a aquí y lo que menos necesito en estos momentos es un idiota buscando mi atención, ahora si me disculpas deja de interrumpir mis putos pasos o mi puño conocerá tu bello rostro– finalicé mi amenaza con una cínica sonrisa.

El chico hizo una falsa expresión de miedo y luego soltó una carcajada.

Que tipo tan molesto.

–Como digas mala copia de Mike Tyson, busquemos tu casillero– siguió sus burlas dándome un pequeño empujón por el pasillo para caminar. No me quedó otra opción que respirar hondo, continuar controlando mis impulsos y seguir su jueguito ya que no pretendía perjudicar mi buena conducta desde el primer día. Pero este tipo no me agradó para nada.

Luego de encontrar mi casillero, verme obligado a decirle mi nombre a Brandon para darse cuenta que sí me había visto y aguantar preguntas estúpidas sobre mi padre y mi familia, me dirigí al salón de clases del grupo C cuando ya estaba algo pasada la hora.

–Perdón por llegar tarde maestro, se presentaron algunos inconvenientes– me disculpé entrando rápidamente. Todos se encontraban sentados en sus asientos y de inmediato clavaron sus miradas sobre mí con asombro.

–Descuida, hay lugar para todos– señaló una butaca vacía casi al fondo de la clase–. Oh muchachos, él es Axel Howard, estará con nosotros lo que nos queda de año. Puede tomar asiento.

Procedí a sentarme haciendo un ademán con la cabeza para agradecer. Ni siquiera me molesté en preguntar por mi estudiante, solo quería que el día acabara lo más rápido posible.

Mis ojos pesaban, así que los cerré por unos segundos mientras el maestro escribía en el pizarrón.

–Ayúdame por favor, ayúdame hermano.

La voz de mi amigo no paraba de atormentarme por más que pasaban las horas. Me sentía culpable, quería golpear paredes, aventar cosas al aire, la impotencia me consumía. Si tan solo hubiera podido hacer algo, si no hubiera actuado tarde el estaría aún con vida, si tan solo yo...

–Gianna díganos, ¿de que trató la clase pasada?– abrí mis ojos al oír al maestro dirigirse a mi estudiante. Entonces volteé a ver a quién posiblemente se dirigía.

Era ella.

Cuando llegué pensé que me tocaría una de esas chicas rebeldes que se visten como hombre y les gusta romper reglas, pero wow Gianna pareces un ángel.

Una chica muy hermosa a decir verdad. Delgada pero con buen cuerpo, ojos verdes prominentes, cabello castaño claro, tez blanca, unas cuantas pecas en su bello rostro y sus labios eran... oh sus labios. Me provocaban querer morderlos y besarlos durante horas tan solo de verlos; la manera en la que desviaba la mirada y se mostraba insegura al responder era adorable. Observar detenidamente sus facciones me producía una especie de calma, una especie de alivio. Podía hacerlo todo el día, sin duda alguna.

Debía hacerla mía, ponerla a babear por mí, a desearme a mí y solo a mí cueste lo que cueste, a suplicarme. Estaba seguro que sería tarea fácil, pero si debía matar para conseguirlo, pues mataría para conseguirlo.

*Canción: Lips on you- Maroon 5

Mi enfermiza obsesión (PRIMEROS 12 CAPÍTULOS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora